El muro de Trump

ABC 30/01/17
JUAN MANUEL DE PRADA

· Antes de volcar sus iras sobre Trump, deberían correr a garrotazos a Peña Nieto y a todos sus corruptos antecesores

HEMOS de empezar este artículo señalando que el muro iniciado por Bill Clinton (a quien, sin embargo, los filántropos nunca le chistaron) y que ahora Trump se propone concluir constituye una iniquidad. No puede haber otra frontera entre Estados Unidos y México que la que se estableció en el Tratado de la Florida, en 1821; y todas las expansiones posteriores de los Estados Unidos sobre lo que fueron territorios del virreinato de la Nueva España son expolios logrados mediante derramamiento de sangre o, todavía peor, por la lenidad y venalidad de los mandatarios mexicanos.

Pero, una vez establecido que esa frontera es hija del expolio, hay que reconocer que el muro que anuncia Trump es menos cruel que el construido por Clinton, que sólo se preocupaba de impedir el paso por los lugares más expeditos, dejando sin protección las regiones desérticas. Y es que el bellaco de Clinton hizo con los mexicanos lo mismo que el rey de Arabia hizo con el rey de Babilonia en el célebre cuento de Borges: dejar alevosamente que se internaran en el desierto, que es un laberinto sin escaleras que subir, ni puertas que forzar, ni fatigosas galerías que recorrer, ni muros que veden el paso, para que muriesen de hambre y de sed. Muchos miles de mexicanos han muerto tratando de cruzar el desierto de Arizona en los últimos veinte años, sin que los filántropos montasen ningún aquelarre; y el muro que ahora se dispone a levantar Trump al menos detendría esta mortandad.

Es cierto que no dar posada al peregrino constituye una falta de misericordia. Pero mucha mayor culpa que el gobernante que no da posada al peregrino la tiene el gobernante que no atiende las necesidades de sus súbditos; pues la obligación que tiene un gobernante ante sus súbditos es la misma que tiene un padre de familia ante sus hijos. Por lo tanto, antes que arremeter contra la dureza de corazón de Trump deberíamos empezar por execrar la crueldad de los gobernantes que actúan como padres desnaturalizados, obligando a sus súbditos a abandonar su patria en busca de sustento. Y los mexicanos, que un día malhadado se emanciparon de su única madre, han sufrido desde entonces infinitud de padres desnaturalizados. Antes de volcar sus iras sobre Trump, deberían correr a garrotazos a Peña Nieto y a todos sus corruptos antecesores. Y también, por cierto, sacarse la viga del ojo y recordar que ellos a su vez están levantando un muro en la frontera con Guatemala. Tal vez este sea el triste destino de los hijos que abandonan a su madre: perecer estrangulados entre muros inicuos.

Y esos filántropos que montan aquelarres a Trump (y callaron como putitas ante el muro mucho más indigno erigido por Bill Clinton) deberían acoger en sus respectivas casas y procurar sustento a uno (¡a uno sólo!) de los mexicanos que tratan de cruzar la frontera con Estados Unidos. Considerando el enorme número de filántropos que han florecido por doquier, el problema quedaría al instante solucionado. Pero a estos filántropos, que son una patulea de fariseos de la peor calaña, les ocurre lo mismo que a aquel personaje de Los hermanos Karamazov, que decía: «Amo a la Humanidad; pero, para gran sorpresa mía, cuanto más amo a la Humanidad en general, menos amo a la gente en particular. Más de una vez he soñado servir con pasión a la Humanidad; pero no puedo vivir con una persona dos días seguidos en la misma habitación».

Quizás el sacerdote y el levita de la parábola del Buen Samaritano que no se detienen a socorrer al viajero herido no fuesen unos malvados, sino más bien ardorosos filántropos a quienes urgía llegar a Jerusalén, para participar en una manifestación.