El 9-N o la mentira de «la voluntad de un pueblo»

CRISTINA LOSADA – LIBERTAD DIGITAL – 08/11/14

· Al término de su recorrido por los últimos 500 años de la vida cultural de Occidente, el historiador Jacques Barzun resumía el Zeitgeistcontemporáneo de esta manera: «Lo que el mundo entero quiere no es libertad, sino emancipación y diversión«. La idea resulta muy sugestiva cuando se aplica, una vez reducida la escala, al mapa de lo sucedido en Cataluña. En nombre de la emancipación, que los nacionalistas encarnan en el derecho a decidir, forjaron la masa crítica necesaria para emprender un camino cuyo desenlace (la independencia) no sólo perjudicaría materialmente a muchos ciudadanos, sino que reduciría su libertad. Una libertad ya sensiblemente menguada por el grado de control social (no pensar diferente) resultante de la prolongada intervención nacionalista.

Antaño, con menos sofisticación, la capacidad para embaucar y embarcar a la gente en aventuras que perjudican a muchos y benefician a pocos se llamaba propaganda. Ahora hablamos deestrategias de comunicación para referirnos a lo mismo pero más sutil. Sea como fuere, no se puede más que concordar con Joaquim Coll cuando en el libro colectivo Cataluña. El mito de la secesión. Desmontando las falacias del soberanismo (Almuzara) escribe:

El secesionismo ha logrado a través de una estrategia de comunicación persistente y extraordinariamente eficaz, construida en gran medida a partir de falsos mitos, que buena parte de la sociedad catalana crea que existen graves injusticias que avalan política y moralmente el deseo de la secesión.

Uno de los principales logros de los estrategas-propagandistas, y uno que ha nutrido de legitimidad el proceso, es que se aceptara que el referéndum o consulta, la fórmula para ejercer el inexistente derecho a decidir, responde a una demanda ciudadana, es fruto de una evolución natural de la sociedad catalana y representa, en suma, «la voluntad de un pueblo». Según el relato nacionalista, los dirigentes políticos, Artur Mas el primero, sólo se han puesto a la cabeza de la manifestación: de un movimiento que ya estaba allí, y de una sociedad que pedía claramente, masivamente, transversalmente, el ejercicio emancipador de «decidir nuestro futuro nosotros mismos», algo que al parecer no habrían hecho nunca los catalanes ni a lo largo de los cuarenta años de democracia ni en otras épocas.

Pues bien: no es cierto. En el libro citado, desde la base de datos que proporcionan encuestas y barómetros de aproximadamente los últimos diez años, Juan Arza y Pau Marí-Klose ponen en su sitio la ficción nacionalista de «la voluntad de un pueblo». Ahí van algunos contrapuntos. No había demanda de «más autogobierno» antes de que se lanzara el nuevo estatuto. Después de varios años de machacona insistencia, sólo a un tercio de los catalanes les parecía positivo que el texto estableciera que Cataluña es una nación. El entusiasmo por el estatuto fue tan indescriptible que sólo acudió a votarlo el 36 por ciento. Y ya en plena cabalgada independentista, únicamente una quinta parte de los catalanes consideraba como un problema importante la relación Cataluña-España. Si se atiende al nivel de renta, la preocupación por el «encaje» es muy reducida en las clases populares (11%), lo cual desmiente la idea propagada por el nacionalismo de que todo el mundo está en el mismo barco a efectos de la secesión; eso tan ajeno a las sociedades modernas de «un pueblo y una voluntad».

Cuando corren ríos de tinta sobre la distancia entre los políticos y los ciudadanos es obligado fijarse en otro grupo de datos: los que muestran que los diputados del Parlamento catalán tienen posicionesmás nacionalistas que sus votantes más nacionalistas. En una entrevista sobre el libro, Arza decía:

Las élites políticas, mediáticas y educativas, siempre han sido mucho más nacionalistas que la población y son las que han impulsado debates como el del Estatuto o el de la consulta, que no provenían de una demanda social.

«Los políticos catalanes», escribió al respecto Félix Ovejero, «no son el eco de las demandas de los ciudadanos. No hay otro eco que el de su propia voz». Y todo su esfuerzo, propagandístico, comunicativo, político, se ha dedicado a conseguir que su propia voz, la del deseo de poder sin límites de unas elites, pase por la voz del pueblo. El domingo, de un modo o de otro, harán la representación necesaria para dar de nuevo cuerpo a esa sustitución. Será, seguramente, algo festivo, alegre y faldicorto como todos los actos de masas que han organizado estos años. Por lo que decía Barzun: emancipación y diversión.

CRISTINA LOSADA – LIBERTAD DIGITAL – 08/11/14