El dique

Ignacio Camacho, ABC, 11/10/12

Conviene que el PP y el PSOE sepan hasta dónde están dispuestos a resistir sin fisuras la crecida secesionista

DE las dos últimas veces en que el PP y el PSOE se han puesto de acuerdo sobre asuntos de interés sustantivo, ambos han terminado arrepentidos y a la greña. Una fue el pacto para gobernar en el País Vasco, auspiciado bajo la delicada premisa de acabar con un estado de excepción defacto que los había arrinconado bajo la presión del nacionalismo y de ETA; se trataba de una especie coalición de víctimas. Acabó mal y antes de tiempo, con resquemores bilaterales y desconfianzas mutuas. Y la otra ocasión fue la reforma constitucional sobre la estabilidad presupuestaria, acuerdo urdido a espaldas de Rubalcaba por un Zapatero en horas bajas y un Rajoy a punto de ocupar La Moncloa. El trato resultó tan efímero que no llegó ni a la votación de la ley que lo desarrollaba. Desde entonces, y salvo algunas coincidencias en asuntos de política europea, el desencuentro ha sido patente incluso cuando el Gobierno popular, en su deriva errática, ha adoptado medidas similares a las aprobadas por sus antecesores.

Ahora que los dos grandes partidos vuelven a confluir, de manera natural, frente a la deriva separatista catalana no cejan en buscar matices con los que manifestar su distanciamiento. Más allá de una precampaña electoral que obliga a establecer posiciones tácticas diferenciadas se diría que existe una suerte de alergia sectaria al consenso. El empeño de los socialistas catalanes por encontrar un espacio entre la crecida de la secesión ha contagiado al partido matriz de un virus diferencialista que le impide acercarse a su esencia igualitaria, deteriorada por una cierta proclividad de la izquierda al coqueteo desagregador y a los juegos de aprendices de brujo que solía emprender el zapaterismo. El Gobierno, por su parte, atrincherado en la mayoría absoluta evita dar pasos que lo acerquen a su adversario. Los dos parecen sentir miedo a la unidad, tal vez pensando que estimularía la voluntad de confrontación del bloque soberanista. Pero los españoles que los votan comparten, por encima de sus discrepancias ideológicas, un concepto común sobre la integridad imprescindible de una nación de ciudadanos.

Al final, como no puede ser de otra manera — o sí pero más vale no pensarlo—, PSOE y PP acaban juntos como el martes cerrando el paso a la fantasmagoría de la autodeterminación. Ésa y no otra es la posición que tranquiliza a ese 85 por ciento del electorado que los respalda: un dique de serena firmeza frente a la oleada identitaria. Así ocurrió con el plan de Ibarretxe y así debe ocurrir cuando Mas plantee su versión corregida y aumentada. Pero si el desafío va a mayores conviene que las dos únicas fuerzas que pueden gobernar España sepan hasta dónde están dispuestas a llegar juntas sin arrepentirse y sin abrir fisuras en el muro constitucional. Porque ésas son las grietas que espera encontrar el secesionismo cuando llegue el momento de agrandarlas.

Ignacio Camacho, ABC, 11/10/12