Conversaciones privadas

EL MUNDO 05/04/14
ARCADI ESPADA

Querido J:
Aun en tu retiro, al que ya se acerca la gran hora de los lilás, te habrá llegado noticia del libro que acaba de publicar la periodista Pilar Urbano, La gran desmemoria, que lleva un subtítulo muy ceñido: Lo que Suárez olvidó y el Rey prefiere no recordar. Tengo el libro encima de la mesa. Es muy gordo. Y acaba de llegarme uno más gordo aún, La desventura de la libertad, que ha escrito nuestro antiguo director, Pedro J. Ramírez. Los autores de libros gordos, Kahnmenan, Pinker, Ramírez, Urbano, deben de sentir una emoción forzosa al contemplar semejantes fenómenos, que más que de la cultura parecen de la naturaleza. Yo los admiro y me siento casi Yerma, la casada seca. Aún no me he adentrado en la espesura de la desmemoria suarista, pero está la entrevista que hace una semana le hizo Miguel Ángel Mellado a la periodista Urbano, y donde quedaba expuesta su tesis principal, esto es, que el 23-F se produjo, entre otras razones, por la frivolidad del Rey al juguetear con soluciones inconstitucionales como salida de la crisis que atravesaba el proceso democrático. Tú conoces mi opinión sobre la escritura de Pilar Urbano y la relación que mantiene con los complementos. Nada más abrir el librote ya la he visto instalada en el despacho que usaba Alfonso XIII en el Palacio Real, y no en cualquier momento, ¡quia!, sino en la candente mañana del primero de julio de 1976, desbordadas y en naufragio ya las trece horas y cuarto, y oyendo y anotando lo que le decía el Rey a Carlos Arias; que era, en síntesis, sal por la puerta, pero que ella lo adorna, joder si lo adorna. Lo que siempre me fascinará de la escritura de Urbano y asociados es su modestia. Mira este inicio de párrafo, por favor, antes de entrar en materia:
–Bueno, Carlos, te extrañará que te haga venir aquí cuando siempre despachamos en Zarzuela– El Rey parecía agobiado, titubeaba al elegir las palabras–.
Es supremo. Y una muestra de respeto, verás. Nuestra reportera desafía tiempos, espacios, protocolos, se hace omnipresente y omnipotente y se escurre por la chimenea del despacho alfonsino. Ok. Pero no pierde la compostura. Es decir, no escribe «El Rey estaba agobiado», sino «El Rey parecía agobiado». ¡No fuera a desconfiar el lector del alcance de los superpoderes de nuestra reportera! Bien está penetrar en el despacho a la hora y lugar. ¡Muy otra cosa sería penetrarle por el alma a nuestro Rey! Me divertiría tanto ir por ahí página a página. Pero iba a exigir, en buena lógica, el mismo adelanto editorial.
No sé si es cierto lo que explica Pilar Urbano sobre el Rey, Suárez y el 23-F. Pero sí te puedo dar fe de una certeza más modesta: el ex presidente Suárez sí lo daba por cierto y sí lo explicaba. Al menos lo explicó delante de mí una noche del otoño de 1985 en su despacho de Antonio Maura. Yo tenía entonces 28 años y una buena, aunque superficial, relación con él, que venía de los tres años que había trabajado en la sección política de El Noticiero Universal. El diario, que acababa de cerrar, apoyaba de una manera sublime al CDS de Suárez, lo que resulta del todo punto lógico dado que Javier de la Rosa, financiero del suarismo (y de otros ismos), pagaba las nóminas. En la ciudad se había organizado entonces, por el empeño principal del periodista José Antich, el Grupo Periodístico Barcelona, del que yo formaba parte. Su misión era comer o cenar con políticos y explicar luego lo que se pudiera. Hubo cenas memorables, como la del ex presidente Tarradellas. Pero la más importante, trascendente e inquietante fue la de Suárez. Cuando se produjo el encuentro, probablemente a finales de noviembre, ya no tenía diario donde escribirla. Pero colaboraba en el semanario El Món (lo recordarás: bueno, socialista y efímero) y allí me compraron la crónica. La leo hoy. Tiene un interés relativo. A pesar de los años, un rastro de piedrecillas blancas aún explica al lector lo que no se podía explicar. Por ejemplo: «Su discurso de estas horas privadas no tiene cabida, ni de lejos, en el discurso periodístico y político de la hora actual de España». O bien: «Lo verdaderamente cabal es el nuevo reparto de méritos que él adjudica, la desmitificación de algunos protagonismos que, prudentemente, es mejor no robar a sus memorias».
La conversación con Suárez duró más de siete horas. Para un hombre que lo único que quería era hablar, es decir, ni comer ni beber ni escuchar, son muchas. La mitad pasaron en una taberna madrileña que malditamente he olvidado, aunque me encantaría que hubiera sido Casa Ciriaco; la otra en su despacho. Creo que despiertos, lo que se dice despiertos, sólo aguantamos Suárez, Antich y yo. Y de allí sólo nos sacó el alba, ni siquiera el ex presidente, que parecía dispuesto a seguir con gafas de sol.
El resumen de aquel monólogo tan notable es fácil de escribir. Fue pocos días después del décimo aniversario de la muerte de Franco. Suárez estaba desmoralizado y humillado por el tono que había tenido la conmemoración: creía que el Rey se había llevado injustamente toda la gloria de la Transición y sus sarcasmos sobre el llamado motor del cambio me parecieron escandalosos. Toda la velada discurrió bajo el susurro irresistible de venid muchachos que yo os voy a contar ahora quién es de verdad vuestro Rey. Y su Rey de aquella noche era, en efecto, alguien que por frivolidad, torpeza o borboneo (Suárez utilizó este verbo) había provocado el intento de golpe, aunque luego hubiera sabido reaccionar in extremis cuando se le fue grotescamente de las manos.
Entonces no escribí sobre ello, atado por el pacto de silencio. Pero, sobre todo, porque la complejísima trama de nombres, lugares y circunstancias que la memoria de Suárez iba hilando necesitaba un trabajo gigantesco de verificación. Éste que habrá hecho Pilar Urbano, a no dudar. Y que en cualquier caso no hizo el propio protagonista. El último párrafo de aquella crónica mía del 85 decía: «Por las calles de Madrid viajaba un off the record contra el sistema, una suerte de personaje hoy por hoy indefinible, tal vez cogido a contrapelo en la esquina donde la vida y la historia se disputan sus piezas, no siempre con educación exquisita».
Es evidente que se dejó arrebatar por la historia.
Sigue con salud,
A.