Francesc de Carreras-El País

Reactivar la comisión bilateral Estado-Generalitat y situar el problema catalán en el plano político son los dos principales acuerdos

El diálogo siempre da aire a los nacionalistas. Ocurrió en el País Vasco, ocurre ahora en Cataluña. Entre otras cosas por una razón: para que el Gobierno central lo inicie hay que dejar primero que los nacionalistas impongan sus reglas y para ello el Gobierno debe pasar por una etapa de apaciguamiento y sumisión. En este caso, primero fue el desprecio al Rey en Tarragona y Girona y, segundo, el discurso de Quim Torra en Washington. Pedro Morenés y Josep Borrell se comportaron, pero nada dijo Pedro Sánchez. Se quedó callado, tenía que entrevistarse con Torra. Hay que aplacar a la fiera para tenerla contenta y pueda excusarse ante los suyos: “Voy a Madrid para decir lo que siempre he dicho”. El jueves pasado, Torra explicaba en el Parlament de Cataluña que iba a entrevistarse con el presidente porque quería saber “si Sánchez tiene respuestas a cómo ejercer y culminar nuestro proceso de independencia. ¿Tiene alguna propuesta sobre cómo hacemos efectiva esta república?”. A dialogar sobre esto dijo Torra que iba a Madrid.

Desde los viejos tiempos de Jordi Pujol y Miquel Roca, para el nacionalismo catalán el sentido del término dialogar siempre ha sido el mismo: sacar tajada y quedarse con ella. Es decir: a ver qué obtenemos de este raro momento en que nos necesitan en Madrid. Se le llamó también política del peix al cove que traducido al castellano significa “más vale pájaro en mano…”. No nos darán la independencia, ni el referéndum, pero algo nos darán: aprovechémoslo.

 No es mala idea, es muy práctica, pero los Gobiernos españoles ya deberían haber aprendido la lección: cuando se les da una cosa van a por otra. Son desleales o, visto desde otro prisma, sólo son leales con ellos mismos.

Reactivar la comisión bilateral Estado-Generalitat (esto gusta mucho al nacionalismo, una relación de Gobierno a Gobierno, un trato especial a Cataluña respecto de las demás comunidades) y situar el problema catalán en el plano político, alejándolo del judicial, son los dos principales acuerdos. Ambos parecen razonables. Pero serán instrumento de nuevos conflictos; es como arrojar gasolina al fuego: los políticos procesados ayer fueron suspendidos como parlamentarios, deberán dejar sus cargos, más adelante serán previsiblemente condenados, tiempos de prisión, multas elevadas, etcétera, etcétera. Ya dijo Torra a la salida que “cualquier solución política pasa por el derecho a la autodeterminación”.

En conclusión, todo servirá para decir que el Gobierno central ha incumplido los acuerdos y, ya de inmediato, preparar unos buenos 11 de septiembre y conmemorar los aniversarios del 1 de octubre, aquella gran masacre sin nadie hospitalizado. El diálogo siempre es el primer peldaño para preparar el siguiente conflicto. Y antes, peix al cove.

¡Qué ingenuos son los que gobiernan en Madrid!