Contra la Historia

JESÚS LAÍNZ – LIBERTAD DIGITAL – 20/12/14

Jesús Laínz
Jesús Laínz

· Entre las mil iniciativas desplegadas en 2014 por el separatismo catalán para acompañar su embestida política, merece ser recordado el eslogan del Centro de Cultura del Born para la celebración de la Diada:«Este septiembre, venzamos a la historia».

Efectivamente, el separatismo catalán está en perpetua guerra contra la historia, interesante característica de un movimiento político cuya ideología pretende fundamentarse precisamente en la historia. Esta aparente paradoja tiene fácil explicación, pues si de historia verdadera se tratara no cabría conflicto alguno. Pero como la historia que los separatistas quisieran emplear para probar sus argumentos y santificar sus fines no hace otra cosa que desmentir los primeros y deslegitimar los segundos, no les queda más remedio que luchar contra ella hasta vencerla, aunque sea por aburrimiento. Acaban de confesarlo con su eslogan.

El fenómeno, sin embargo, no es exclusivo del separatismo catalán. ASabino Arana, cuyo primer libro fue precisamente una disparatada interpretación de cuatro batallas medievales para convertirlas en acontecimientos fundacionales del enfrentamiento entre vascos y españoles, no le quedó más remedio que confesar: «Tiemblo cada vez que me siento inclinado a tratar la historia de mi patria». Por eso, para evitar que sus seguidores advirtieran que su argumentación histórica era una riada de fábulas, les recomendó que no leyeran las obras de los historiadores serios. En concreto, desaconsejó la lectura de los libros del erudito vizcaíno Estanislao J. de Labayru con el argumento de que no le guiaba el patriotismo; «guíale el amor a los estudios históricos. Entonces no es su obra una ofrenda a la Patria; es meramente un material que aporta al edificio de la historia universal». Medio siglo después, Manuel de Irujo insistiría:

Esta suprema determinación [de persistir] la mantenemos con la historia en la mano, sin ella, o contra ella si fuere preciso.

Con el nacionalismo catalán, ése que se ha considerado intelectualmente más sólido que el vasco, pasó –y sigue pasando– lo mismo.

Célebre fue la polémica entre la principal figura de la historiografía nacionalista de la primera mitad del siglo XX, el esquerrista Antoni Rovira i Virgili, y la estrella ascendente de la nueva generación, Jaume Vicens Vives. Rovira tenía una larga experiencia como autor de libros de historia concebidos como instrumentos de propaganda política, en los que hacer encajar los hechos pasados con sus deseos presentes. Por ejemplo, lamentó la participación de los catalanes en las guerras de la Convención y de la Independencia y, retroactivamente avergonzado, los acusó de haber caído en un estado de degeneración nacional:

¡Vergüenza, vergüenza! Los catalanes del fin del siglo XVIII habían olvidado la causa catalana.

Y respecto al intenso apoyo del pueblo catalán al carlismo, proclamó:

Las guerras civiles carlistas que tuvieron lugar en el siglo pasado en Cataluña fueron una vergüenza nacional que había que borrar de la memoria de la gente, y que hay que dar por no existentes, como si nunca hubiesen existido.

Puro Orwell.

El 7 de agosto de 1935 Rovira publicó un artículo en La Humanitatlamentando que hubiese «demasiados casos de insensibilidad nacional» entre unos jóvenes intelectuales que mostraban «prevención contra el punto de vista nacional en la historia» y que pensaban que, «para trabajar en la investigación y la crítica históricas, la llama del catalanismo es un estorbo». Es decir, que escribían historia sin partir de premisas ideológicas previas. En concreto, Rovira alabó el trabajo de Manuel Cruells, militante de Estat Català, por su «afinadísima sensibilidad nacional» y deploró el de Vicens por osar pintar a Fernando el Católico con unos colores no tan oscuros como los exigidos por laortodoxia nacionalista, lo que evidenciaba su escasa «sensibilitat catalanesca». La existencia de intelectuales como Vicens, todavía no rendidos al nacionalismo, demostraba al dirigente esquerrista que era necesario «un gran esfuerzo para avanzar más deprisa».

Vicens replicó con contundencia. Comenzó reprochando a Rovira su obsesión con la «conciencia nacional, que veo que usted utiliza con una frecuencia que me hace sospechar que tiene usted la exclusiva y es el único con atribuciones para otorgarla». Consideraba Vicens a los historiadores nacionalistas una reliquia de la manera romántica de hacer historia, obsesionados con interpretaciones anacrónicas y de espaldas a los documentos, y les reprochaba que

la síntesis histórica que elaboraron fuese en extremo simplista –todo lo bueno debido a los esfuerzos catalanes, todo lo malo debido a los malévolos manejos de los enemigos nacionales– y en su mayor parte falsa, muchas veces por olvido, descuido o falta de tiempo y muchas otras veces, y esto es lo más grave, por falsedad clara y manifiesta.

Cuatro años antes, el 14 de noviembre de 1931, el periódico Nosaltres sols!, del cual era colaborador el mencionado Cruells, había sostenido que una de las causas del «aniquilamiento nacional» de los catalanes era la ignorancia, que les impedía darse cuenta de que no eran españoles, lo que tenía que ser combatido mediante el adoctrinamiento, especialmente el de los niños:

La única solución sería la de instruirlos, algo casi imposible si pasan de la treintena: árbol que creció torcido, difícilmente se endereza.Pero si de las generaciones de ahora no podemos esperar gran cosa, ¿cabe pensar lo mismo de las que llegan y las que vienen? Los niños y los jóvenes son dúctiles como la cera, y adoptan la forma que se les quiera dar.

Para conseguirlo, «los padres enseñarán o harán enseñar Historia catalana a sus hijos, por maestros catalanes», y deberían adquirir «obras apropiadas y de autores dignos de crédito». Encabezaba la lista Rovira i Virgili.

El hecho, por cierto, de que un sectario fanático como Rovira sea considerado hoy figura nacional y hasta tenga una universidad a su nombre explica muchas cosas de la triste Cataluña actual.

Pasaron los años, pero no la ingeniería social, y así, el 28 de octubre de 1990 El Periódico de Cataluña publicó un documento interno de CiU en el que se desarrollaba minuciosamente el programa de nacionalización impulsado por el Gobierno de Pujol para conseguir el control de las aulas y los medios de comunicación. Entre otras muchas medidas dignas del más depurado de los Estados totalitarios, se encontraba la de «editar y emplear libros de texto adecuados acerca de la Historia, Geografía, etc. de Cataluña y de los Países Catalanes. Establecer acuerdos con editoriales para su elaboración y difusión, con subvenciones si es necesario». Subrayamos los dos conceptos claves:adecuados y subvenciones.

Nada ha cambiado, lamentablemente, desde las urgencias adoctrinadoras de los nacionalistas de los años 30 hasta la guerra contra la historia de los actuales.

¿Conseguirá España extirparse esta excrecencia totalitaria que tanto le afea? Porque no se trata de un problema historiográfico sino, lo que es muchísimo más importante, político. De lo que España ha de sanar es del lavado de cerebro y el envenenamiento de los corazones de millones de españoles, enfermedad que, una vez arraigada, tiene muy mal remedio. Como resumió magistralmente El Roto en una viñeta publicada hace un par de meses con el dibujo de un jinete enarbolando una señera:

¿Qué importa que la historia sea falsa, si el sentimiento que provoca es verdadero?

 

 JESÚS LAÍNZ – LIBERTAD DIGITAL – 20/12/14