Cumbre borrascosa

Tal vez el Rey no debería hablar así y seguramente no lo habría hecho si el presidente hubiera defendido mejor las posiciones de España. Zapatero nunca debió hablar desde esa complicidad tácita, de camaradería ideológica con Chávez. Cabe preguntarse qué habría pasado si Chávez se hubiese conformado con decir que Aznar era ‘la derecha extrema’.

El presidente del Gobierno ha debido de concluir esta semana que a la Cumbre Iberoamericana se le plantea un futuro melancólico y que la Alianza de Civilizaciones tiene límites. Uno de ellos es que el interlocutor no pertenezca al colectivo de los seres civilizados. Un suponer, Hugo Chávez, que acusó a los empresarios españoles de haber organizado el golpe contra él de 2002 y, aprovechando el viaje, llamó «fascista» al anterior presidente del Gobierno español. Otros suponeres, Daniel Ortega, Carlos Lage, Néstor Kirchner, Evo Morales y Rafael Correa, que lo defendieron mientras arremetían contra nuestros empresarios, esos carroñeros.

El Gobierno español se ha presentado a esta cumbre con un cheque de 1.500 millones de euros para el fondo del agua y los empresarios españoles han invertido en Iberoamérica la nada despreciable cantidad de 100.000 millones de euros, como dijo justamente el presidente Zapatero en su respuesta.

Es verdad que éste discutió con Chávez sobre su insulto, pero fue desde una posición improbable como estadista: «No seré yo quien esté cerca del ex presidente Aznar, pero Aznar fue elegido por los españoles y exijo », momento en que es interrumpido dos veces por Chávez: «Dígale lo mismo a él, presidente», a lo que Zapatero asiente: «Por supuesto». Fue ese momento en el que el Rey terció para gritar a Chávez con evidente irritación: «¿Por qué no te callas?»

Tal vez el Rey no debería hablar así y seguramente no lo habría hecho si el presidente hubiera defendido mejor las posiciones de España. Zapatero nunca debió hablar desde esa complicidad tácita, de camaradería ideológica con Chávez, en plan qué me va usted a contar que yo no sepa de ese señor, pero éste no es momento ni lugar.

Cabe preguntarse qué habría pasado si Chávez se hubiese conformado con decir que Aznar era ‘la derecha extrema’ o negase haber hecho nada distinto de lo que hace la vicepresidenta y portavoz del Gobierno en las ruedas de prensa que siguen a los Consejos de Ministros; si hubiera argumentado que él, después de todo, creyó a nuestro ministro de Asuntos Exteriores cuando acusó al partido de la oposición de apoyar el golpe de Estado que un grupo de empresarios venezolanos intentó contra Hugo Chávez el 13 de abril de 2002. Moratinos había lanzado la acusación en noviembre de 2004, en el programa televisivo ’59 segundos’. El 23 de aquel mismo mes, Chávez fue recibido en La Moncloa por el presidente Zapatero. Aquel mismo día, el espadón venezolano se hizo eco de la acusación de Moratinos sin que su anfitrión le reconviniera por ello. Ya, de paso, expresó su satisfacción por la ruptura de España con Estados Unidos.

Probablemente no sabía Chávez que unas horas más tarde los Reyes viajaban a EE UU para almorzar con George Bush en el rancho Crawford, y ver de recomponer el desaguisado de nuestras relaciones con la primera potencia mundial. Quizá tampoco sabía Chávez, y no está comprobado que lo supiese Moratinos, que doce días antes, el 11 de noviembre, Zapatero había invitado a cenar en La Moncloa a Gustavo Cisneros, un empresario venezolano que pasaba por ser uno de los principales patrocinadores de la citada intentona antichavista. El motivo de la cena era pedir a Cisneros su intermediación y buenos oficios frente a Bush, dadas las buenas relaciones que el empresario mantenía en los círculos del poder norteamericanos.

¿Y cuál era la relación de Zapatero con su invitado para pedirle misión tan delicada? Nada personal, sólo negocios. Gustavo Cisneros tenía motivos de agradecimiento con el Gobierno socialista. El 4 de diciembre de 1984 él fue el gran beneficiario de la privatización de Galerías Preciados, expropiada a Ruiz Mateos junto al resto de Rumasa. Dos años y diez meses después, el 8 de octubre de 1987, Cisneros vendía Galerías por 30.600 millones de pesetas, en un pelotazo extraordinario. ¿Quiere esto decir que Felipe González fue cómplice del golpe fallido contra Chávez? Evidentemente, no. Nadie puede prever que una parte de los 29.100 millones de beneficio que alguien va a extraer de la empresa que privatizas hoy y que va a ser revendida pasado mañana, van a ser empleados 18 años más tarde para preparar un golpe de Estado contra un caudillo autoritario. Sí se puede decir que González nunca tuvo la menor simpatía por Chávez, como lo demuestran sus palabras de aquellos cuatro días de abril en los que el porvenir de Venezuela era incierto: «Por los votos o por las botas, Chávez es un autoritario que liquida las libertades».

También por aquellas fechas, la responsable de Relaciones Internacionales del PSOE, Trinidad Jiménez, dijo: «Chávez venía dando autogolpes en los últimos años, desmantelando el sistema democrático, ya que actuaba como un dictador y era un ejemplo de cómo a través de unas elecciones democráticas se puede llegar al poder y actuar dictatorialmente».

Es sólo por contextualizar, pero parece que tenemos un poco liada la madeja en materia de política exterior.

Santiago González, EL CORREO, 12/11/2007