Deportistas

ABC 06/07/14
JON JUARISTI

· La apelación del abogado de Urdangarín al prestigio deportivo de su defendido parece un sarcasmo

HAY un aspecto del caso Nóos o caso Urdangarín que apenas suele ponerse de relieve, pero que resulta particularmente escandaloso. La falsa ONG montada por el duque de Palma y su compinche, Diego Torres, con el único fin de apropiarse de subvenciones públicas destinadas a fantasmales proyectos de interés social, no vendía solamente humo a las instituciones extorsionadas (Govern balear, Generalitat valenciana, Ayuntamiento de Madrid). Vendía humo depor

tivo. La última línea de defensa del abogado de Urdangarín, tras las confesiones del contable de la trama, Marco Antonio Tejeiro, se ciñe al susodicho aspecto, al subrayar que su cliente tenía algo valioso y efectivo que ofrecer a cambio del apoyo institucional a los proyectos del instituto Nóos: su gran prestigio personal como deportista de élite.

De entrada, el argumento parece flojísimo. Urdangarín no habría obtenido un céntimo de subvención de haberlo fiado todo a su ejecutoria como balonmanista. Consiguió saquear gobiernos autónomos, fundaciones municipales y empresas privadas esgrimiendo su condición de yerno del anterior Rey, no la de antiguo miembro de un equipo olímpico indiscutiblemente brillante en un deporte minoritario. Para desmontar esa falacia basta con preguntarse si habría obtenido el mismo o parecido respaldo oficial para proyectos tan inconsistentes como los de Nóos cualquier otro notorio balonmanista retirado. Está claro que no se habría concedido análogo trato ni a un balonmanista, ni a un tenista acumulador de Copas Davis ni a un exdelantero de la Roja.

El deporte no fue por tanto el incentivo real al que respondió la munificencia institucional con Nóos, sino la cobertura moral invocada para facilitar transacciones que tenían desde el comienzo una pésima pinta. Para facilitárselas, sobre todo, a los pagadores, y de ahí la genialidad criminal del urdidor de la estafa, ya fuera este el duque o su profesor o quien se la inspirase a ambos, si lo hubo. Porque soltar pasta para el deporte equivale hoy a lo que hace sesenta años era apoquinar para los chinitos del Dómund. Una posición en teoría inatacable.

El deporte es la religión global en la era del nihilismo triunfante (solo el integrismo islámico le hace frente de forma decidida, encarrilando la energía de sus fieles hacia la yihad). El deporte promete superación de las confrontaciones armadas, cuerpos gloriosos sin pasar por el enojoso trámite de la muerte y una ética, adecuada a la competitividad universal, basada en el esfuerzo muscular y el sacrificio dietético. De ahí la estúpida moda pedagógica, impulsada desde los gobiernos, de proponer a los escolares como modelos a imitar figuras del deporte, Nadal o Messi, por ejemplo, en sustitución de las vidas ejemplares de los santos o de las vidas heroicas de los próceres patrios o de los científicos durante la fase de secularización.

Lo cierto es que un deportista, incluso el más excelso, solo puede ofrecer para su imitación virtudes y destrezas deportivas. Pura tautología. Será más o menos simpático, mejor o peor persona, pero tomarlo como modelo para triunfar en los negocios, en las matemáticas o en la medicina hospitalaria constituye un despropósito. Sin embargo, ese era el tipo de humo que vendía Nóos: el deporte como clave para el perfeccionamiento moral de los escolares, la redención de los pobres, el multiculturalismo y el desarrollo sostenible. Y los gobiernos autonómicos y las fundaciones municipales se lo compraban. Matizo: se lo compraban como coartada, por si, llegado el caso, se descubría el timo. En fin, apelar a estas alturas al prestigio deportivo de Urdangarín parece un chiste sin gracia.