El avestruz

ABC 16/02/15
IGNACIO CAMACHO

· Dónde está el grito de «yo soy danés» que sacuda esta pereza moral, esta lejanía emotiva, este cansancio pusilánime

VA en serio y no lo queremos ver. Hace falta una salvajada de impacto como la de «Charlie Hebdo» para que la conciencia política europea despierte por un rato y la opinión pública se movilice a fuerza de espanto. Luego de nuevo el silencio, entre acomodaticio y miedoso, de una sociedad empeñada en negarse a sí misma la evidencia de la amenaza. La táctica del avestruz, que casi siempre termina con el avestruz devorado.

En Copenhague ha sucedido lo mismo que en París, con un balance sólo un poco menos trágico. Análogo procedimiento, similar objetivo, idéntico desenlace. Un centro cultural y una sinagoga, librepensadores y judíos: he ahí el perfil de las víctimas de unos ataques perfectamente selectivos… hasta que dejen de serlo. Cuántas veces habrá que recordar el poema del pastor Niemöller –«primero vinieron a buscar a los comunistas y yo guardé silencio porque no era comunista…»– para entender la dimensión colectiva del conflicto que estamos viviendo. Cuántas pegatinas de «je suis» serán necesarias para asumir que, en efecto, todos somos carne de cañón ante el designio exterminador de la barbarie. Cuánto miedo habremos de acumular para reaccionar antes de que sea –quizá ya lo es– demasiado tarde.

Aunque su rutinaria civilidad carezca del simbolismo histórico de Francia, Dinamarca es una sociedad abierta, pura Europa libre. Dónde están pues los gritos de «yo soy danés», dónde la sacudida de solidaridad y de desgarro que rompa esta medrosa desidia, esta lejanía emotiva, esta galbana mental, este cansancio cobarde. Salvo que Occidente mida su indignación y su repulsa con una ignominiosa escala de proporcionalidad cuantitativa, el encogimiento obedece a un resorte de pereza moral, a una voluntad de ignorar, a un reflejo pusilánime. Y tiene un precio.

Porque va a volver a ocurrir. En Londres, en Milán, en Madrid, en cualquier parte. Porque cientos de yihadistas esperan su oportunidad escondidos entre nuestra imprudente confianza multicultural. Porque después de París –aquella marcha inmensa, aquella vigilia de dolor, aquel estupor universal– no ha sucedido prácticamente nada. Porque sin la réplica de la cohesión moral ningún blindaje de seguridad será suficiente. Porque no queremos saber que es entre nosotros, entre nuestra complaciente mentalidad adormecida, donde se incuban los modernos huevos de la serpiente. Porque nos sentimos en paz mientras nos declaran la guerra.

Más vale que nos vayamos preparando a entender. Cualquier día la tragedia nos estallará al lado y la estrategia del terror nos pillará desnudos y perplejos, desacostumbrados al dolor, inermes. Enredados en nuestras estúpidas querellas, en nuestros cotidianos reproches. Y entonces no bastará el «je suis». Porque desde enero no caben las sorpresas. Porque estamos advertidos. Y porque desde Copenhague nadie puede eludir la certeza de que, en efecto, ya somos.