El cicerone

ABC  06/02/15
IGNACIO CAMACHO

· Alguien minusvaloró en IU la ambiciosa determinación de aquel joven al que utilizaban de chico de los recados

La primera vez que el malagueño Alberto Garzón fue a participar en un debate de TVE, como activista destacado del 15-M, le enviaron desde Izquierda Unida –¿o fue el PCE?– a un militante que le recogiese en Atocha y le instruyera en los entresijos de las tertulias de tele. Se llamaba Pablo Iglesias. Hicieron buenas migas desde entonces y hoy es el día en que aún no saben si van a competir en candidaturas distintas o el primero tendrá que subsumirse en el creciente magma de popularidad de su antiguo cicerone. Lo que está claro es que alguien en IU minusvaloró la ambiciosa proyección y la determinación tajante de aquel joven coletudo al que utilizaban de chico de los recados. Pecado imperdonable de luces cortas para el que les va a faltar tiempo de arrepentirse.

Antes de lanzar el proyecto de Podemos, el grupo de la Complutense, el clan de Somosaguas, soñó con apoderarse de IU en Madrid. Un golpe interno, un asalto al poder de la organización tanteado en el feudo de Rivas que por unas razones u otras no acabó de fraguarse. Tras el éxito de la nueva plataforma, la estrategia ha cambiado: se trata de liquidar la coalición, desarmarla y descarrilarla en la marginalidad electoral tras quedarse con sus cuadros dirigentes. Iglesias juega a lo grande: quiere los votos del PSOE y la estructura de Izquierda Unida. Y está en camino de lograrlo.

De momento ha conseguido reventar por dentro al núcleo madrileño de su ex-partido. Tenía para ello un caballo de Troya en su propia pareja –de premonitorio nombre: Tania era el apodo de la compañera del Che Guevara– y un lío con la vieja guardia salpicada por los escándalos de Cajamadrid y Bankia. Esta gente amamantada en el leninismo domina los resortes de la conspiración y no hace prisioneros, aunque tipos como Garzón puedan recibir si se deciden pronto un trato especial en atención a los viejos tiempos. El mensaje para el resto de las organizaciones territoriales de IU ha sido tan desdeñoso como diáfano: no habrá alianzas ni confluencias con una marca muerta, amortizada. El autobús hacia el poder se llama Podemos y el que quiera un asiento en él tendrá que hacer cola en la parada. Con derecho de admisión reservado aunque la novia del líder, qué bonito es el amor, ya ha sido candorosamente «invitada» para sentarse junto al conductor a disfrutar del paisaje.

Pero esta operación no es una pequeña intriga partidista. Al fondo hay un plan estratégico para formar una fuerza de choque con capacidad de desbordar al PSOE y tomar el bastión más potente de la derecha española. Esa candidatura unitaria radical puede gobernar y plantar la bandera de la ruptura en la Puerta del Sol, su espacio simbólico más querido, su emblemática Jerusalén republicana. En Madrid, sí, ese feudo político crucial donde Mariano Rajoy aún no considera necesario revelar a quién va a encargar la misión de defender la ciudadela.