Juan Carlos Viloria-El Correo

Los que desde las propias filas de la derecha fustigaron al PP de Mariano Rajoy atraviesan horas de confusión y perplejidad. Ahora lamentan que las huestes de Santiago Abascal reclamen su trozo del pastel poniendo en riesgo algunos gobiernos autonómicos y ayuntamientos necesitados de su concurso. Entonces jaleaban aquello de la «derechita cobarde» como la síntesis de un discurso que al final abrió las puertas de las instituciones, con más de dos millones de votos, a un movimiento que ponía decibelios al genoma más radical de la derecha española clásica.

Estos días las voces políticas y mediáticas que reclamaban más énfasis nacional al PP y tildaban a Rajoy de «maricomplejines» le exigen a Vox que se pliegue a los intereses de la derecha nacional. Los dinamiteros del centro derecha añoran los viejos tiempos de un PP sólido. Ahora le acusan a Santiago Abascal de infantilismo político. Le reprochan su falta de sentido de Estado. Le tachan de amateur en un terreno que requiere a profesionales de la política. Y probablemente con razón ¿Pero quién ha creado la criatura que ahora reclama poder, respeto y un lugar en la mesa de los grandes? El PP perdió en las últimas elecciones generales ganadas por Pedro Sánchez la mitad de los votos que había logrado Rajoy en su despedida. Se repartieron entre Ciudadanos, Vox y la abstención. El resultado fue una segmentación de voto conservador como no se conocía desde la voladura del la UCD. Otra voladura, por cierto, ejecutada desde dentro. Y que dio paso a un largo mandato de los socialistas bajo el liderazgo de Felipe González. Sus mayorías absolutas y suficientes superan de largo la precaria mayoría de Sánchez, aunque no se puede descartar que en una mapa político tan fragmentado como ha quedado la política partitocrática en España, la fontanería socialistas de geometría variable consiga que el centro derecha no vuelva por la Moncloa en muchos años. Solo si el centro derecha recupera la cohesión y unas señas de identidad compartidas podrá aspirar a doblar el brazo de Sánchez y su fórmula ‘frankenstein’.

La cuestión es saber si Vox con sus casi dos millones y medio de votos tiene futuro o es una burbuja pasajera. Porque el ‘partido’ creado por Vidal Cuadras, Santi Abascal, González Quirós y otros, no es homologable con las organizaciones de ultraderecha clásicas europeas. Tampoco es un partido iliberal como Unión Cívica Húngara de Viktor Orbán, ni, por supuesto, el FN de Marine Le Pen. Tiene un poco de todo, pero especialmente se nutre de segmentos sociológicamente coyunturales: defensores de la caza, de la fiesta de los toros, contrarios al monocultivo de la ideología de género, nostálgicos del patriotismo y defensores de las estructuras tradicionales de la sociedad como la Iglesia. Y esos mimbres pueden servir de argamasa temporal para unas elecciones pero no son suficientes para constituirse en alternativa mayoritaria del centro derecha en la España moderna.