Jesús Cacho-Vozpópuli

Durante mucho tiempo dimos por sentado que si un juez imputaba a Begoña Gómez a cuenta de sus habilidades para meter la mano en el bolsillo del prójimo, su marido, a la sazón presidente del Gobierno, saltaría de la presidencia de forma automática porque lo contrario no sería de recibo en una democracia mínimamente aseada. Pero ahí tenemos a Pedro, ahí sigue fumándose un puro, más dispuesto que nunca a pasarse por la entrepierna el prestigio de las instituciones. Cuenta Diane Ducret (“Las mujeres de los dictadores”, Aguilar), que Nicolae Ceausescu quedó deslumbrado en un viaje de Estado que realizó a la China comunista del papel que Mao Zedong, el gran timonel, tenía reservado a su esposa, Jiang Qing, como modelo a seguir por las mujeres chinas. Fue entonces cuando el “conducator” rumano decidió elevar a su compañera Elena a la condición de estrella del socialismo rumano. Nicolae, misógino a más no poder, quiere que las rumanas acepten sus retrógradas ideas sobre el papel de la mujer como ama de casa, pero al mismo tiempo pretende presentar a Elena como arquetipo de la moderna mujer socialista, libre, intelectual y emancipada. Y así ocurre que, desde su previo papel de segundona, Elena se transforma en “la camarada inteligente, reina de las ciencias rumanas, la honorable ingeniera, doctora, dirigente del Consejo Nacional de Ciencias y Tecnología rumano”. Si la revolución cultural china camina del brazo de la “mujer nueva” siguiendo a Jiang Qing, la transformación de Rumanía en gran potencial industrial se hará de la mano de una Elena convertida en “la mujer más grande jamás vista en toda nuestra nación”. Elena como encarnación del progreso de Rumanía.

Sánchez no solo no ha presentado su dimisión a cuenta de los abrumadores indicios de corrupción que acechan a su señora, a su hermano y a casi toda su camarilla, sino que ha decidido convertirla en su valladar, ha optado por salir al rescate del honor perdido de Begoña Ceausescu, ha decidido parapetarse tras ella, imponer su imagen a la militancia izquierdista como nueva virgen negra del socialismo hispano a la que adorar y a la que a partir de ahora veremos escalar cada día un peldaño más por la escalera de la inmortalidad. Lo vimos esta semana en el mitin de Benalmádena, vimos a la militancia gritando enfervorizada “be-go-ña, be-go-ña” cuando, al lado de su imponente marido, el hombre más guapo del occidente cristiano, la bella hizo su aparición en el recinto. Benalmádena marca la senda, el curso que viene plagado de elogios a “la mujer más grande jamás vista en España”, el culto a la personalidad que se avecina sobre esta madre de la patria socialista. Begoña está hasta las orejas de mierda, asediada por la corrupción, pero Pedro ha decidido convertirla en sacerdotisa de la nueva religión destinada a machacar a la derecha y la ultraderecha, en ariete de esa nueva Venezuela paria en que Sánchez y su banda quiere convertir España. ¿Alguien se imagina a Mariano el Bobo presentándose en un mitin del PP previo a las generales de diciembre de 2015 del brazo de Luis Bárcenas? Si Elena representaba el progreso de Rumanía, Begoña encarnará la modernidad en la miseria que en el futuro aguarda a los españoles.

Si Elena representaba el progreso de Rumanía, Begoña encarnará la modernidad en la miseria que en el futuro aguarda a los españoles

Por obra y gracia de una abrasadora propaganda, Elena acabó convertida en la mujer más sabia de Rumanía y del universo socialista. Según Álvaro Corazón (“Elena Ceauşescu, celebrity odiosa”, Jot Down), “Hubo miles de horas en televisión y radio dedicadas a la madre de la nación. Se mentía sobre su edad y su educación, se inventaron sus logros científicos y se desarrolló toda una industria para rendirle homenaje”. Todo para ocultar la abismal ignorancia y la infinita vanidad de una mujer áspera y caprichosa, poseída por un complejo de inferioridad sólo equiparable a su afán de poder. Tampoco Begoña sabe hacer la o con un canuto, lo que no es óbice para que dirija una cátedra (o dos, que el frufrú que rodea a esta mujer resulta desconcertante). Elena Ceasescu provocaba una insoportable sensación de bochorno cada vez que, honrada por la corrupción de claustros universitarios dispuestos a colmarla con toda clase de títulos, se veía obligada a decir unas palabras. Es el sentimiento que embarga a cualquiera que hoy sea capaz de soportar las disertaciones de Begoña sobre esas cosas que “vende” en sus másteres. Traducción literal de un video donde la doña aparece impartiendo clase magistral en una de esas canonjías que le ha conseguido el Barrabás de Benasque: “Porque tú puedes decir tu restaurante qué hace, tu restaurante qué hace, ¿dar comidas? o tú restaurante qué hace… Mi restaurante lo que hace es… eeee… generar educación… eeeee… a ver si me sale ahora… eeee… mi restaurante lo que hace es… eeee… generar… eeeee… educar en comida sana a mis clientes a través de productos ecológicos de proximidad… esta frase es completamente diferente a simplemente doy comidas”. ¿No es genial mi Begoñita, no es adorable nuestra Elena Ceausescu?

Elena era fea como un demonio, una mujer a una nariz pegada, érase una nariz superlativa, una extraña nariz respingona y plebeya, presidiendo una cara redonda como un pan gallego, un rostro zafio carente de encanto, vulgaridad que los tristes vestidos salidos de la nueva industria textil creada por su marido -la moda socialista con la que Elena pretendía desbancar a París-, no contribuía a ensalzar. Begoña es bien parecida y desde 2018 ha mejorado notablemente su ajuar y su compostura. Hay en ella, sin embargo, algo inasible, indefinible, algo extraño que impide calificarla de mujer bella al uso. Ambas se parecen, sin embargo, como dos gotas de agua en lo que a mandar en sus respectivas casas se refiere. Mihai Pacepa, general de los servicios de información rumanos que huyó a Estados Unidos (la deserción de mayor rango de todo el bloque del Este) con todos los secretos, incluidos los de alcoba, del matrimonio, ha contado en sus memorias (“Red Horizons”) que Nicolae se desempeñaba en palacio, lejos del servicio, como un manso corderito ante los ataques de furia que solían asaltar a una Elena que, por encima de todo, no podía soportar los celos que le producía cualquier sospecha de coqueteo de Nicolae con alguna de sus colaboradores, celos que llegaban al paroxismo con las mujeres de los ministros de su Gobierno. En Moncloa también parece que hay alguna colaboradora enfermera que ha levantado las sospechas de Begoña, y sería la segunda vez, que se sepa, que Pedro tropieza en la misma piedra, aunque la balanza de las supuestas infidelidades parezca ahora mismo equilibrada por el peso y el paso de “Javier Aviones” por la vida de la dama, y él lo sabe. Es Begoña la que manda en casa, la que lleva los pantalones.

Hay en ella, sin embargo, algo inasible, indefinible, algo extraño que impide calificarla de mujer bella al uso. Ambas se parecen, sin embargo, como dos gotas de agua en lo que a mandar en sus respectivas casas se refiere

Pacepa centró su denuncia en demostrar cómo los regímenes comunistas, haciendo del control de la información, es decir, de los medios, un arma de destrucción masiva, se han empleado siempre en la tarea de conquistar la mente de los gobernados, sabedores de que jamás podrían ser aceptados por los resultados de sus políticas. Les suena, ¿no? Por sus obras les conoceréis. Y es así que los tiranos que en el mundo han sido terminan siempre siendo temidos, puesto que no pueden aspirar a ser amados. La traición de Pacepa puso al descubierto el despotismo y megalomanía de los Ceausescu. La necesidad de adulación de Elena. Su obsesión por acumular doctorados con los que decorar su falso currículum de académica brillante. Y aquí hay un pero que ponerle a Pedro, marido profundamente enamorado, y es que seis años lleva el galán como presidente del Gobierno, en realidad como jefe del Estado, para qué negarlo, y todavía ninguna universidad, ni siquiera de segunda fila, se ha dignado honrar a su Elena con un doctorado honoris causa, a pesar de lo que ella sabe de todo, de comida vegana, por ejemplo, aunque es muy posible que a estas horas el rector de la Complutense, Joaquín Goyache, esté ya ocupado en poner fin a tan lamentable olvido.

Honores y riqueza. Poder y dinero. Si el Madrid del chismorreo se solazaba durante el franquismo con los chismes que apuntaban a los agujeros que doña Carmen Polo provocaba en las joyerías de la calle Goya y aledaños, de Elena se hicieron célebres los sablazos protagonizados con ocasión de las visitas de Estado realizadas por el matrimonio. Se le antojó un yate propiedad del rey Hussein de Jordania. Se las ingenió para que los Carter le regalasen abrigos de visón. Exigió perlas negras a las empresas japonesas interesadas en comerciar con Rumanía. También los Sánchez han venido a hacer dinero. En realidad es designio escrito en el frontispicio de esta pareja desde mucho antes de su llegada al poder, a tenor de lo que vamos conociendo de su relación con Barrabés, con los Hidalgo y con el resto de nombres que van apareciendo ligados a la imparable corrupción del sanchismo. ¿A cuánto asciende en este momento la fortuna de la pareja? Difícil saberlo, aunque solo una operación como el rescate de Air Europa (algo más de mil millones entre rescate, créditos ICO y demás), que en cualquier país de nuestro entorno hubiera tumbado al  Gobierno entero hace tiempo, es susceptible de dejar una buena suma en forma de las correspondientes comisiones.

¿Hasta dónde llegará la carrera de honores iniciada esta semana por Begoña en Benalmádena? Cuentan que la servidumbre, es decir, los Bolaños de turno, se refieren a ella en Moncloa como “la presidenta”

¿Hasta dónde llegará la carrera de honores iniciada esta semana por Begoña en Benalmádena? Cuentan que la servidumbre, es decir, los Bolaños de turno, se refieren a ella en Moncloa como “la presidenta”. ¿Sueña Begoña con suceder a Pedro en la presidencia de esa Republiqueta Confederal en la que quieren convertir España? Al fin y al cabo ella ha sido siempre la rica de la familia, la chica con posibles, la mantenedora de los delirios del marido. En la cabeza de Elena se instaló esa idea con motivo de un viaje oficial que el matrimonio realizó a Argentina en 1973. La Ceausescu queda fascinada por el glamur de Isabelita Perón, una mujer tan distinta a “esas rumanas que acaban apestando a perfume barato importado de Bulgaria”, a quien Juan Domingo acaba de ascender a vicepresidenta de su Gobierno y de quien se dice que aspira a sucederle en caso de fallecimiento del general, cosa que ocurrió en 1974, apenas unos meses después del viaje a Buenos Aires. Isabel Perón despierta el instinto del poder en Elena, que en 1980 se hará nombrar viceprimer ministro por su marido. “Si una prostituta de un night club de Caracas ha podido, ¿por qué no una científica como yo?”, se la oye comentar en Bucarest. Si una puta caraqueña puede, ¿por qué no la hija de Sabiniano Gómez, dueño de una cadena de saunas muy popular entre la grey gay de Madrid?

La crisis de deuda de los ochenta, con su cohorte de inflación, desabastecimiento y cortes de energía, terminó por poner a los Ceausescu contra las cuerdas, con los rumanos convertidos en pequeñas humildes hormigas enfrascadas en la búsqueda desesperada de comida. Conforme se acercaba el colapso del sistema, más crecía el culto a la personalidad de la pareja, más arbitrarias se hacían sus decisiones, más despóticas sus injusticias. Como nuestro Pedro ahora. Con Begoña muda, ¡habla, mudita!, el tipo con quien comparte cama se muestra más agresivo, más faltón, más peligroso cuanto más acorralado. Más mendaz también. Capaz de tomar decisiones que traerán graves consecuencias para nuestro país, como esa práctica declaración de guerra a Israel efectuada por el ministrillo de Exteriores en vísperas de las europeas. Cuando, a cuatro días de su ejecución, el “conducator” rumano apareció en el balcón del Versalles que se había hecho construir en Bucarest para anunciar una importante subida del salario mínimo, la multitud empezó a abuchearlo sin recato. Le habían perdido el respeto. Había huido el miedo. Enfrentados al tribunal que habría de condenarlos a muerte ante esas mismas cámaras de las que tanto habían abusado, Nicolae se mostró incapaz de asumir que había perdido el poder: “Pero, ¿cómo consientes que te hable así?, reprendió a su mujer, indignado por las preguntas del fiscal. Nicolae pretendía rescatar el honor perdido de Elena, una Elena que, al contrario que su enloquecido esposo, había comprendido que la singladura de sus vidas se acercaba a su fin.

Las elecciones europeas de hoy pueden marcar el principio del fin de Sánchez, mostrarle la puerta de salida, o, por el contrario, consolidar para mucho tiempo la alternativa de este aprendiz de tirano

Las elecciones europeas de hoy pueden marcar el principio del fin de Sánchez, mostrarle la puerta de salida, o, por el contrario, consolidar para mucho tiempo la alternativa de este aprendiz de tirano dispuesto a convertir España en la Venezuela depauperada de Europa si así conviene a sus intereses. Razón fundamental para que, por encima de lo mucho que hoy se juega una Europa agobiada por problemas de todo tipo, estas sean unas elecciones que hay que entender y afrontar en clave estrictamente española. O Sánchez o democracia. O Sánchez o libertad. Por desgracia, las cosas no pintan bien si de las encuestas hemos de fiarnos. Que tras el paisaje de escombros que hoy luce la España constitucional, el pigmeo intelectual y moral que nos preside se encuentre en disposición de presumir mañana lunes de haber salvado este match-ball con apenas 2 o 3 diputados menos (en el mejor de los casos, que tampoco está claro) que el primer partido de la oposición, no solo supondrá una amarga victoria para el PP, sino una derrota en toda regla para la España Constitucional, la España de la separación de poderes y del Estado de derecho. La España de ciudadanos iguales ante la ley. La España del “caminar erguido del hombre libre” de que hablaba Ernst Bloch. Como la esperanza nunca debe perderse, estamos obligados a acudir hoy a las urnas para depositar nuestro voto, incluso tapándonos la nariz. Y a movilizar a todo nuestro entorno. En nombre de la libertad.