Diez años después de Buesa

 

El planteamiento abertzale de una espiral de pacto entre el Gobierno y ellos para que ETA deje las armas suena a truco gastado. Si que ETA está en sintonía con el debate de Batasuna, ¿a qué espera para cerrar la persiana? ¿O es que quiere que le premien por dejar de matar? Da apuro intelectual ver cómo todavía algunas voces quieren dar crédito a Batasuna.

Cuando se cumplen, hoy, diez años del asesinato del que fue vicelehendakari socialista Fernando Buesa y su escolta Jorge Díez, el balance del clima político en Euskadi durante este tiempo tiene un marcado contraste. Esta década que empezó con la conmoción de la eliminación física de una de las personas más claras y lúcidas del socialismo vasco se cierra con el cambio a un Gobierno mucho más cercano a las víctimas del terrorismo. Por la forma de cuadrar este ciclo, los suyos (y entre los suyos, el lehendakari Patxi López) están seguros de que Fernando Buesa estaría contento, hoy, con el giro institucional que ha dado la comunidad autónoma con el nuevo Ejecutivo de Ajuria Enea. Tan clara era la mente de Fernando que su actitud fue decisiva para que los socialistas rompieran su acuerdo de Gobierno con el PNV en 1998.

Los socialistas sabían que el PNV les estaba traicionando al pactar con Euskal Herritarrok a espaldas del Ejecutivo. Por eso Nicolás Redondo consultó a Fernando Buesa, antes de tomar una decisión. Y el vicelehendakari socialista no lo dudó: «Rompe» le dijo, para dejar en evidencia la deslealtad del PNV con su socio de Gobierno. La decisión de abandonar el Gabinete que generó, entonces, cierta incomprensión en algunos sectores que creyeron que el partido de Redondo había llevado la cuestión a un extremo demasiado radical, se entendió perfectamente tan solo tres meses después. Cuando se escenificó el Pacto de Lizarra que excluía a los partidos constitucionalistas, aderezado con una tregua de ETA que todavía encandiló a muchos ciudadanos.

Han cambiado muchas cosas en estos diez años. Cuando ETA asesinó al dirigente socialista, el 22 de febrero de 2000, el lehendakari de entonces sufrió tal vértigo escénico (había pactado en el Parlamento con el grupo de Batasuna) que no fue capaz de acudir al lugar de los hechos. El pasado mes de junio, sin embargo, el discurso del lehendakari López, después del asesinato del inspector Eduardo Puelles, ha quedado grabado para la historia como un referente del punto de inflexión en el tratamiento institucional a las víctimas. No sólo se había superado la falta de decisión en tantos momentos trágicos en los que los terroristas habían llevado a cabo su limpieza ideológica, sino que Patxi López, como lehendakari, dio un paso adelante dejando a un lado los lamentos o las peticiones a ETA de que pare, para decir a los ciudadanos que la derrota del terrorismo es posible.

Fernando Buesa seguramente estaría contento hoy porque el nuevo Gobierno socialista, apoyado por el Partido Popular, es la síntesis del esfuerzo de numerosos constitucionalistas que, en muchos casos como el suyo, dejaron su vida en el camino por defender una Euskadi en libertad. Pero los actuales responsables políticos tienen mucho trabajo por delante. ETA está muy débil, cierto, pero sigue teniendo planes y no piensa desaparecer sin pedir nada a cambio. El ministro de Interior, Alfredo Pérez Rubalcaba, no deja de repetirlo. El consejero vasco del ramo, Rodolfo Ares, insiste en lo mismo: no hay que bajar la guardia. Y los dos responsables de esta cartera esperan que nadie vuelva a caer en las trampas del mundo de ETA.

La prevención ante las conclusiones del debate producido en la izquierda abertzale ha sido casi general, el resquemor de los escarmentados, más que visible. Pero todavía algunos prefieren quedarse a medio camino en su análisis. Jesús Eguiguren no vacila. Él también espera ver, como la mayoría, la reacción de Batasuna si ETA comete un atentado. Después de su experiencia en el último proceso de negociación, ya no cae en trampas retóricas.

Por eso, que a estas alturas el portavoz de turno de la izquierda abertzale vuelva a plantear la socorrida, y amortizada, espiral de un pacto entre el Gobierno y ellos para que los terroristas dejen las armas suena a truco del que se ha abusado demasiado en los últimos años. El recurso a las distintas voces del mismo mundo también resta credibilidad a sus mensajes. Si Rufi Etxeberria dice que ETA está en sintonía con el debate de Batasuna, ¿a qué espera para cerrar la persiana? ¿O es que quiere que le premien por dejar de matar, como ha sugerido el portavoz Txelui Moreno? Da incluso apuro intelectual ver cómo todavía existen algunas voces que quieren dar crédito a una Batasuna que, mientras no demuestre lo contrario, sigue sometida a ETA. Pero Egibar, que en esta escena de la posible negociación es donde se encuentra más cómodo porque recupera el protagonismo perdido, dice que la izquierda abertzale «quiere que la violencia de ETA desaparezca». ¿Sí? Pues que lo demuestre. Que se imponga. En fin: hechos.

El lehendakari López, en la ofrenda a su compañero asesinado en Vitoria hace diez años, ha despejado dudas, por si acaso. Tolerancia cero para los que siguen apoyando la violencia. Se han tendido demasiadas trampas en estos últimos años en los que se ha perdido demasiado tiempo en debates de salón entre los ‘duros’ y los ‘derretidos’ como para creer que la retórica acabará con la pesadilla. Si ETA les sigue, estupendo. Entonces emularán de verdad al proceso irlandés. Si no les hace caso, ya saben qué tienen que hacer: seguir la estela de Aralar.

Tonia Etxarri, EL CORREO, 22/2/2010