El corredor salafista

De las 940 comunidades islámicas censadas en España, las de tendencias radicales (entre ellas los salafistas) representan entre el 18% y el 20%. En Catalunya llegarían al 25%, según los servicios de inteligencia. Desde Tarragona están extendiendo su influencia hacia el sur, por Castellón y Valencia, y remontando el valle del Ebro, hacia el País Vasco.

Esta semana Estados Unidos y la Unión Europea salvaron viejos conflictos y se dieron la mano en Luxemburgo para anunciar una lucha conjunta contra el terrorismo internacional. Una amenaza vigente. El islam radical, en especial el de inspiración salafista, vive en los últimos años una expansión notable. A partir de comunidades asentadas en Catalunya, el salafismo se está difundiendo siguiendo dos ejes diferenciados: uno de ellos por el del valle del Ebro, el otro por la costa mediterránea. De las 940 comunidades islámicas censadas en España, las de tendencias radicales (entre las que se sitúan los salafistas, el movimiento tabligh o Justicia y Caridad, entre otras) representan entre el 18% y el 20%. En Catalunya hay 219 comunidades registradas, de las que el 25% se sitúan entre movimientos extremistas, según fuentes de los servicios de inteligencia consultadas por La Vanguardia.

No esconden su preocupación. Se basan no tanto en que esas versiones religiosas ultraortodoxas a corto plazo puedan conducir a un apoyo de actitudes violentas como en el hecho de que su discurso hace más difícil la integración en la sociedad de los adscritos a esas corrientes. De hecho, la Audiencia Nacional denegó hace unos meses la nacionalidad española a un seguidor de la corriente tabligh porque su pertenencia a esta organización probaba «una falta de integración en la sociedad española y desinterés para una integración futura».

Una de las facciones más activas en expansión es la corriente salafista, con una implantación destacada en Catalunya, desde donde está realizando un importante esfuerzo por difundir su interpretación de la religión musulmana. Desde Tarragona, las comunidades salafistas están extendiendo su influencia en una doble dirección. La primera, hacia el sur, por Castellón y Valencia. La segunda, remontando el valle del Ebro, hacia el País Vasco.

Investigadores y conocedores de estos movimientos señalan que el auge de esta corriente radical no se produce por la captación individual de musulmanes, sino por la incorporación de comunidades enteras a la órbita del salafismo. «Comunidades salafistas han establecido lazos con otras comunidades que no lo eran y las han convertido», afirman. Prefieren la conversión en bloque a la individual.

Su discurso es muy popular entre los más jóvenes, que, una vez que asumen los principios salafistas, tienen más facilidades y disposición para trasladarse a una localidad en la que esté organizada una comunidad de esa corriente.

Una peculiaridad de los salafistas es que su expansión se desarrolla por iniciativa de las células locales: «No existe una mente rectora de la expansión», dicen los expertos, que resaltan que en esta corriente islámica el protagonismo lo tienen las organizaciones radicadas en el territorio. «No se da una agrupación de comunidades para crear entidades de ámbito superior», sostienen. Es lo contrario de lo que ocurre con el movimiento tabligh (Yama’a at Tabligh al Da’wa), una organización jerarquizada que compite con los salafistas por la radicalización y captación de los creyentes musulmanes. La pugna entre las dos corrientes se ha manifestado en Catalunya en conflictos locales. «En Tarragona, los tabligh han ido a predicar a comunidades salafistas y fueron echados con cajas destempladas», dicen los expertos.

Algunas comunidades locales salafistas organizan desde hace años una suerte de congresos islámicos. Los hubo en Torredembarra o Reus, a los que invitan a sabios para reforzar la difusión de la doctrina ultraortodoxa. Los invitados proceden de Arabia Saudí, pero también de Bélgica o de Holanda. Cientos y en ocasiones miles de personas acuden a esas reuniones cuyos efectos, según los expertos, se manifiestan de inmediato en una mayor radicalización de los seguidores de la comunidad salafista, en especial de los jóvenes. «La espiral de la radicalidad crece un poco más después de estos congresos», señala un experto. Además, esos encuentros constituyen una oportunidad para recaudar fondos gracias a donaciones económicas.

Mientras el salafismo se expande de Catalunya hacia el sur, en Murcia se encuentra el foco principal de radicalismo de Justicia y Caridad, que trata de extenderse a otras comunidades y que ha comenzado a implantarse en territorio catalán. Justicia y Caridad pretende instaurar la ley islámica en Marruecos, cuyas autoridades han detenido a numerosos miembros de la organización. El grupo condena la violencia, pero desarrolla un discurso radical que, al igual que los salafistas, impide la integración de sus seguidores en las sociedades occidentales.

Florencio Domínguez, LA VANGUARDIA, 6/6/2010