Discurso contra la verdad

 

Se ha trabajado a fondo para deslegitimar a ETA porque era la forma más segura de atajar el reclutamiento de nuevos miembros. Permitirle ahora justificar su pasado sería una temeridad y un contrasentido. Si se le aceptara alguna justificación histórica, aunque fuera simbólica y con el propósito de que desapareciera, se estaría admitiendo que hubo razones para el crimen.

La idea de que el final del terrorismo etarra puede estar cerca es una percepción extendida en la sociedad vasca y en la clase política, aunque es posible que muchos de los que ahora forman parte de ETA no lo sepan o no opinen lo mismo. La carta del ex dirigente de la banda Francisco Múgica Garmendia, conocida la semana pasada, evidencia que la convicción de la derrota está instalada al menos en una parte de las clases pasivas de ETA, las que esperan en la cárcel el final de la guerra que han alimentado durante tanto tiempo.

Argumentos similares a los expuestos en esa carta fueron rechazados en el debate habido en el seno de ETA a finales de 2002 y principios de 2003, del que salió la decisión de continuar adelante con las armas. No obstante, la situación propicia que se reabran debates públicos acerca de cómo debe ser el final del terrorismo. La semana pasada, en las páginas de este periódico, cinco profesores universitarios abogaban por facilitarle a ETA la elaboración de un discurso «en el que otorgue sentido tanto a su pasado como al cese de su actividad», que le ayude a hacer «una interpretación políticamente creíble y soportable de su cese», soportable, decían, para sus seguidores.

Uno de los frentes de lucha que se han librado contra ETA ha sido el ideológico. Los demócratas han sostenido que no había ninguna razón histórica ni de otro tipo que justificara el asesinato con pretensiones políticas. Se ha trabajado a fondo para deslegitimar a ETA con la convicción de que era la forma más segura de atajar el reclutamiento de nuevos miembros y de cuestionar sus razones. Permitirle ahora, en el final de su historia, un discurso con el que justificar su pasado sería una temeridad y un contrasentido. Una temeridad porque equivaldría a instalar una de esas disposiciones adicionales que tanto gustan al nacionalismo para que los compromisos sean sólo provisionales y para volver hacia atrás cuando se considere conveniente. Y un contrasentido porque atentaría contra el trabajo realizado para dejar a ETA sin argumentos, además de sin armas.

ETA tiene que ser derrotada policialmente, pero también en el terreno político. No puede quedar ningún resquicio que sirva de argumento a los más radicales o a una nueva generación violenta para continuar con las armas, ahora o dentro de algún tiempo. Si se aceptara alguna justificación histórica para ETA, aunque fuera simbólica y con el propósito de que desapareciera, se estaría admitiendo que hubo razones para el crimen.

La única memoria que debe quedar es la verdad de las víctimas. El poeta Juan Gelman, que perdió a su hijo y a su nuera en la guerra sucia de los militares argentinos, reclamaba en 1997 justicia para las víctimas de la dictadura, recordando que para los atenienses «el antónimo de olvido no era memoria, era verdad». Verdad y no discursos maquillados al gusto del verdugo.

Florencio Domínguez, EL CORREO, 8/11/2004