El almario del PSOE

ABC 05/06/14
IGNACIO CAMACHO

· Puestos a buscar en el idealismo de su alma fundacional los socialistas podrían acordarse de los cien años de honradez

Lo último que le conviene a Rubalcaba, asediado en su propio partido, es que lo elogie Rajoy por rendir en el proceso de sucesión dinástica el que tal vez sea su último servicio al Estado. En las filas del PSOE vuelve a brincar la vieja tentación –el «alma»– radical, republicana y frentepopulista que González frenó en los setenta con un órdago plebiscitario pero que ahora no encuentra el liderazgo carismático capaz de embridarla. Muchos socialistas miran a babor con una mezcla de miedo y envidia; por una parte recelan de que los fagocite el populismo extremoso de Podemos –quién les iba a decir que acabarían temiendo a un Pablo Iglesias– y por la otra les pide el cuerpo apuntarse a esa emergente izquierda desacomplejada y coletuda. A Felipe, incluso al Zapatero inicial, este debate le duraría dos días; en el atribulado partido actual sin embargo falta capacidad prescriptiva porque su dirección está con un pie fuera y el otro sujetando a duras penas el desplome de la fachada.

Así que Rubalcaba ha optado por cumplir con lo que estima su deber como quien se come un marrón casi a título póstumo, sofocando a duras penas los conatos de rebeldía. Este PSOE desangrado está perdiendo una oportunidad dorada de reforzar ante los españoles su imagen desleída de partido de Estado, de fuerza estabilizadora del orden democrático. A sus dirigentes les convendría sacar pecho y blasonar de responsabilidad nacional, poner en valor la imprescindibilidad de su concurso para evitar una crisis institucional de efectos incalculables; acentuar en suma sus rasgos de centralidad política en vez de medio avergonzarse, escudados en la Constitución, de respaldar a la Corona bajo la que han gobernado sin remordimientos durante dos tercios de la restauración monárquica. Les honra la defensa del pacto de la Transición, pero es una pena que no se atrevan a exprimir el rédito de esa firmeza consecuente para resaltar más su rol de alternativa de poder, de organización fiable frente a la tentación antipolítica.

Lo que está quedando ante la opinión pública, en cambio, es la sensación de un favor terminal al sistema –la «casta»– prestado por la cúpula veterotestamentaria antes de disolverse en la bruma del pasado. Hay en toda la clase dirigente española una especie de complejo de apocamiento y culpa –motivos no faltan, desde luego– que le lleva a ceder el espacio de debate público al minoritario pero crecido radicalismo rupturista. Si la socialdemocracia quiere seguir siendo un valor de referencia tiene que recuperar el protagonismo institucional sin inseguridades. Otra cosa es que se arrepienta de los errores y ofrezca voluntad de regenerarse. Pero a esos efectos, la lealtad a la monarquía debería ser la última de sus preocupaciones. Porque puestos a buscar en el almario del idealismo fundacional bien podrían haber empezado por acordarse de los cien años de honradez.