El figurante

ABC 13/04/14
IGNACIO CAMACHO

· Incapaz de abrir espacio a sus mensajes, Rubalcaba se siente condenado al papel de figurante o escolta del bipartidismo

Está desesperado porque no logra sacudirse la imagen de comparsa de Rajoy. Rubalcaba se siente condenado al papel de figurante o escolta del bipartidismo; sus mensajes no se abren hueco ni siquiera entre sus propios militantes, que esperan el momento de hallar en las primarias un nuevo liderazgo con el que enfrentarse al Gobierno. En Cataluña, un territorio de importancia esencial para las aspiraciones del PSOE –donde Zapatero ganaba las elecciones–, el único socialista que todavía se hace entender es… Felipe González. En un momento de gran polarización ideológica los votantes de izquierda no acaban de reconocer en el rubalcabismo una alternativa y se sienten inclinados a opciones más radicales. Así lo ha entendido Susana Díaz aunque al final se haya quedado a medias en su gesto de autoridad ante IU porque no se sentía con suficiente seguridad para romper el pacto de gobierno. Pero al menos la presidenta andaluza ha intentado definir un espacio; el problema del secretario general, en cambio, consiste en que nadie acaba de percibir cuál es el suyo.

Los medios progubernamentales sólo aplauden a Rubalcaba cuando coincide con el presidente. Los de la oposición lo ningunean y le abren ventanas de audiencia al discurso extremista de los indignados y de los gurús del neobolivarismo. Son malos tiempos para la moderación y el líder (?) socialista está atrapado por su currículum y hasta por su edad; se le ve como un hombre del pasado. El Gobierno lo necesita como estabilizador del sistema pero tampoco le da la cancha necesaria; aunque todos en el PP admiten que resulta imprescindible para evitar un desparrame anti institucional de la izquierda, ninguno desaprovecha una ocasión de pasarle por encima o dejarlo en evidencia. El martes, en el Congreso, el discurso rubalcabiano pasó casi inadvertido en su intento de ofrecerse como casco azul entre el secesionismo catalán y la firmeza negativa del Gobierno; los únicos titulares que logró encajar en la prensa fueron los de aquellas frases que apuntalaban los argumentos de Rajoy. Salió deprimido, frustrado; se sentía ausente del debate, incapaz de hacerse entender, incluso fastidiado por el aplauso de la bancada pepera que derrumbó su aspiración de hacerse oír con una voz distinta.

Para un dirigencia de su experiencia, presente de forma decisiva en los últimos 25 años de la política española, se trata de una situación dolorosa y hasta trágica. Cada vez más convencido de la imposibilidad de sucederse a sí mismo, está empeñado en pilotar una transición que relance el partido. Su última, ya casi única baza, son las elecciones europeas; en caso de derrota verá evaporarse la oportunidad de influir en las primarias de otoño. La paradoja de la situación consiste en que al PP le convendría que su rival obtuviese aliento ganándolas… si no fuera porque para el Gobierno sería dramático perderlas.