Conversaciones

ABC 11/04/14
DAVID GISTAU

· Las elecciones europeas, como tales, no importan a nadie. Se vota y se interpretan los resultados en clave nacional

Excluidos los asuntos privados, a continuación procedo a detallar los temas principales que han sido abordados durante las últimas semanas en mis conversaciones con amigos, familiares y compañeros de profesión. El avión de Malasia. El concierto de los Rolling Stones. El debate sobre la consulta en Cataluña. La cuarta temporada de «Juego de tronos». La valla de Melilla. Bolinaga. La catadura moral de González Ruano. El libro de Pilar Urbano. El cholismo. La intolerancia de este gobierno con el periodismo crítico. La huelga sexual, a lo Lisístrata, de las mujeres ucranianas. La fuga de Esperanza Aguirre. La endeblez temperamental del Real Madrid. La dificultad para encontrar trabajo. El nuevo primer ministro francés. La influencia de Zweig en Wes Anderson. La fatiga de la moda del gintonic frutal. La represión de Maduro. Los linchamientos en Argentina. La abundancia de publicaciones sobre la Gran Guerra. Los destinos vacacionales de la Semana Santa. El regreso de las axilas femeninas sin depilar. Hay más. Pero puedo asegurar que nadie, ni durante una c har la presencial, ni mediante mensaje de WhatsApp, ni siquiera para llenar el silencio en lo que el ascensor tardara en bajar cuatro pisos, ha mostrado jamás el menor interés por la incertidumbre acerca de quién sería el cabeza de lista del PP para las elecciones europeas. En el buscador de mis conversaciones recientes da cero entradas.

Podría deducirse que las elecciones europeas, como tales, no importan a nadie. Se vota y se interpretan los resultados en clave nacional, bajo la influencia de los asuntos españoles. O para que su propio electorado envíe una advertencia a un gobierno decepcionante, o para que la oposición proclame un punto de inflexión hacia la recuperación del poder nacional. Los candidatos son por tanto personajes secundarios, pues no existe la percepción de que vayan a gestionar políticas que repercutan directamente en la vida de las personas. Y esto no hay pedagogía europeísta que lo remedie. Menos aún en una sociedad que no está mentalmente preparada para superar la concepción tribal de su existencia ni el «bucle melancólico», que diría Juaristi, en el que nos encoge el nacionalismo como a una nación demasiado introspectiva y aferrada a la seguridad y al sentido de continuidad de lo pintoresco. No por casualidad, España apenas participó en el siglo XX europeo, sino que destiló folclor trágico y se incorporó tarde a todo, suponiendo que lo haya hecho.

Sobre todo, la importancia concedida a los silencios de Rajoy es un recordatorio de la frecuencia con que la endogamia político/periodística, encerrada en sus reservados de restaurante, vibra con asuntos que en la calle sólo obtienen indiferencia. Demasiado a menudo, sólo escribimos para nosotros mismos, para los compañeros de cenáculo.