MANUEL MONTERO, EL CORREO 30/06/13
· Según la versión actual del nacionalismo, el apellidismo es cuestión del pasado, casi de los inicios sabinianos del movimiento.
Es una cuestión vidriosa. Los nacionalistas suelen acoger con recelo las insinuaciones de que mantienen concepciones etnicistas. Las entienden fruto de prevenciones hoy injustificadas. Sobre todo, si se menciona su querencia por los apellidos vascos como la representación genuina del pueblo vasco. Según la versión actual del nacionalismo, el apellidismo es cuestión del pasado, casi de los inicios sabinianos del movimiento. Habría desaparecido hace tiempo. La doctrina oficial dice que en sus filas figuran gentes de todas las procedencias, gracias a la capacidad integradora del nacionalismo. Que la identidad es un hecho cultural y no depende del origen.
No se discute esa imagen. Se da por buena, pues el discurso nacionalista no incluye elementos etnicistas y la del PNV, presente en todos los ámbitos, los desmentiría. Además, el respaldo electoral, muy diversificado, sugiere que la ciudadanía lo ve como representativo de toda la sociedad vasca. No de una sola parte. Lo sería si descansase en ámbitos definidos por el origen, no digamos por el apellido, cuestión sobre la que la sensibilidad está a flor de piel.
Sin embargo, un dato desconcertante cuestiona el imaginario que atribuye tal correspondencia del nacionalismo con la conformación interna de la sociedad vasca. El apellido vasco sigue contando políticamente. Y mucho.
Lo prueban los cargos que ha designado el Gobierno nacionalista. Los datos son contundentes. De momento ha nombrado 171 puestos (consejeros, viceconsejeros, Directores y equivalentes). Pues bien: el sesgo es espectacular. El 83% tiene apellido vasco. La mitad –el 49%– cuenta con dos apellidos vascos. A la fuerza se ha producido una selección que lo ha tenido en cuenta, no puede ser fruto del azar. El contraste con la presencia social de apellidos vascos lo corrobora. Los estudios muestran que los ciudadanos de Euskadi con dos apellidos vascos son el 20,4%, y que en torno al 56% tiene ambos de origen ‘español’, circunstancia que sólo presenta el 15% de los cargos del Gobierno, tras excluir los apellidos extranjeros.
Resulta imposible que esta desviación se produzca de forma aleatoria. Para el PNV el apellido sigue teniendo importancia. Usa tal criterio para seleccionar el personal político. ¿En su concepto la representación legítima del pueblo vasco la tienen sobre todo aquellos cuyos apellidos denotan esta procedencia? Se da una clara desviación respecto a la composición que tiene el País Vasco desde este punto de vista, que en nuestros esquemas no es anecdótico ni marginal.
Cabe comparar los datos anteriores con los de los dirigentes que seleccionó el PSE en sus años de Gobierno. La nómina de cargos de confianza era de un tamaño similar, 170. El contraste es acusadísimo. En el Gobierno socialista no se detecta ningún sesgo a este respecto. Los porcentajes de cargos con apellidos vascos indican que este factor no se tuvo en cuenta. Ni en un sentido ni en otro. Los que tenían algún apellido vasco eran poco más que los globales –48,7%, frente al 44 % general–, una desviación dentro de las probabilidades lógicas, no el 83% del PNV. Dentro del colectivo socialista, las personas con dos apellidos vascos eran el 21,7%, similar al del conjunto de la sociedad vasca.
La conclusión resulta obvia. Se diría que unos y otros gobernantes vienen de ámbitos distintos. Pero no hemos cambiado los de origen inmigrante –por usar un injustificado estereotipo nacionalista– a los de referencia autóctona. El perfil de los cargos socialistas se asemejaba al de la sociedad vasca. Ha cambiado hacia unos cargos cuyo origen se asocia a la procedencia autóctona. De una imagen equilibrada, ajustada a la actual sociedad vasca, a la que refleja sólo a una de sus partes. ¿La auténtica, desde la perspectiva nacionalista? Pero se suponía que estos esquemas habían quedado superados. Que cuando el PNV decía «coexistimos vascos y no vascos», al menos la división imaginaria no se correspondía (ya) con los apellidos. Pues algo hay.
Cuesta entender este apellidismo. Se diría que la implantación del PNV, con gente de distintos orígenes, haría imposible tal sesgo. Tampoco cabe imaginar que la asociación euskera-apellido vasco sea hoy tan estricta que lo justifique, si el idioma ha sido un criterio selectivo. Sin duda se ha primado al apellido de origen autóctono. No necesariamente por directrices expresas. Resulta más verosímil el peso de nociones que identifican lo vasco con el apellido de esta raigambre. Sea cual sea la razón de tal selección –intencionada o espontánea–, subsiste una mentalidad nacionalista que secciona a la sociedad vasca y otorga rasgos de mayor autenticidad –y capacidad de gestión– a los vascos vascos, por usar una caricatura que no se creó como tal y que, por lo que se ve, sigue presente.
Según estos datos, quienes carecen de apellidos vascos tienen menos oportunidades en un gobierno nacionalista: casi una cuarta parte menos, si en todos los ámbitos se propaga que al 56% le corresponda un 15%. Lo peor es que estamos donde estábamos cuando los mitos nacionalistas identificaban a Euskadi con los descendientes de los vascos ‘milenarios’. Que esto suceda en el partido que se tiene como principal representación de la sociedad vasca –cuya composición interna no representa sino que contradice– nos sitúa ante los límites de la normalización nacionalista del País Vasco.
Sorprende que un sesgo tan acusado se produzca sin un discurso que lo justifique e incluso niegue las preferencias por razón de apellido. Pues haberlas, haylas.
MANUEL MONTERO, EL CORREO 30/06/13