Cuando el PSOE era un partido

FUNDACIÓN PARA LA LIBERTAD 01/07/14
EDUARDO ‘TEO’ URIARTE

El último servicio a la estabilidad política a favor del sistema surgido de la Transición por parte del PSOE, y el último de un superviviente de aquella generación como Rubalcaba, fue la votación favorable a la abdicación del rey. Pero de las reacciones de los diputados socialistas en el hemiciclo tras la realización de su voto permitía predecir (como lo apunté el artículo anterior) que su necesaria participación en el sistema corría el riesgo de haber terminado.

Atribuir como excusa para abstenerse en el aforamiento del anterior rey la mala tramitación en el Congreso del procedimiento constituye un encubrimiento del abandono de la coparticipación en el sistema del que el PSOE ha sido parte sustancial hasta la fecha. A la vez, podría suponer, como indica Enrique Gil Calvo (“La Sobreactuación Republicana”, El País, 25, 6, 2004) “hacer de la Corona un chivo expiatorio sobre el que poder descargar y proyectar todas las culpas colectivas que son propias exclusivamente de la clase política”. Este rechazo al aforamiento del rey puede suponer, además, la peligrosa cesión para el sistema de la defensa de la forma de la jefatura del Estado a la derecha, lo que nos abocaría a una crisis institucional de graves consecuencias. Hito que promociona en el seno del socialismo la argumentación de que la monarquía constitucional es cosa de la derecha, volando el encuentro de la Transición que dio lugar a la Constitución. Se uniría así el socialismo español a los dinamiteros nacionalistas y otros recién llegados.

  Es un gesto trascendente el abandono en la derecha del aforamiento real, excesivamente irracional y arriesgado, que ni siquiera admite el consejo de Felipe González en esta cuestión. No hacer caso al líder que hizo del PSOE un referente institucional imprescindible en la moderna trama política española, a la vez que lo erigía en la casa común de la izquierda, es un hecho de repercusión interna que muestra el cambio radical que padece su partido. El líder que transformó los pequeños restos clandestinos del PSOE  en un partido moderno enfrentándose al izquierdismo y llevándolo al centro político para mejor servicio a la generalidad de la sociedad española, que hizo del PSOE un partido útil a la sociedad, no es escuchado. Hecho sintomático.

Pues el socialismo, la socialdemocracia, -habría que avisar por si aún estamos a tiempo- sin la coparticipación en el sistema constitucional, y sin ser moderador de las contradicciones de clase, no es socialismo, es Podemos. Ya avisó Nicolás Redondo hace días que si jugamos a Podemos acabaremos en Podemos. Si el socialismo es reticente con el sistema, ajeno a la colaboración en el mismo, el socialismo es otra cosa. Así, el socialismo ya empieza exclamar: ¿Constitución, para qué?.

Pero el problema no es nuevo, viene de bastante tiempo atrás, disculpen mi insistencia. El PSOE, de la mano de Rodríguez Zapatero, empezó a prologar el discurso de Podemos en todas sus facetas de ruptura política favoreciendo su triunfal llegada. La tesis de Jefferson, por la que toda generación tiene derecho a su propia constitución (afortunadamente rechazada en aquel ilustrado despacho oval por sus amigos Hamilton y Madison) y que hoy esgrime la izquierda bolivariana, resurgió en la Moncloa cuando su inquilino era Zapatero, después que anunciara a todo el mundo la existencia de un abuelo republicano fusilado (tipo de referencia que habían callado otros políticos), apuntalando con este gesto su invención de la memoria histórica como plataforma ideológica revanchista. Los gestos y las poses, para posterior gloria del advenimiento de  Podemos, prosiguió con la legitimación de ETA tras una larguísima negociación con ella, que finalizaría con la legalización de Batasuna al alto coste de la desnaturalización del Supremo por el Tribunal Constitucional.

Por ello Pablo iglesias no tiene que inventarse argumentos nuevos respecto a la necesidad de acabar con un sistema tan podrido que ignoraba la existencia del abuelo fusilado, lo que no era cierto, ni inventarse de nuevas el respeto que le merece ETA, pues ya se encargó Eguiguren de concedérselo y con  él todo el PSOE, ni tampoco la actitud hacia el derecho a decidir de Cataluña, pues con Zapatero se facilitó la puesta en marcha del secesionismo catalán con un tripartito que mandaba al monte a CiU y el impulso de un nuevo estatuto catalán que resultó inconstitucional y del que el actual separatismo recogió muchas de sus actuales reivindicaciones. El socialismo desde la era ZP facilitó la triunfal entrada de Podemos en la historia política española, pues todo lo ideológicamente respetable que supuso la Transición se encargó paso a paso de derribarlo, sin poder capitalizar él mismo todo sus nuevos gestos, compuesto de desaforados retales izquierdistas, al carecer de credibilidad para ello, porque, sencillamente, el socialismo no era lo que impulsaba ZP, era Podemos

Sólo quedaba  la entrada triunfal de Podemos pues la puerta ya se la habían abierto desde dentro del sistema deslegitimándolo y arruinándolo. Al que se le sigue haciendo la campaña con el mutis por el foro socialista en el aforamiento de don Juan Carlos. Hito incomprensible que quedará para la historia.

Este comportamiento contradictorio con su pasado “felipista” obliga a pensar en  qué es lo que en la actualidad cohesiona al PSOE. Pues abandonado el corpus político y el discurso que le conformaba como el acicate por la izquierda de nuestro sistema, cabría preguntarse en lo que de nuevo le cohesiona. Las generalidades sintetizadas para titulares de prensa de Madina o Sánchez no son suficientes, no dan ni para el manifiesto constitutivo del cantón de Utrera, sus discursos se centran en lo que le importa al PSOE, es decir, el PSOE, ensimismamiento que le conduce a su desaparición. Debería  existir algo más en este partido, no sólo la pasión izquierdista desencadenada, auténtico delirio para llevarnos hacia la parroquia de la esquina con una tea en la mano. Pero lo único que parece cohesionarle, en mi opinión, es la cultivada fobia desde años atrás hacia el PP.

Me dirán que ese tipo de cohesión bajo la fobia no es un partido, más bien una horda, pero así parece ser (observen la argumentación Magdalena Álvarez a la hora de abandonar su puesto en el Banco Europeo de Inversiones). La argumentación política contra el PP desde hace años se sustituyó, desde el descubrimiento de la necesidad del cordón sanitario, por su conversión en chivo expiatorio, a la que ahora viene unirse, pues todo ello es cosa de la derecha, la monarquía parlamentaria española. De esta manera espera el auténtico e histórico socialismo, reivindicado por sus nuevos líderes    -partido que nunca existió pues se reinventó en Suresnes-, el de alma republicana que nunca tuvo, ganarse el favor de las empobrecidas masas ciudadanas mediante eslóganes y gestos izquierdistas cuando carece de la más mínima credibilidad para presentarse en esa guisa tras cuarenta años de colaboracionismo con un malvado sistema que ha sido el único que ha funcionado en toda nuestra historia moderna.

No sólo se disfraza el socialismo en esta nueva etapa sino que deserta de lo más digno y respetable de su historia. En esta deserción la credibilidad  se la otorga a Podemos, que si está llamado a ejecutar su papel izquierdista, más articulado y sinceramente revolucionario (aunque sea latinoamericano) que el iniciado por el socialismo, exclusivamente obsesionado en fabricar titulares y gestos en contra del PP. Es evidente que el PSOE está cediendo al partido de la derecha toda la defensa del sistema ratificando su tendencia a convertirse en un partido inútil y, por lo tanto, en disolución en pocas fechas. Porque el socialismo español no se constituyó en un partido útil mirando su historia en el desastre de la II República, se hizo adecuándose para la Transición política de 1977. Ahí surgió como un partido, pues fue útil a la sociedad.

Cuando el PSOE era un partido, útil al servicio de la sociedad, era un partido débil, recién construido, salido prácticamente de la nada, sometido a la importancia de un potente PCE, que tenía que ganarse su futuro en el ejercicio de una política que pasaba por la democratización de España. Era un partido orgánicamente débil, hábil y responsable en la política (“los experimentos con gaseosa”),  el que dio lo mejor de si. Pero su tarea se truncó con la fortaleza ganada al socaire del poder, porque los partidos fuertes se bastan a sí mismo, se convierten en un fin en sí mismo,  se enajenan por instinto endogámico de la sociedad, y la endogamia les conduce al totalitarismo y a la corrupción –los partidos en España se radicalizan tras el largo disfrute del poder, no por las reivindicaciones de las masas-. Cuando el PSOE era un partido se ceñía a los intereses políticos de la sociedad, no sólo participaba en el sistema sino lo creaba, e incluso facilitó el consenso con sus adversarios. Entonces, cuando era débil y preocupado por la política, fue un partido útil, abierto, que abarcó prácticamente a toda la izquierda y toda la intelectualidad progresista. Cuando llegó a ser un partido fuerte espantó a los intelectuales y segregó su ideología revolucionaria como recurso para la supervivencia a espaldas de una sociedad olvidada, a la que  intenta seducir con discursos radicales.

Cuando el PSOE era un partido constituía un baluarte de la legalidad constitucional.