Diversidades

ABC 2/12/12
Jon Juaristi

La diversificación favorece a los nacionalismos, cuyas divisiones internas incrementan paradójicamente sus efectivos

CUANDO un nacionalismo se divide en fuerzas de distinto sesgo —de derechas y de izquierdas—, la comunidad nacionalista aumenta en número. En rigor, los nacionalismos se comportan en forma muy distinta a los demás movimientos políticos. Las divisiones en el seno del socialismo o del liberalismo los debilitan. Al nacionalismo, la fragmentación interna le sienta muy bien. Es algo que no conviene olvidar, el carácter paradójico de los nacionalismos, que pierden para ganar con mayor facilidad.

La explicación de este fenómeno no es sencilla, pero puede intentarse. Un nacionalismo ideológicamente monolítico corre un altísimo riesgo de quedarse aislado frente a los movimientos de signo distinto. Al dividirse en opciones aparentemente contrapuestas, diversifica su oferta e invade el espacio de sus adversarios no nacionalistas. En una palabra, crece. Es decir, crece a expensas del contrario. Un nacionalismo conservador y oligárquico no sólo provoca el rechazo de los nacionalismos antagónicos, sino el de todas las fuerzas progresistas y, a la inversa, un nacionalismo revolucionario se enfrentará inevitablemente con todos los sectores contrarrevolucionarios de la sociedad. Pero desde el momento en que se desdobla en una versión conservadora y otra revolucionaria, rompe la dinámica de las oposiciones verticales a la par que consolida su cohesión interna, aparentemente dañada por las discrepancias ideológicas. Porque un nacionalista conservador será antes nacionalista que conservador y un nacionalista revolucionario seguirá anteponiendo siempre el nacionalismo a la revolución. La expresión política de dicha cohesión ideológica se llama frentismo: una solidaridad —si no natural, al menos espontánea— que no necesita hacerse explícita para unir a los nacionalistas de todas las tendencias ante sus enemigos comunes, los no nacionalistas.

Un nacionalismo que no rebase los límites de su nicho social originario se condenará a la marginalidad y a la impotencia. Para conquistar la hegemonía social (y territorial) deberá alcanzar el grado más alto posible de diversidad política, porque sólo así destruirá la unidad de sus adversarios conservando la suya, a veces en un engañoso stand-by. La diversificación del nacionalismo obliga a los no nacionalistas a un continuo sobreesfuerzo para mantener separadas a las fracciones nacionalistas. Es decir, para evitar la fusión de las mismas en un frente. Es un esfuerzo inútil, que desgasta fatalmente a quienes lo intentan. El nacionalismo diversificado es siempre un frente, aunque no se manifieste como tal. Cualquier concesión hecha por los no nacionalistas a una sola de las fracciones nacionalistas con el objetivo de alejarlas del resto, fracasa siempre porque beneficia al nacionalismo en su conjunto, minando a la vez el campo del que proceden las concesiones, un campo también diversificado pero carente del tegumento frentista.

La historia del período constitucional español iniciado en 1978 demuestra la eficacia de la diversificación de los nacionalismos y la asombrosa facilidad con que los supuestos nacionalistas moderados radicalizan sus demandas cuando la diversidad alcanza un determinado umbral en momentos de crisis del sistema político o económico. E ilustra asimismo la desesperante tendencia de los partidos constitucionalistas a interpretar equivocadamente la fragmentación política de los nacionalismos y a repetir la fórmula de las concesiones selectivas a pesar de su más que probada inanidad ante la cohesión tácita o manifiesta de aquéllos. Sus reacciones ante los resultados electorales en Cataluña prueban que nada ha cambiado en tal aspecto.