Cospedal y Belmonte

EL MUNDO 06/09/14
ARCADI ESPADA

Querido J:
La señora Cospedal ha propuesto una gran coalición en Cataluña. Desde el PP hasta Ciudadanos, pasando por PSC, Unió y UPyD. Un viernes y de pronto, y como si no se hubiera encomendado ni a la vicepresidenta ni al diablo. El objetivo es hacer frente al soberanismo: «Por encima de cualquier interés político y partidista hay que pensar que se trata de Cataluña y España». Como bien sabes yo soy un gran partidario del rassemblement. Lo soy, y sobre todo en España.

España es un lugar donde un partido UPyD es capaz de pactar un inicio de cántico en el templo con otro partido Ciudadanos solo a cambio de que acepte 20 cláusulas de obligado cumplimiento. España debe llevar en 30 años de democracia otras tantas leyes de educación, y etcétera. Uno de los problemas evidentes de la calidad de la democracia local es la imposibilidad de pactar un suelo de consenso común. La propuesta de la secretaria general del PP se encara además con el nacionalismo, y eso es una buena noticia añadida. Si los sucesivos gobiernos españoles hubiesen actuado ante el nacionalismo desde la solvencia de un acuerdo de mínimos es probable que el Estado español no se viera reducido en Cataluña a una carcasa.

Pero tras los saludos empiezan los problemas. El primero es obvio. ¿Alguien realmente interesado en que culmine una operación política de esa profundidad y de esa dificultad lanza un anuncio sin añadir que ha habido exploraciones y contactos previos con el resto de partidos implicados? La impresión dominante tras el anuncio es que los partidos a los que se llama para esa gran coalición se han enterado por los periódicos. Lo que lleva a la sospecha de que la señora

Cospedal más que hacer saber que el PP trabaja por una gran coalición de sentido pretende hacer ver que el resto de partidos se niegan a ella. Es decir, la sospecha del puro movimiento tacticista se deduce de la forma y maneras en que ha sido presentado. Sin embargo, y dado que a ti y a mí nos enamoran los berenjenales, vamos a dar por supuesto que no se trata de esto y que la dificilísima coalición antisoberanista podría efectivamente organizarse. ¿Lo ves conveniente?

Hay ventajas, qué duda cabe. La principal es la movilización. Una coalición de esas características no suma votos, sino que los multiplica. Y produce una gran excitación militante, como cada vez que, desde Indíbil y Mandonio, se plantea algún acontecimiento binario. Probablemente el resultado de esas elecciones mostraría, además, la realidad descarnada y ese es un ejercicio de gran salubridad pública. La realidad, digo, de una comunidad partida en dos. La gigantesca irresponsabilidad del plan soberanista. La coalición, además, atenuaría las acusaciones de frentismo, porque no dejaría de ser un frentismo de respuesta ante los planes ya exhibidos de CiU y ERC. Y qué duda cabe de que supondría una reconfortante reivindicación de la política y de su capacidad para poner de acuerdo a los afines y a los dispares. Muchos de los catalanes atravesarían, por último, una imaginaria línea moral de modo indoloro: es decir que votarían al PP, que es lo que llevan pidiendo y queriendo desde hace años, pero conservando la virginidad. ¡La Inmaculada Coalición!

Por lo tanto ya estoy a punto de votarles.

Sin embargo hay un problema grave. Y que no lo haya visto la fina analista Cospedal es lo que me lleva a pensar que no hay nada serio detrás. El problema es la circunstancia donde la gran coalición quiere operar. No es la circunstancia del Kursaal vasco, aquel espectacular movimiento, solo relativamente fallido, de Nicolás Redondo y Mayor Oreja. La coalición de Cospedal pretende operar en un terreno contaminado, que es el de las elecciones plebiscitarias concebidas por Artur Mas. Desde el primer día el presidente de la Generalidad ha asegurado que intentará que los ciudadanos puedan votar del 9 de noviembre dentro de la legalidad, pero que si esto no es posible convocará unas elecciones de ese nuevo y asombroso tipo. Hasta ahora esa intención política cojeaba gravemente. Para un plebiscito tú necesitas a Joselito tanto como a Belmonte. Si el resto de partidos se mantenía al margen el plebiscito iba ser, como la guerra del golfo Baudrillard, el acontecimiento que no habría tenido lugar. Pero ahora Cospedal les da el belmonte. Y el problema es que dándoselo quizá haya hecho algo peor: legitimar el achique del sujeto político español. Unas elecciones así llamadas plebiscitarias, con dos frentes en pugna, se parece demasiado a un referéndum y al establecimiento por la vía de los hechos del deber de no decidir de los españoles.

Como podrás intuir la respuesta de los partidos a Cospedal ha prescindido de estas zarandajas. Iceta, Duran Lleida y Rivera han competido a ver quién daba el brochazo más inane. Solo UPyD, con inteligencia, ha aceptado la propuesta: aunque tendría costes en el resto del Estado podría convertirle en alguien en Cataluña. Es patético que ninguno de esos opuestos, especialmente Iceta y Rivera, haya planteado una alternativa. Por ejemplo, algún tipo de acuerdo preelectoral, escrito y escenificado en defensa de la Ley y la Constitución, que les permitiera presentarse a las elecciones con su propia oferta, pero que anudara una respuesta común ante cualquier aventurismo postelectoral del bloque secesionista.

Sí, amigo, la coalición seguirá emasculada.
Sigue con salud
A.