Compraventa de nacionalistas

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 23/07/16

Teodoro León Gross
Teodoro León Gross

· Ante las críticas desde la bancada de la oposición por sus cambios de criterio, repitiéndole el mensaje insistente de «tendrá usted que comerse sus palabras», Churchill replicó:

–A menudo me he tenido que comer mis palabras, y he observado que constituyen una dieta muy equilibrada.

De hecho wholesome diet también se puede traducir por «saludable» e incluso por «honesto». Y para el caso mejor así. Es ridículo condenar las rectificaciones como algo deshonesto. No hay ninguna perversión en modificar tus posiciones y desdecirte. En el acervo popular, «rectificar es de sabios» elogia esa virtud. A lo largo de una carrera política, como decía Churchill, eso debe suceder a menudo. No recuerdo a qué ensayista francés le leí, tiempo atrás, una idea relevante: si después de años pensando sigues pensando lo mismo, es que no has pensado nada.

Sí, muchos se dirán «vale, cambiar en diez años es lógico, pero cambiar en diez días es indecoroso». Pues según. Sobre eso ya se ha escrito aquí: en una campaña se lanzan mensajes para ganar, pero después hay que hacer política en función de los resultados. De aplicarse el escáner al 100% para exigir el cumplimiento del catálogo de frases, sería imposible pactar. Simplemente absurdo.

No hay que temer la rectificación. El propio Churchill, en un debate rutinario con el correoso Philip Snowden, primer laborista en el nº11 de Downing Street, le recordó que «mejorar es siempre hacer cambios, de modo que la perfección será haber cambiado mucho». Cambiar, corregir, evolucionar en tus posiciones no es algo sospechoso, sino necesario. Los ratones de hemeroteca incurren en cierto infantilismo cuando salen de caza y hacen sonar las sirenas si dan con una pieza. ¡Zasca! ¡Zasca! ¡Zasca! Detrás vienen miles de RT, según el código de Twitter; o de megusta en Facebook.

En lugar de elogiar los dogmatismos inflexibles, se debería esperar de los dirigentes que sean capaces de modular sus posiciones sin maximalismos cerriles, tantear posibilidades para consensuar soluciones y ceder sin líneas rojas o cordones sanitarios de escasa catadura democrática. Es fácil imaginar el desastre de la Transición de no haber sido así. Y el 26-J ha deparado un escenario propicio, una oportunidad para todos, donde el propio PP rectificase para salir del impasse en que lleva años resistiéndose a hacer política con las fuerzas nacionalistas.

Claro que del PP se esperaba que en un Congreso donde la aritmética de la investidura en minoría por primera vez no requiere peajes con los independentistas, su rectificación consistiera en hacer política para asfixiar la estrategia de ruptura del Estado, no para darle oxígeno. Asombrosamente parece haber adoptado la ruta inversa a la entente constitucionalista. Y ya no se trata del escarnio de las frases más o menos sonrojantes rescatadas estos días de las hemerotecas, como ésa de Rajoy, que acaba de ceder un puesto en el Senado al PNV, diciendo hace pocos meses «la cesión del PSOE a independentistas en el Senado no tiene explicación: para llegar a la Presidencia del Gobierno no vale todo». Hay otras muchas de la nomenclatura de Génova retratadas como oportunistas sin escrúpulos. Eso sólo es la fachada anecdótica.

El problema es la sospecha convincente de mercadeo para la investidura de Rajoy. Los diez votos, el regalo al PNV en la mesa del Senado, la creación de grupo que permite a Convergència hacer varios millones de caja, la renuncia de la Fiscalía a pedir cárcel para Mas y los suyos por el 9-N, los 1.600 millones de deuda catalana asumida por Hacienda… Eso no es rectificar, sino el viejo negocio de la política.

TEODORO LEÓN GROSS – EL MUNDO – 23/07/16