Olatz Barriuso-El Correo

Está resultando un ejercicio interesante, alejado de los fuegos artificiales con que se conduce la política en Madrid, analizar cómo se resitúan las fuerzas políticas vascas en esta «nueva Euskadi» gobernada por Imanol Pradales, cómo se resignifican los liderazgos y cómo se redefinen las prioridades. Llamativo es, desde luego, el peso político que parece reservarse el PSE-EE en el Gabinete, una impresión apuntada por las personas elegidas como consejeros y, sobre todo, como vicelehendakari, y enfatizada al conocerse que Mikel Torres gestionará los fondos europeos y el régimen económico de la Seguridad Social, cuando se transfiera.

Los socialistas están decididos a ahondar en el relato de que su presencia en el Gobierno garantiza la política útil y los avances con los pies en el suelo, pero Pradales no parece predispuesto a darles argumentos para que se presenten como el seguro antiaventuras del Gobierno al diseñar el ala jeltzale del Ejecutivo, y la Lehendakaritza, con un perfil mucho más sectorial que ideológico, centrado más en hacer país que en la construcción nacional. Que no es lo mismo.

Bildu, por supuesto, ha estado al quite y ha enseñado definitivamente las cartas con las que hará oposición: presionar al PNV (y desgastarle), en un momento de cierta debilidad orgánica, por el flanco habitual, el del abertzalímetro. Por eso Pello Otxandiano trasladó ayer su «preocupación» ante la posibilidad de que sea el PSE el que «marque el paso» en materia de autogobierno y por eso también, pese al guante blanco que siempre emplea Bildu con Pedro Sánchez, enfatizó la «evidente vulnerabilidad» del Gobierno PSOE-Sumar para apremiar a colarle el gol de la territorialidad. «Tenemos mayoría, somos el 72%», se destapó.

Cerradas ya las urnas y sin elecciones a la vista, salvo que Sánchez adelante las generales, Bildu cierra la carpeta de la transversalidad (aquí no hace falta ampliar la base soberanista, como defendía en ERC el hoy caído en desgracia Junqueras) y abre la del ‘somos más’, la misma cantinela, por cierto, que emplea Sánchez desde que tras el 23-J decidiera sumar a Puigdemont al bloque progresista. Pero las prioridades del nuevo Gobierno vasco, y del PNV, van por otros derroteros. Por si había dudas lo dejó claro el nuevo portavoz jeltzale al hacer ver que sería un tanto exótico ir a Madrid a negociar con Sánchez un acuerdo en el que no estén los socialistas.

La estrategia es otra, y más costosa para el PSOE en términos electorales si se lleva a cabo con todas sus consecuencias. El PNV peleó para incluir en el acuerdo de gobierno la cláusula que pactó con Moncloa en noviembre para que todas las transferencias estén en Euskadi en un plazo «improrrogable» de dos años. Los tiempos para negociar el nuevo estatus (año y medio a contar desde ahora) se definen en cambio como «orientativos». Pradales quiere imágenes que casen con su discurso de impulso de país (gestión de Foronda, ventanilla de la Seguridad Social…) y no discusiones interminables en una ponencia de Autogobierno cada vez más parecida al día de la marmota. Las cosas del comer, en definitiva, que además son mucho más difíciles de rebatir que el Lizarra bis de Otxandiano.