Cowboys de mediodía

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 04/04/16

Juan Manuel de Prada
Juan Manuel de Prada

· Sánchez e Iglesias son nuestros cowboys de mediodía (y medio pelo).

Se ha hablado mucho en estos días del paseíllo de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias por la Carrera de San Jerónimo; pero nadie, hasta donde yo sé, ha recordado su parecido con los paseos que se pegaban los protagonistas de

Cowboy de medianoche, aquella vieja película de John Schlesinger, mientras lampaban y entretenían el hambre. En Cowboy de medianoche, John Voight interpretaba a un guaperas paleto que pretendía triunfar como gigoló, para acabar a la postre de chapero; y Dustin Hoffman interpretaba a un truhán parlanchín y aspaventero, que trataba de instruir a Voight, tan garrido de cuerpo como corto de entendederas. En el famoso paseíllo de la Carrera de San Jerónimo sólo faltó, para que la imitación fuese perfecta, que Iglesias se hubiese acordado de cojear, como hacía Hoffman en Cowboy de medianoche; y que Sánchez se hubiese puesto una chupa con flecos.

Pero en lo demás estaban clavaditos, con un Iglesias gesticulante, casi histriónico, que parecía explicar a Sánchez el método infalible para embaucar y llevarse al huerto a doña Democracia, y un Sánchez que pretendía en vano meterse las manos en los bolsillos del pantalón, más apretado que taleguilla de torero, y que atendía remolonamente las explicaciones de Iglesias, convencido de que para birlar las joyas a doña Democracia basta con despechugarse y marcar paquete.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son ahora nuestros cowboys de mediodía (y medio pelo), buscando el modo de encontrar el enjuague que les permita dar el golpe. Como el personaje de Jon Voight, Pedro Sánchez alimenta delirios de grandeza que lo hacen creerse el hombre más deseado del mundo, aunque no lo quieran ni en casa. Pero, por mucho que se pavonee por las calles luciendo palmito, ha quedado demostrado que no tiene clase ni posibles para camelar por sí solo a doña Democracia; y, viendo que corre el riesgo de quedarse a dos velas, se arrima a su Dustin Hoffman particular, que tal vez sea un taimado charlatán y, desde luego, no ha demostrado especial cariño a doña Democracia, pero que sabe cómo llevársela al huerto, pues no en vano se conoce todas las astucias y birlibirloques del timador, aprendidos en la escuela de la vida. Los perillanes que encarnaban Voight y Hoffman en

Cowboy de medianoche nos descubrían a la postre que, bajo sus mañas de rufianes, escondían un corazón de oro que les permitía lamerse las llagas mutuamente y compartir un chiscón en ruinas; nuestros cowboys de mediodía (y medio pelo), en cambio, acabarán descubriéndonos que, bajo sus melindres ante las cámaras, esconden un corazón podrido que sólo ambiciona compartir un palacio y birlar las joyas de doña Democracia; y, por birlarlas, están ambos dispuestos a representar la pantomima que más les convenga, que hoy puede consistir en hacerse los humildes y mañana en hacerse los enfadados, según como sople el viento y empleando siempre los plazos legales en beneficio propio. Huelga añadir que en esta pantomima a Albert Rivera le corresponde el papel de burlador burlado; y a Rajoy el de mirón cascarrabias al que nadie deja ni siquiera remangarse.

Más lastimoso es todavía el papel de los analistas políticos, enredados en una logomaquia de pronósticos, mientras nuestros dos cowboys de mediodía pasean muy pinchos y tararean la canción de Harry Nilsson: «Everybody’s talking at me. / I don’t hear the word they’re saying, / only the echoes of my mind». Y, entre el barullo de los ecos, piensan en el modo de birlar las joyas de doña Democracia, que tal vez les exija artimañas de gigoló, o tal vez tretas de chapero; pero ambos están dispuestos a lo que la ocasión obligue, pues la regla primera del truhán fetén es aparcar los remilgos.

JUAN MANUEL DE PRADA – ABC – 04/04/16