El año del perro

Acabó el año del gallo preguntándonos quiénes somos por enésima vez. Si Bilbao es Bilbao o Bilbo, tema pesado donde los haya. Lo que nosotros desearíamos es que el año del perro sea el año en el que ETA entregue las armas, y por lo tanto, que desaparezca de la tierra y así podamos recordar con alegría cómo se llamaba el año: del perro.

 

Recuperado mi juvenil deseo de ser chino para desentenderme de las enojosas circunstancias que de nuevo me rodean -y que nadie me eche la culpa de lo que está pasando-, recibo con alegría el año del perro, el de los míos, año de buenos augurios, feliz para encuentros familiares y celebraciones de boda. Que es un buen año lo demuestra la victoria in extremis y de penalti que logró el Athletic de todos nuestros sufrimientos. Tenemos, pues, comprobadas razones para recibir con alegría este año.

El pasado, el del gallo, fue muy malo, nos llevó a puestos de descenso, y es que al erróneo quehacer humano se unieron todos los hados para que nos fuera mal. El Athletic tiene alma de Segunda, que no es nada peyorativo, así como nuestra selección nacional -la que de momento hay- tiene alma de cuartos de final. Ambos equipos comparten los calificativos laudatorios: furia, raza, espíritu de entrega, coraje, ¡a mí que los arrollo!, todo ese formulario de recursos épicos a falta de resultados mejores. Lo de la clase, la técnica y la estrategia, el saber estar en el campo y mantener la posesión del balón se lo dejamos a los demás, italianos, brasileños, holandeses, etcétera.

El Athletic tiene alma de segunda y lo peor que se le pudo ocurrir el año pasado a alguien fue buscar un entrenador de segunda, que, por muy voluntarioso y capaz que fuera, le descubrió al equipo su auténtica naturaleza. Todo empieza a corregirse en el año del perro. Clemente es un entrenador para lo que haga falta, de cuartos de final incluido, y si con alguien los leones tienen que bajar a Segunda, aunque tengamos buenos augurios en este año, no cabe duda que tendrá que ser con él. Pero en el año del perro no pasará eso. Ya perdimos hace pocos años el título de rey de copas -el tener más copas del Rey (también del Generalísimo)- que nadie; nos gana ya el Barça. Ahora sólo nos queda la gloria de no haber bajado nunca a Segunda, lo que compartimos con el Barça y el Real Madrid, y eso no va a pasar.

Acabó el año del gallo preguntándonos quiénes somos por enésima vez. Si Bilbao es Bilbao o Bilbo, tema pesado donde los haya y demostrativo de que no existen de verdad otros problemas, porque además no sirve para nada. Ya se discutió en el Estatuto -en aquel, que es el de ahora- si nos llamábamos «Euzkadi» o «Euskadi» y cuando este último nombre se impuso, fue apartado después por el que usaran el genial bardo Iparraguirre, voluntario carlista antes que músico, el juvenil Fraga y nuestro elegante Otegi: fue relegado por el de Euskal Herria. Si nos quedamos con Bilbo deberíamos recomendar cambiar Galdakao por «Galdako», después de que decidieran dejar de llamarlo Galdácano; y más triste se quedaría Sestao, al que se renombraría «Sesto», y así hasta acabar. A Madrid no se le ocurre plantearse el cambio de nombre. Figúrense cuántos indicativos en el mundo sufrirían trastorno. Ya resulta suficientemente complicado orientarse en un aeropuerto como para que te cambien el nombre de la ciudad de destino. Pero, por muchas polémicas que haya para descubrir nuestro ser en mil y una estupideces, mientras el BBVA, la BBK, y el Athletic no lo cambien, Bilbao seguirá siendo Bilbao y las bilbainadas serán bilbainadas y no «bilbonadas».

Y atención, amantes del celuloide, el Winchester ha muerto. Ya no se fabrica, ya no volveremos a ver remakes de las películas de John Wayne y de James Stewart con la legendaria arma. Lo harán con copias de todo a cien. Se anuncian funerales en la Asociación del Rifle estadounidense, pero lo que nosotros desearíamos de verdad, además de que no se abandonen los perros en este año del ídem, que el refugio canino de Artxanda no da abasto, es no volver a ver nuestra arma emblemática, la vasca, la metralleta Stein que fabricaron los británicos en la Segunda Guerra Mundial y que tan mal cogían para mostrarlas en las fotos nuestros encapuchados terroristas locales. Lo que nosotros desearíamos es que el año del perro sea el año en el que ETA entregue las armas, emblemáticas o no, y por lo tanto, que desaparezca de la tierra y así podamos recordar con alegría cómo se llamaba el año: del perro.

Eduardo Uriarte, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 1/2/2006