Diferencias e igualdades

EL CORREO 15/06/13
JOSEBA ARREGI

Hay bastantes evidencias históricas que ponen de manifiesto que la defensa de una diferencia termina en la defensa de un privilegio

Todos los nacionalismos surgen de la necesidad y de la voluntad de defender una diferencia hacia fuera, aunque también todos tienden a negar diferencia alguna en el interior de sus propios espacios. Pero el derecho a la diferencia es algo connatural al nacionalismo: sin diferencia a la que referirse, en la que orientarse, la que defender, el nacionalismo pierde su razón de ser.
Esa referencia permanente a la diferencia se convierte en un elemento estructural de la cultura definida por el nacionalismo. Somos diferentes, dice el nacionalismo, y ello se ve… cada cual puede aquí añadir todo lo que se le ocurra, desde la filosofía en los clubes de fútbol, en la alimentación, en la lengua, en las costumbres, en los valores culturales, todo vale.
Por otro lado, no se puede negar que la cultura moderna se sustenta sobre un valor que contradice lo anterior: es la fuerza del valor de la igualdad. Todos los hombres son iguales ante la ley, todos los hombres comparten los mismos derechos por naturaleza, no hay nada que pueda llevar a establecer diferencias entre los hombres: todos tienen los mismos derechos. Incluso el nacionalismo que se basa en el derecho a la diferencia recurre al principio de igualdad: queremos tener el mismo estatus político que aquellos de los que nos diferenciamos, queremos ser iguales a ellos en el estatus político. Por eso dice algún antropólogo –René Girard– que cuando deseamos algo no lo deseamos por el valor de ese algo en sí mismo, sino porque está en posesión de otro. Y por eso son los nacionalismos miméticos: el nuevo se mira en el nacionalismo que niega.
Uno de los ámbitos en los que se aprecia el apego a la diferencia en Euskadi es el que se refiere a las encuestas de todo tipo: en la valoración de los políticos, en la valoración de la política antiterrorista, en la apreciación de determinadas sentencias de los tribunales, por poner algunos ejemplos. Eso ha sucedido con la decisión del Tribunal Constitucional de no dar cauce a la salida de Arnaldo Otegi de la cárcel hasta que se vea el fondo de la cuestión por la que debe ser juzgado todavía. Más de un comentarista de medios ha indicado, como no podía faltar, la diferencia que dicha decisión provoca entre los españoles, sin los vascos, por una parte, y entre los vascos solos por otra. Unos la aplauden mientras los otros se manifiestan en contra.
Es lo normal. Pero lo curioso está en la valoración que hacen algunos de esta diferencia. Cuando alguien pone en entredicho el valor de la diferencia porque puede estar en contraposición con el principio de igualdad, normalmente recibe como respuesta que es una afirmación neutra de la diferencia, sin que ello presuponga privilegio para un lado, o menosprecio para el otro lado. Hay bastantes evidencias históricas que ponen de manifiesto que la defensa de una diferencia termina en la defensa de un privilegio y en el menosprecio de aquel con respecto al que se reclama la diferencia.
En el caso de la decisión del Tribunal Constitucional ha quedado del todo patente. Un analista de medios de comunicación ha escrito que en esa diferencia los vascos ponen de manifiesto su amplitud de miras, con lo que los españoles no están en posesión de la misma amplitud de miras, son de mente estrecha. Como la cuestión es de relevancia, pues se trata de amplitud o de estrechez de mente en relación a la historia de ETA, a la memoria, a la paz y a lo que es preciso para consolidarla, en relación a las víctimas y su dignidad, uno se pregunta qué significa la diferencia de valoración de los vascos en relación a los españoles respecto de la decisión del tribunal Constitucional negando la salida de la cárcel de Otegi.
Uno se pregunta si realmente esa diferencia se debe a una amplitud de miras o se debe a que el corazón, si no la mente, la tienen la mayoría de vascos todavía más cerca de los victimarios que de las víctimas. Uno se pregunta si esa amplitud de miras es tal, o más bien un querer cerrar el libro para no tener que pensar más en la historia de terror de ETA, para no dejarse incomodar por ese recuerdo. Uno se pregunta si la amplitud de miras es realmente amplitud de mente o esfuerzo por cerrar la historia y no tener que preguntarse qué ha hecho cada uno a lo largo de esta dramática historia de terror, dónde ha estado cada uno, qué ha defendido y qué no, si ha pasado, si ha cerrado los ojos, si ha mirado a otra parte.
Es normal que estemos satisfechos con lo nuestro, que nuestra tierra nos parezca la mejor del mundo, nuestra gastronomía inigualable, nuestras escuelas las mejores, nuestra universidad sin par, nuestro esfuerzo en investigación sobresaliente, nuestra filosofía en fútbol sin parangón. Pero ¿quién se hace cargo de la historia de terror de ETA? ¿Quién asume la responsabilidad de haber jaleado durante tanto tiempo su ejercicio de la violencia terrorista, de haber justificado su terror, de haber mirado a otra parte, de haber pensado y dicho que algo habrían hecho las víctimas, de haber ocultado a éstas, de haberles negado la visibilidad, de haber criticado todas las medidas que han conducido a la derrota del terrorismo?
Ahora que tantos parabienes ha recibido Gesto por la Paz, ¿no nos vamos a acordar de que en muchas de sus acciones apenas se reunía gente suficiente para sostener la pancarta? ¿Acaso vamos a olvidar que cuando hemos salido en masa a la calle casi nunca ha sido para pedir la disolución de ETA como tal, sino para mostrar nuestra adhesión al partido convocante, a la institución convocante? ¿Dónde estaba la masa cuando la convocante era Gesto por la Paz?
Pero esa es nuestra historia. No es de nadie más. ETA nace en el seno de la sociedad vasca. Es la sociedad vasca la que le ofrece durante demasiado tiempo la campana de oxígeno de la legitimidad para seguir con su terror. Y la que ahora, me parece, quiere cerrar la historia cuanto antes, para no tener que preguntarse nada. Y además lo quiere vender como amplitud de miras, diferenciándose de los otros, los españoles tan mezquinos y estrechos ellos.