El dilema de enviar a nuestros soldados contra laYihad

ÁNGEL EXPÓSITO, ABC – 19/12/14

· Una vez más los árboles nos impiden ver el bosque. Nuestra cobardía nos impide apreciar la monstruosidad del nuevo modelo de guerra y no nos atrevemos a contestar la pregunta: ¿cómo se combate a estas bestias de la yihad? ¿Se las puede vencer solo con bombardeos aéreos y misiles mar/tierra? ¿Se puede vencer este nuevo modelo de guerra sin botas sobre el terreno?

Seamos sinceros. Tan crueles como sinceros al responder esta pregunta: ¿la opinión pública española está –estamos– dispuesta a recibir ataúdes con cuerpos decapitados de militares nuestros cubiertos con la bandera nacional? Si de ti dependiera una decisión así –o si usted fuera el presidente del Gobierno–, ¿enviarías paracaidistas, legionarios, boinas verdes o infantes de Marina a combatir, cuerpo a cuerpo, contra los monstruos de la yihad?

Y alguna más: como sociedad occidental, democrática y supuestamente formada, ¿estamos preparados para ver un vídeo con la imagen de un bestia de estos decapitando a uno de los nuestros, así, en vivo y casi en directo?

El nuevo modelo de guerra que supone el terrorismo transnacional ha dado un paso más allá en el horror. Un paso más para mostrarnos cuál es el camino hacia el infierno. A los elementos tradicionales del terror se ha unido uno fundamental en esa expansión del miedo, cual es el uso, como nadie, de las redes sociales y de los canales de televisión por internet. A los .org, .com, .uk o .es habrá que añadir otro: .terror. Basta con un cuchillo y un smartphone para expandir el pánico en cualquier sociedad mediática y mediatizada como la nuestra.

Nosotros, pues, estas sociedades occidentales, democráticas y formadas, asistimos entre acongojados y atónitos al infierno, y, a la vez, cometemos tres errores que dificultan, si no imposibilitan, la lucha contra el horror más grande que haya conocido el mundo en épocas recientes: el factor tiempo, que no logramos comprender; el Estado de Derecho, que se nos vuelve irremediablemente en contra, y la falta de Cultura de Defensa, asignatura que seguimos suspendiendo.

Porque el tiempo marcha a su favor hasta el infinito. Para ellos, para los más malos, recuperar Al Andalus y convertir al infiel –tú, usted y yo– es una cuestión para la eternidad. Ellos no tienen que celebrar elecciones, ni campañas ni precampañas electorales. No se deben someter a ningún escrutinio de nadie, salvo al control de sus superiores religiosos y sus guías en el terror. No cuentan los votantes, porque tan solo cuentan las víctimas. Sencillamente, llegan, entran y esperan… hasta siempre para actuar o, lo que es lo mismo en su caso, para atentar.

Nosotros, por el contrario, estamos en campaña electoral permanentemente. Nada se hace o se decide más allá de las próximas elecciones, y como siempre hay una cita con las urnas a la vuelta de la esquina, pues así nos va. ¿Tan difícil es de entender que resulta absolutamente vital que alguien mire más allá, lo explique y decida?

En esta parte del mundo –¡lo que son las cosas!–, el Estado Derecho se convierte en un gran handicap. Hasta para hacer la guerra hay normas. Nuestros soldados cumplen, como ha de ser, los «caviets» de la OTAN. Para pegar un tiro en Afganistán han de consultar y cumplir las normas de enfrentamiento. Para combatir deben respetar las convenciones sobre víctimas y prisioneros, a lo que hay que añadir la legislación internacional y las propias leyes nacionales. Todo ello por un Estado de Derecho garantista y preventivo que certifica el Estado democrático. Como tiene que ser. ¿No?

Pero a ellos, a los malos, no los detiene ni los controla ley alguna. A los monstruos les da lo mismo secuestrar, violar y vender a 200 niñas en Nigeria que colgar en YouTube el vídeo de la decapitación de un periodista. Les importa un bledo derribar las Torres Gemelas, reventar unos trenes, el metro o un autobús urbano. Ni hay normas ni hay ley. A estas bestias les basta con un teléfono, una conexión a internet, un cuchillo de carnicero y cero gramos de escrúpulos.

Y el tercer factor: seguimos suspendiendo la asignatura de Cultura de Defensa. Para nada somos en absoluto conscientes del nuevo modelo de guerra que acecha nuestras vidas. Seguimos pensando que ni nos va ni nos viene que se maten en Malí, Nigeria, Siria, Irak, Afganistán o Pakistán. El miedo y los complejos provocan en la sociedad española, muy particularmente, algo así como «que se maten entre ellos mientras no se nos metan por los aeropuertos de Barajas o el Prat».

Error. Craso y letal error. Ya no es que vengan, ahora resulta que se van desde aquí para volver después. Los yihadistas están entre nosotros. Ya «exportamos» muyahidines o concubinas de harén con el mismo DNI que tú y que yo; con el mismo pasaporte europeo que usted.

Llevamos, pues, una mochila cargada de complejos mientras enterramos a nuestros periodistas y cooperantes decapitados. Y lo peor es que ellos saben de nuestros miedos y de nuestra ceguera porque también han conseguido que estemos ciegos ante la frontera turca, por ejemplo. No solo manejan nuestro pánico vía YouTube, sino que manipulan nuestra ceguera impidiendo que un solo reportero informe desde el terreno.

Por estos lares, con el tiempo corriendo en nuestra contra, cambiamos leyes y normas entre compungidos y lamentados, a la vez que montamos las urnas para unas elecciones cualesquiera. Propongo cambiar aquel «que inventen ellos» por «que se maten ellos por nosotros».

Pero debería ser que «no». Una vez más los árboles nos impiden ver el bosque. Nuestra cobardía nos impide apreciar la monstruosidad del nuevo modelo de guerra y no nos atrevemos a contestar la pregunta: ¿cómo se combate a estas bestias de la yihad? ¿Se las puede vencer solo con bombardeos aéreos y misiles mar/tierra? ¿Se puede vencer este nuevo modelo de guerra sin botas sobre el terreno?

La cuestión, pues, radica en quién aporta los soldados que se manchen de sangre esas botas. Qué opinión pública acepta y recibe esos ataúdes. Pongamos en un plato de la balanza el coste de la guerra, y en el otro, el coste de la espera. Cualquier decisión tendrá un precio, pero no tomar decisión alguna tendrá un precio mucho mayor.

El tiempo vuela y lo hace en nuestra contra. El día menos pensado, mientras seguimos discutiendo, acobardados, descubriremos que se nos han metido en la cocina de casa, nos decapitarán con uno de nuestros cuchillos y, eso sí, lo grabarán todo con su móvil para colgárnoslo en internet.

ÁNGEL EXPÓSITO, ABC – 19/12/14