De Suresnes a Vistalegre

ABC 19/10/14
IGNACIO CAMACHO

· Vistalegre puede ser el Suresnes de la izquierda populista. Podemos no crece por lo que propone sino por lo que rechaza

CUARENTA años justos después de que Alfonso Guerra dibujase en la pizarra de Suresnes la hoja de ruta del final del franquismo –equivocándose de pleno aunque un guiño de la Historia le permitiese luego enmendar su yerro–, un joven profesor con coleta ha proclamado desde Carabanchel el delendus del régimen constitucional. Aunque se llama Pablo Iglesias viene dispuesto a liquidar al PSOE, el partido que más tiempo ha gobernado en la democracia. Pese a su retórica tardomarxista no es un visionario dogmático sino un populista posmoderno alzado sobre una ola de descontento que ha sabido interpretar como la clave de un final de época. Trae un programa económico disparatado y simplista inspirado en un neocomunismo utópico pero ha conectado con el hartazgo ante la corrupción, el clientelismo y la endogamia de un sistema cuyo desplome ha sabido intuir con la percepción oportunista del que echa la última moneda en una tragaperras a punto de otorgar el premio. Y va lanzado, con la convicción de un profeta. Porque el éxito de Podemos, que en este momento tiene en el bolsillo cincuenta diputados, no consiste en lo que propone sino en lo que rechaza.

Esa reunión de Vistalegre puede ser el Suresnes de una nueva izquierda. Bajo su discurso anticasta, Podemos no pretende acabar con el bipartidismo sino sustituir una de sus dos patas. Su primer objetivo es acabar con la socialdemocracia y la tiene a tiro porque ha logrado encajonarla. Sus estrategas, que son politólogos universitarios, han recogido las cenizas contestatarias del 15-M para abonar con ellas un movimiento de ruptura; se han dado cuenta de que la crisis empuja a la radicalidad a las clases medias empobrecidas y han sabido entrever el final del moderantismo. Su propuesta se dirige a capitalizar la ira y el sentimiento social de desamparo. El socialismo templado, convaleciente del fracaso zapaterista, no encuentra su sitio, desbordado por la soflama de un discurso prerrevolucionario.

Aupado por las televisiones, a las que proporciona golosas cotas de audiencia reforzadas por el debate en las redes sociales, Podemos se ha erigido en cauce del rencor contra los abusos de un sistema viciado. Ofrece a la sociedad cabreada la posibilidad de romper a pedradas el escaparate de la «casta». Y sobre esa corriente emocional de cólera popular está construyendo un proyecto de poder, de gobierno. Iglesias y los suyos no se conforman con ser los pepitos grillos del régimen, la mala conciencia de los partidos abotargados; quieren gobernar, refundar el Estado. Si alguien los contempla como una anécdota se equivoca, y más aún si los pretende utilizar para apuntalar una victoria pírrica por división del adversario. Porque traen dinamita para volar los cimientos del sistema. Y si lo logran no será un experimento reversible: su «proceso constituyente» es la formulación explícita de una post-democracia.