GABRIEL ALBIAC-El Debate
  • Se acabó. Llamen a esto como quieran. Pero, por favor, prescindan del sobado vocablo «democracia». En las altas instancias, un juez para ti, otro para mí. Entre dos partidos y a partes iguales. A eso se reduce todo. Ciertamente, esto no da para más

Rusia era lo de siempre, entonces: un ominoso despotismo. Durante todo el día, en su escueta habitación de estudiante en el Conservatorio, una muchacha hace sonar en su violín, hasta quedar exhausta, un solo pasaje de Bach: zarabanda de la segunda partita en re menor. San Petersburgo, fuera, es un cristal helado. Pero «fuera» no existe, para la casi adolescente que repite los cuatro minutos y diecisiete segundos, en cuya matemática sólo la perfección está admitida. Si dejara a ese «fuera» existir, la mataría. Se atrinchera en el búnker inviolable de su violín.

Acabé de inventar su historia de supervivencias, hace ahora ya veinte años, en la que más tiempo de escritura se llevó de todas mis novelas: Blues de invierno. Me era difícil imaginar cómo se logra sobrevivir a los golpes de una sociedad muerta y congelada, también –es lo más duro– invulnerable; y cómo el virtuosismo de una mujer, aún más dura que brillante, puede sobreponerse a los tiempos peores. Que son, en distintas medidas y con prolijas variantes, casi todos. Aún hoy, sueño a veces con la joven Yuki, protagonista de aquella novela. Y me digo que las páginas que le dediqué cumplieron idéntica función a las que la partitura de la zarabanda de Johannes Sebastian Bach llenó para ella. Un decenio de escribir el mismo libro te hace intimar mucho con sus personajes.

Esta mañana me desperté con el agrio regusto que deja en la memoria el apaño legislativo entre dos poderosos, que exime a cada uno de ellos de esa responsabilidad penal que nos atañe a todos los demás, a los que somos nada más que mortales. A través del sencillo procedimiento de ir colocando –uno para ti y otro para mí– a los miembros de la institución que gobierna a los jueces, esos dos tendrán en sus manos las únicas instancias judiciales que preocupan a los políticos: «nombrar, por medio de real decreto refrendado por el Ministerio de Justicia, a los magistrados del Tribunal Supremo y presidentes de Tribunales y Salas». (https://www.poderjudicial.es/cgpj/es/Poder-Judicial/Consejo-General-del-Poder-Judicial/Informacion-Institucional/Que-es-el-CGPJ/Funciones–/Nombramientos-reglados-y-discrecionales-/Nombramientos-reglados-y-discrecionales- )

Se acabó. Llamen a esto como quieran. Pero, por favor, prescindan del sobado vocablo «democracia». En las altas instancias, un juez para ti, otro para mí. Entre dos partidos y a partes iguales. A eso se reduce todo. Ciertamente, esto no da para más

¿Qué puede hacer uno cuando se despierta con la constancia de que los poderosos se han repartido entre ellos tus últimas migajas de garantía judicial, y, mitad por mitad, se han proclamado impunes ante jueces que serán siempre amigos y deudos? ¿Qué puede hacer…? Levantarse. No leer la prensa. No encender radios ni televisores (quien tenga de eso). Tomar de la biblioteca un libro como parapeto. Poner a todo volumen la zarabanda de la segunda partita de Bach. En la versión de Yehudi Menuhin, por ejemplo. Pulsar repeat. Y suprimir el mundo. En su lugar, la perfección.