Dignificar la política

Vicente Carrión Arregui, Profesor de Filosofía, DIARIO VASCO, 20/6/11

Hay muchos motivos para estar desolado respecto a las incompetencias del sistema pero hemos de evitar la esquizofrenia de creer que los políticos son peores que nosotros mismos

No es ninguna novedad que la gente despotrique de los políticos pero la confluencia de las últimas elecciones con el 15M, la crisis y la debilidad gubernamental parece haber abierto la veda para que opinadores, sondeos de opinión y todo bicho viviente declaren que los políticos son los culpables de casi todo lo que nos pasa. Comprendo el malestar socioeconómico que late bajo tal atribución pero me desconcierta un poco que resulte tan unánime. De algunos opinadores cultos y cabales cabría esperar que no incentivaran la demagogia si de verdad queremos fomentar la participación de los jóvenes en la cosa pública. A fin de cuentas, y tal como vimos en mayo del 68 o en la lucha antifranquista, entre los ‘indignaos’ de hoy están los políticos de mañana.

Es verdad que cada día resultan más escandalosas las prebendas, incompetencias y malos modos de muchos políticos y que es muy saludable la exigencia de una democracia más participativa y de un mayor control sobre los agentes financieros que tanto están incrementando las desigualdades sociales pero, en mi opinión, las miserias de la clase política no son sino el espejo en donde se desnudan las imperfecciones humanas por lo que resulta pueril intentar sentirnos mejores a fuerza de hablar mal de ellos. ¿O es que en nuestras empresas, familias, barrios o centros educativos no es moneda común que quien pueda abuse de sus subordinados, ignore a los de abajo o busque su beneficio personal en primera instancia? Nada más lejos de mi intención que justificar las prácticas abusivas o ineptas de tantos políticos; sólo pretendo sugerir que no son muy distintas de las que mayoritariamente se practican en el tejido civil de la vida cotidiana.

Lo diré de otro modo. Que yo sepa, casi nadie se ofrece voluntario para presidir su comunidad de vecinos, pocos padres son activos miembros de las AMPAs (Asociación de Madres y Padres) escolares y son escasos los profesores que se ofrecen desinteresadamente para integrar los equipos directivos de sus centros educativos. El asociacionismo cotiza a la baja y ni en los sindicatos ni en los barrios ni entre los estudiantes encontramos apenas experiencias de altruismo, solidaridad y conciencia cívica de disfrutar haciendo algo por los demás, excepción hecha de los entornos más ideológicos o religiosos. ¿A qué viene entonces tanto alboroto a cuenta de la participación cuando vivimos encapsulados en nuestros ombligos, echando cuentas de los minutos que podemos perder haciendo un favor a alguien?

Curiosamente, me atrevería a sugerir que buena parte de los políticos profesionales, al menos de los que yo conozco, han llegado a las instituciones públicas después de muchos años de trabajo social en barrios, sindicatos, centros educativos y asociaciones de todo pelaje. Puede que ello mismo les incline inconscientemente a quererse cobrar ahora tantos años de entrega desinteresada pero, sinceramente, viendo cómo se cuartean sus rostros, cómo envejece el poder, los guardaespaldas, la sensación de que lo que haces bien no se agradece porque es parte del oficio y lo que haces mal se magnifica hasta el trastorno mental, no sólo no me dan envidia sino que me apena bastante su desgaste y me pregunto por qué no habrá más candidatos a políticos entre quienes tan a la ligera les despellejan. Porque desde los tiempos de Platón ya sabemos de las dificultades que entraña el ejercicio del gobierno. Sólo que el sabio ateniense, en vez de limitarse a quejarse, esbozó todo un proceso educativo -Libro VII de ‘La República’- selectivo y arduo para garantizar que fueran los mejores y los más sabios quienes afrontaran tal reto. Una sugerencia a la que no parece que hemos hecho mucho caso.

Tampoco voy a ocultar que yo también me quedo perplejo ante el automático distanciamiento que el acceso al poder político parece provocar tanto en la izquierda como en la derecha o el medio. En unos tiempos en que la informática, los recursos humanos, la gestión empresarial y toda acción colectiva nos invitan a trabajar en red, los políticos se mantienen en su pirámide, impermeables por completo a quienes les hemos votado y queremos apoyarles y ofrecerles nuestra colaboración. Parece imposible delegar, escuchar, preguntar o implicar a quienes sean exteriores al aparato burocrático. Hubo un tiempo en que los partidos intentaban captar a gente valiosa. Ahora es al revés, la gente valiosa se sabe desdeñada y ninguneada por quienes temen que alguien les arrebate el sillón.

En fin, que hay muchos motivos para estar desolado respecto a las incompetencias del sistema pero hemos de evitar la esquizofrenia de creer que los políticos son peores que nosotros mismos. Por el hecho de polarizar sus vidas ante el espejo público y de renunciar a buena parte de su tiempo libre y su intimidad -por espurias que sean sus razones-, a mí ya me merecen un respeto enorme. Caer en el juego de cebarse en los defectos ajenos para sentirse mejor es un mecanismo muy humano, atávico y universal, el llamado ‘chivo expiatorio’, que no resuelve gran cosa. Si queremos mejorar nuestra democracia haciéndola más participativa, crítica y justa, más que demoler la labor ajena hemos de buscar cauces para demostrar que queremos, podemos y sabemos hacerlo mejor que aquellos a quienes denostamos.

Vicente Carrión Arregui, Profesor de Filosofía, DIARIO VASCO, 20/6/11