El buen bipartidismo

EDURNE URIARTE, ABC – 24/02/15

· El fin del bipartidismo podría suponer el fin de la estabilidad política y de la gobernabilidad y el inicio de aventuras radicales antisistema.

Pues sí, el bipartidismo es más bien deseable, pero resulta que hay que aclararlo, añadirle el «buen», en esta ola de antipolítica y populismo que vivimos. Por eso me gustó la portada de este periódico el domingo, «El bipartidismo se la juega», una voz de alarma políticamente incorrecta ahora que tantos jalean la conveniencia de acabar con el bipartidismo. Porque el fin del bipartidismo, este posible último Debate sobre el estado de la Nación entre dos grandes partidos de centro derecha y centro izquierda, podría suponer igualmente el fin de la estabilidad política y de la gobernabilidad y el inicio de aventuras radicales antisistema, por ejemplo.

Una mezcla de antipolítica e ignorancia han llevado en los últimos tiempos a satanizar el concepto de bipartidismo, como si tal configuración del sistema de partidos fuera una conspiración anticiudadana de los dos grandes partidos. O como si el bipartidismo tuviera negativas consecuencias para las democracias. Sobre la primera tontería, obviamente, hay bipartidismo allí donde lo deciden los ciudadanos, por la sencilla razón de que reparten un 70, un 80 o un 90% de sus votos entre dos partidos. El bipartidismo es impuesto por los votantes, no por los partidos, una verdad elemental que conviene recordar ahora que los nuevos, sea Podemos o sean UPyD y Ciudadanos, repiten eso de que ellos han llegado para acabar con el malvado bipartidismo.

En Estados Unidos, por ejemplo, jamás despuntó un partido comunista, no porque lo impidiera ley alguna sino porque casi nadie les votó. Los únicos minoritarios que han asomado la cabeza han sido los libertarios, y bien poco, porque los estadounidenses, que gozan de un envidiable sistema democrático, se empeñan desde hace muchas décadas en votar por dos partidos. Y en tener un sistema bipartidista admirado por los demócratas de medio planeta, todos exceptuando los antiamericanos, que hay bastantes.

Dos de las democracias más sólidas y prósperas de Europa, Gran Bretaña y Alemania, llevan varias décadas de otro envidiable bipartidismo. En ambos casos, los ciudadanos se empeñan en repartir sus votos entre una opción de centro derecha (conservadores o demócratacristianos, y uno de centro izquierda, laboristas o socialdemócratas). Y eso ocurre porque la mayoría de ciudadanos de estos países se sitúan ideológicamente alrededor del centro. Y porque buscan estabilidad, eficacia y gobernabilidad.

Y una cosa es que uno de los grandes partidos sea sustituido por otro en el mismo espacio ideológico, por ejemplo, la UCD por el PP en la construcción de la democracia española. Y otra que un partido extremista como Podemos pueda ser capaz de dinamitar a un partido moderado y de Gobierno como el PSOE. Es diferente la cuestión en la derecha puesto que un buen resultado de UPyD y Ciudadanos erosionaría al PP desde una posición centrista. Pero, ¿con qué efectos para la gobernabilidad y la estabilidad cuando ni uno ni otro parecen saber siquiera con quién pactarían?

Por supuesto, tanto la posible erosión del PSOE a manos de Podemos como el debilitamiento del PP por obra de UPyD y Ciudadanos constituirán una decisión de los ciudadanos españoles. Como el propio bipartidismo. Pero si los españoles toman tal decisión, que no lo hagan bajo el influjo de las tergiversaciones habituales sobre el bipartidismo. Y no sólo de Podemos, también de UPyD y Ciudadanos.

EDURNE URIARTE, ABC – 24/02/15