El ángel de Walter Benjamin

JOSEBA ARREGI, EL MUNDO 22/10/13

Joseba Arregi
Joseba Arregi

· El autor afirma que el debate político se ha centrado en los presos, cuando debería girar en torno a la democracia.

· Apunta que la sentencia del TEDH es la consecuencia de lo que han hecho mal los partidos españoles y vascos.

 

En la política vasca hemos llegado a un punto en el que, a pesar de la historia de sufrimiento que ha supuesto ETA con más de 800 asesinados, con grupos sociales sometidos a amenazas, víctimas del miedo, con miles de exiliados por miedo a ser asesinados, con miles de empresarios extorsionados, víctimas del miedo ellos y sus familiares, con toda una sociedad que, aunque en distintos grados, ha entendido, comprendido, aceptado o legitimado la violencia de ETA, ha terminado ella misma siendo víctima del terror, se ha oficializado el discurso de que para consolidar la paz es preciso desterrar términos como los de vencedores y vencidos.

Ese discurso cubre algunas vergüenzas, como lo hacen casi todos los discursos ideológicos: el proyecto por el que ETA ha matado, amenazado, extorsionado, estigmatizado y segregado a grupos colectivos enteros no puede ser vencido, pues es un proyecto nacionalista, radical, sí, que ha utilizado medios execrables, sí, pero que en su esencia es tan legítimo y defendible en el foro público de la política democrática como cualquier otro.

No va a haber vencedores, quizá. Lo que sí es seguro es que va a haber vencidos. Y con toda seguridad los vencidos van a ser las víctimas. Las primarias, los asesinados, porque ya nada ni nadie les va a devolver la vida que les arrebataron por ser obstáculo en el camino de la Euskal Herria radical nacionalista. Y las secundarias, los familiares y amigos de los asesinados, porque molestan, porque recuerdan lo que mayoritariamente la sociedad quiere olvidar, porque son testimonio del porqué del terror, testimonio de la diferencia inaceptable para los terroristas, memoria viva de la muerte infligida en nombre de un proyecto político, pero que milagrosamente ha quedado sin ser contaminado por los medios radicales aplicados para ser impuesto.

Las víctimas de ETA son perdedoras no por la sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos. Son perdedoras desde mucho antes y con continuidad en el tiempo. La sentencia puede ser dolorosa para las víctimas, puede ser incomprensible para el sentido común, que no es necesariamente el mayoritario en las tierras vascas. Pero los jueces de Estrasburgo, a diferencia de otros, no han tenido en cuenta, no tienen por qué tener en cuenta el contexto político en el que se encuentran las víctimas. Pero no reside ahí el problema.

El problema reside en que las víctimas del terrorismo lo han sido por partida doble, por el asesinato de una persona familiar, y por el ocultamiento al que le ha sometido durante demasiado tiempo la sociedad vasca. Pero ha habido y sigue habiendo otros ocultamientos. En la opinión pública y publicada por ejemplo, especialmente del llamado sector progresista y de izquierdas, que ha tenido mucho más empeño en facilitar la legalización de los acompañantes necesarios de ETA, mucho más empeño en que la justicia se aplicara teniendo en cuenta la realidad social, mucho más empeño en subrayar la manipulación de las asociaciones de víctimas por la derecha, mucho más empeño en salvar la idea de que en democracia y sin violencia se puede y se pueda defender cualquier idea –me imagino las risas que haría un tal Hitler si viviera y escuchara estas cosas–.

Y ateniéndonos a los últimos tiempos, después de que ETA se viera obligada a dejar de matar –por la acción del Estado con todos sus medios de derecho, y no por el empeño de la sociedad vasca como dice el discurso oficial que vuelve así a dañar a las víctimas haciendo de la verdad otra víctima–, el centro de las preocupaciones políticas y mediáticas progresistas se ha enfocado en los presos, en la humanización de su situación como condición para la consolidación de la paz, en criticar el inmovilismo del Gobierno, en minimizar la importancia de todo lo que pueda parecer apología del terrorismo para no poner en peligro esa gran conquista democrática (¿) de la legalidad de SORTU –habría que preguntarse si es SORTU la que llega a la democracia en la forma simple de aceptar la legalidad y no en la fuerte de la legitimidad de su proyecto, o si es la democracia la que llega ahora a España y a Euskadi al ser admitida en ella SORTU haciendo de los demás hijos ilegítimos de la democracia–, y renunciando al único debate al que debiera haber dado pie el cese de la actividad terrorista de ETA: el debate en torno a la democracia, sus requisitos, la necesidad de aceptar el pluralismo con todas sus consecuencias, no con un pegote que otro –como el de decir que basta con que una sensibilidad no nacionalista acepte no se sabe qué nuevo estado de relación con España–, el debate en torno a si el nacionalismo –cualquiera– es compatible con la democracia, con la idea de Estado de derecho, con la idea de que lo que importa es el ciudadano constituido por libertades y derechos, más las correspondientes obligaciones de limitación de sus aspiraciones y sentimientos individuales, el debate de cuáles son las consecuencias del hecho de que ETA haya matado en nombre de un proyecto nacionalista.

Nada de eso ha pasado, ni pasará en el futuro próximo. Se mareará la perdiz de la memoria usada y abusada con fines partidistas, la izquierda nacionalista seguirá campando a sus anchas aprovechando la incapacidad de los partidos políticos democráticos de discernir con fuerza y radicalidad la diferencia entre legalidad y legitimidad democrática, defendiendo lo que han defendido siempre, con armas y sin ellas –bietan jarrai–, siendo socios en cuestiones nacionalistas con el PNV y en cuestiones fiscales con el PSE.

En todo eso han ido perdiendo las víctimas. No son protagonistas, no son actores del «proceso», son estorbos que es preciso neutralizar con concesiones en lo menos para que no molesten en lo mayor. Y así ha sido siempre: Estrasburgo ha tenido que intervenir porque la Justicia española se vio obligada a cumplir una misión que la política democrática española era incapaz de cumplir: el aislamiento radical de ETA y su entorno, la crítica radical de ETA y de su entorno, la puesta en cuestión radical de ETA y de su proyecto político, el análisis y crítica de lo que subyace en el proyecto político de ETA, con sus medios y sus fines –medios que condicionan los fines, fines que condicionan los medios a pesar de la separación quirúrgica que tanto gusta a nacionalistas y pseudoprogres–. El déficit profundo de los partidos políticos españoles, incluyendo a los vascos con más razón, empujó a la Justicia a, quizá, sobreactuar en algún momento. Pero el problema está en la política, no en la Justicia.

Las víctimas siguen perdiendo. Lo que los nacionalistas vascos no saben, y me refiero ahora a los del PNV, es que mientras pierdan las víctimas, es la propia sociedad vasca la que pierde sus posibilidades de futuro democrático. Y es el propio PNV el que echa por la borda el sustrato de su legitimidad mítica, aquella basada en que los vascos nacionalistas que perdieron la guerra (civil), pero ganaron la paz. Ahora, al pretender que no haya ni vencedores ni vencidos, no van a obtener ni la paz, ni la libertad, ni la conciencia moral de haber estado a la altura de las circunstancias. Porque todo esto no se gana escribiendo con mayúsculas el término PAZ, sino luchando por la memoria con significado político de quienes fueron víctimas de un proyecto político. Y enfrentándose a este hecho con todas las consecuencias.

La sentencia del Tribunal Europeo de Derechos Humanos es la consecuencia de todo lo que han hecho mal los partidos políticos españoles y vascos durante demasiado tiempo por ser incapaces de enfrentarse políticamente a ETA, a su terror y a su proyecto político, en todo momento, sin cálculos electorales ni instrumentalización para la gloria política. Es la constatación de un gran fracaso político democrático en forma de sentencia con la única luz dentro de ese fracaso de haber conseguido forzar a ETA a dejar de matar. Pero, con todo lo que ello significa, a nada más, renunciando a dotar a esa derrota de todo el significado político democrático que debiera haber tenido.

Walter Benjamin, quien se hizo regalar un ángel pintado por Paul Klee y lo llevaba siempre consigo, también cuando se suicidó, veía la Historia desde la perspectiva de un ángel que volaba hacia el futuro mirando hacia atrás con sus alas extendidas y veía que en la Historia humana sólo había desastres y tragedias, sólo había perdedores. Las víctimas van a tener que encomendarse al ángel de Walter Benjamin.

Joseba Arregi fue consejero del Gobierno vasco y es ensayista y presidente de Aldaketa.

JOSEBA ARREGI, EL MUNDO 22/10/13