El mito del Barça y la ‘conexión mística’

por ERIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 20/09/15

· La identificación del equipo con el catalanismo viene de lejos y hoy es un axioma que se trata de «más que un club»Ha habido activismo en la directiva y en la grada, y errores arbitrales han sido considerados como afrentas a Cataluña.

Los buenos cronistas futbolísticos no se refieren al árbitro en la primera línea. Pero esta historia es política. Puede empezar, por tanto, con un árbitro. Emilio Carlos Guruceta Muro protagonizó, el 6 de junio de 1970, una noche aciaga en el Camp Nou. Exagerando un poco, sólo un poco, es posible afirmar que Guruceta fue esa noche el Deus ex machina que ayudó a establecer como verdad algo inverosímil: la identificación mística entre el FC Barcelona y Cataluña. El vínculo entre el club y el catalanismo existía desde mucho antes, casi desde siempre. Pero el caso Guruceta desató una serie de fuerzas que condujeron a lo de hoy, a la extendida creencia de que el FC Barcelona representa los sentimientos de los catalanes.

Permitan que me explique.

Ese partido enfrentaba al Barcelona y al Real Madrid. Guruceta pitó contra los azulgrana un penalti que no lo era. Tras el lanzamiento de almohadillas, la invasión del campo y la suspensión del partido quedó en el barcelonismo un cabreo profundo. El falso penalti se interpretó como una afrenta. El encargado de escribir la crónica para el Diario de Barcelona era un joven aprendiz que firmaba Antonio Bigatá, de nombre real Antonio Franco, futuro primer director de El Periódico de Catalunya y de la edición catalana de El País. Franco recuerda que escribió el texto bajo la mirada vigilante del director del diario, Pepe Tarín Iglesias. Las circunstancias eran delicadas. Como se había visto con el penalti, en aquel tardofranquismo las cosas más tontas podían resultar explosivas. En un pasaje de la crónica, el redactor se atrevió a decir que, con el arbitraje de Guruceta, Felipe V había vuelto a Cataluña. Tarín consintió.

La frase motivó una llamada de Jordi Pujol a Franco, invitándole a unirse a «un grupo de periodistas» afines al nacionalismo. Franco declinó la oferta. Las consecuencias realmente relevantes, sin embargo, fueron otras. Franco y otro periodista deportivo del Diario de Barcelona, Alex J. Botines, comprobaron que era posible escribir sobre Cataluña con un pequeño grado de libertad si el envoltorio del texto era futbolístico. «Botines y yo perdimos el miedo a mezclar política y deporte», dice. Rápidamente establecieron contacto con otro joven periodista llamado Manuel Vázquez Montalbán, que meses antes había publicado en la revista Triunfo un artículo seminal titulado Barça! Barça! Barça! Una frase del artículo: «El Barça actúa como médium que establece contacto con la propia historia del pueblo catalán». Ahí estaba el embrión de la supuesta conexión mística.

Vázquez Montalbán, Botines y Franco construyeron una nueva identidad para el FC Barcelona. La que el propio Vázquez Montalbán, muchos años más tarde, resumió afirmando que el club era «el ejército simbólico y desarmado de Cataluña». Esa nueva identidad se correspondía con el rumbo de la directiva barcelonista. El entonces presidente, Agustí Montal Costa, había accedido al cargo bajo el lema Més que un club. La frase formaba parte de un discurso pronunciado por su antecesor, Narcís de Carreras, y Javier Coma, publicista y autor de numerosos ensayos sobre cine y cómic, la convirtió en un eslogan imperecedero. ¿Qué significaba más que un club? Lo que quisiera cada uno. Aquellos jóvenes periodistas se encargaron de explicar por qué era «más que un club» y su mensaje caló hondo. Hoy se considera una verdad casi axiomática. «No inventamos nada, los elementos estaban ahí», dice Franco.

Había elementos, sin duda. Ya en 1918, el FC Barcelona se adhirió a la campaña a favor del Estatuto de Autonomía patrocinado por Francisco Cambó. El RCD Espanyol, entonces RCD Español, no lo hizo. Fue quizá el momento en que los destinos de ambos clubes divergieron. El diario La Veu de Catalunya, portavoz de la Lliga Regionalista, proclamó en un artículo que el Barça podía considerarse en adelante «el club de Cataluña». Tenía entre sus directivos a miembros de la Lliga y tenía a un fundador y factótum, Hans Gamper, a la vez suizo y catalanista. «En 1921, los estatutos del club establecieron que el idioma oficial del FC Barcelona era el catalán», subraya el historiador Carles Santacana, especializado en historia social del deporte.

Otro elemento para relacionar Barça, catalanismo y antifranquismo era la tragedia de Josep Suñol, diputado por Esquerra Republicana, que en 1936 presidía el club y fue detenido y fusilado por soldados franquistas en la sierra de Guadarrama.

Hasta el final de la Guerra Civil las cosas estaban más o menos claras: el Barcelona se alineaba con el catalanismo conservador. Más curioso es lo que ocurrió a partir de entonces. La dictadura impuso una comisión gestora y luego, en 1940, nombró presidente a Enrique Piñeyro Queralt, marqués de la Mesa de Asta, comandante de Caballería y ayudante de campo del general Moscardó. Piñeyro era un hombre del régimen, pero su segundo mandato concluyó con una dimisión. «Hay que tener en cuenta que en aquel tiempo no se dimitía, se hacía lo que quería el generalísimo Franco y basta; la dimisión del marqués puede considerarse un pequeño gesto de rebeldía, de incomodidad barcelonista», indica el periodista Xavier García Luque, coautor del libro El Barça secuestrado sobre el periodo 1939-1946.

En 1946 accedió a la presidencia Agustí Montal Galobart y con él empezó una era ambigua. Montal era, como buena parte de la burguesía, ostentosamente franquista y privadamente catalanista. Padecía un síndrome frecuente entre los de su clase, la sensación de que, aun siendo un prohombre del régimen, entusiasta de Franco y multimillonario gracias a él, algo había perdido en el vago ámbito de la catalanidad. Sus sucesores, incluyendo a Francesc Miró-Sans, elegido presidente en 1953 en unas elecciones amañadas, pero que fueron las únicas de cualquier tipo realizadas en España desde 1939, compartieron esa ambigüedad. «Durante la ceremonia inaugural del Camp Nou, en 1957, se interpretó un himno en catalán; parece poca cosa, pero tuvo su fuerza simbólica», señala el historiador Santacana. «Conviene no confundir la ideología o la identidad de un club con la de sus presidentes», indica el periodista García Luque, quien añade: «Es fútbol y, en último extremo, un presidente debe tener contenta a su masa social».

La masa social, es decir, los socios y aficionados que acudían al estadio, resultaba muy diversa. La masiva inmigración desde el sur a Cataluña había aportado nuevos seguidores, atraídos por el fútbol (fue la era de Kubala) pero también por el mecanismo de integración que podía suponer el Barça: siendo barcelonista ya se pertenecía un poco al nuevo territorio de residencia, que en casi todos los demás ámbitos (recordemos el chabolismo y el despectivo término charnegos) se mostraba hostil.

Los ya citados Narcís de Carreras (1968-1969) y, sobre todo, Agustí Montal Costa (1969-1977), hijo de Agustí Montal Galobart, intentaron devolver el espíritu catalanista y conservador de Gamper al FC Barcelona. Montal, por ejemplo, permitió que se introdujeran en el estadio miles de banderas catalanas. El franquismo, en fase semiterminal, dejaba hacer. ¿Cómo evitar que un arbitraje de Guruceta se convirtiera en escándalo sociopolítico?

Parece evidente que una parte significativa de los culés acabó hartándose de tanta senyera y tan pocos éxitos deportivos. Montal había fichado a Cruyff y había sido el presidente del 0-5 en el Bernabéu, pero en 1977, el año en que España empezó a convertirse en una democracia, dejó un club endeudado y futbolísticamente pobre. Los socios eligieron como sucesor a un constructor procedente de Bilbao, simpatizante de Alianza Popular, ajeno por completo al catalán y al catalanismo, que se limitó a prometer profesionalidad en la gestión y títulos en lo deportivo.

El largo mandato de José Luis Núñez, luego Josep Lluís Núñez (1978-2000), supuso, en cierta forma, un fenómeno de tipo berlusconiano: una reacción antipolítica. La ecuación que equiparaba al Barça con el presunto espíritu de Cataluña quedó refutada. «Para muchos barcelonistas, Núñez supuso una derrota, aunque luego el propio Núñez fuera adaptándose», dice Franco. El caso es que Núñez hizo del FC Barcelona la única gran institución catalana, junto a La Caixa, que el todopoderoso Jordi Pujol nunca logró controlar. Y obtuvo en Wembley la primera Copa de Europa de los azulgrana.

El dique nuñista fue resquebrajándose y reventó con el breve y desafortunado mandato de su sucesor, el empresario Joan Gaspart. En 2003 irrumpió Joan Laporta, un joven abogado vinculado con el efímero Partit per la Independència. Laporta no prometía devolver al Barça la condición de médium del espíritu catalán, sino éxitos. Y los éxitos llegaron, gracias a Rijkaard y Ronaldinho, Guardiola y Messi. Su mandato coincidió con la elaboración del nuevo Estatuto de Autonomía propugnado por Pasqual Maragall, con los recortes impuestos al mismo por el Tribunal Constitucional y con el creciente fenómeno de desafección, el término utilizado por José Montilla, sucesor de Maragall, respecto a España. La agitación política volvió al Camp Nou con más fuerza que nunca. En poco tiempo, el estadio se convirtió en escenario de la expresión independentista.

«Creo que la actual directiva hace lo posible por mantener el equilibrio, por no molestar ni a los independentistas de aquí ni a los seguidores del resto de España y del mundo, pero una buena parte de los asistentes al Camp Nou gritan por la independencia en el minuto 17, segundo 14, y eso es así, es un reflejo de lo que ocurre en la calle», comenta el periodista García Luque. Por supuesto, el activismo en la grada suscita reacciones muy diversas. «Devolví el carné de socio y he dejado de ir al campo porque algunas cosas me asquean, pero no puedo dejar de ser barcelonista, eso no tiene remedio», dice el crítico cinematográfico Oti Rodríguez Marchante.

por ERIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 20/09/15