Discriminación positiva

EL CORREO 28/12/14
FERNANDO SAVATER

· Imaginemos que apareciese un partido populista que en vez de viejos y flatulentos tópicos de la extrema izquierda –como Podemos– repitiese viejos y flatulentos tópicos de la extrema derecha

Como estas fechas son propicias a las rememoraciones, voy a recordar un viejo chiste (muy viejo: a mí me lo contaba mi abuela, de modo que imagínense). En el tren van sentados frente a frente una mamá con niño de cinco o seis añitos y un adusto caballero que trata de leer el periódico. El niño grita, llora, pide la luna y de vez en cuando le atiza una patada al vecino señor, sin que la mamá haga gran cosa por controlarle salvo leves reconvenciones. Por fin, el ofendido se harta y dice en voz alta: «Si ese niño fuese mío, ya le habría dado unos azotes». A lo que la madre responde: «Hombre, si ese niño fuese suyo yo le habría tirado ya por la ventanilla».

Un doble rasero parecido solemos ver entre gente que se considera a sí misma de izquierdas o progresista a la hora de enjuiciar los sucesos políticos de mayor actualidad. No voy a referirme a la atroz matanza de niños de Peshawar, que no se debió al error o daño colateral de una acción bélica (lo cual ya hubiera sido suficientemente malo) ni siquiera a la ejecución de supuestos adversarios políticos como en Iguala, México (otro auténtico horror), sino que fue una deliberada inmolación de inocentes a una deidad en cuyo nombre se decide quién debe vivir y quién debe morir, sin más explicaciones. Si una barbaridad semejante la hubiesen cometido israelíes, por ejemplo, o yanquis, todavía estarían las calles llenas de manifestantes protestando justificadamente por ello. Pero como los autores no son adversarios políticos tan relevantes, el asunto entra en el amplio saco de lo deplorable, junto a terremotos y otros accidentes.

Prefiero referirme a cosas menos tremendas. Sea la dimisión del fiscal Torres-Dulce. Se interpreta su marcha como un cese encubierto por culpa de las presiones de un Ejecutivo que no respeta la independencia judicial. Pero ¿es el primer gobierno que se comporta de este modo autoritario? ¿Fiscales generales anteriores, como Conde Pumpido o Jesús Cardenal, se mantuvieron en su cargo hasta el final porque nadie les presionó o porque eran tan dóciles a quienes les habían nombrado que no hacía falta que se les presionase para que hicieran lo que los jefes esperaban de ellos? ¿No debería reconocerse al menos al actual Gobierno el mérito, a falta de otros, de haber designado para el cargo a alguien de suficiente integridad como para negarse a ser mera correa de trasmisión del Ejecutivo, si es que a ello se debe su abandono de la fiscalía? Son consideraciones objetivas que uno quisiera escuchar alguna vez de quienes no son partidarios del gobierno de Rajoy y no sólo de sus apologetas.

Y vamos ahora con el caso más sorprendente, el de la bula de la Santa Cruzada (antes se llamaba así, quienes vivieron el franquismo saben a lo que me refiero) que parecen disfrutar Pablo Iglesias y otros representantes de Podemos ante cierta progresía. Se les defiende de las «calumnias» que vierten contra ellos algunos medios de comunicación y sus adversarios políticos, basadas en el amplio registro de sus intervenciones audiovisuales que cualquiera puede ver en la red. Pero resulta que precisamente en tales apariciones mediáticas se funda el capital político de los interesados: no parece aceptable quedarse sólo con los momentos gloriosos en que denuncian al sistema o la casta institucional, prometiendo tomar el cielo al asalto como se conquistó el Palacio de Invierno, y considerar ‘calumnias’ sus declaraciones sobre ETA, sobre la excarcelación de los terroristas o sobre el comandante Chávez. Los espectadores pueden ser benévolos o malintencionados, pero lo que se dijo ahí está para que cada cual lo interprete como quiera. Hoy no sólo lo escrito permanece, según el dictamen clásico, también lo que fue grabado y filmado.

Hagamos un ejercicio de política-ficción, quizá no tan ficticio después de todo. Imaginemos que apareciese un partido populista en nuestro panorama político, que en vez de viejos y flatulentos tópicos de la extrema izquierda –como Podemos– repitiese viejos y flatulentos tópicos de la extrema derecha. Después de todo la retórica contra los parlamentos corruptos y los politicastros venales es bastante similar: ya se sabe que en una novela brotada al calor de los indignados del 15M, el protagonista revolucionario repetía inflamados discursos tomados directamente de Ramiro Ledesma Ramos, uno de los ideólogos de la Falange Española. Pues bien, si existiesen en la red vídeos del líder de ese partido derechista encabezando tumultos universitarios contra políticos socialistas, interviniendo en el boicot de presentaciones de libros de nacionalistas catalanes, haciendo declaraciones a favor de la clarividencia política de Blas Piñar… ¿sería visto como mera calumnia mencionarlos en su contra? ¿Se descartaría como un simple detalle maliciosamente agigantado que hubiese obtenido apoyo financiero del Tea Party norteamericano o de grupos próximos a la extrema derecha israelí? Me temo que en estos asuntos hay dos varas de medir. Y que los escapularios de la izquierda obnubilan las capacidades críticas de personas que siguen considerándose a sí mismas y siendo consideradas por otros como progresistas…