El olvido

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 22/03/14

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· Mienten quienes compartieron responsabilidades con Zapatero y ahora lo impugnan.

El pasado 14 de marzo se cumplió el décimo aniversario de la victoria electoral de José Luis Rodríguez Zapatero. Cuatro años después, el 11 de marzo de 2008 volvió a ganar las generales, cumpliendo así casi ocho años en la Presidencia del Gobierno.

El atentado del 11-M conmocionó a toda la sociedad española y la reacción de unos y otros -la incapacidad del Gobierno para gestionar la tragedia, reuniendo a los partidos políticos, especialmente al PSOE, bajo la cobertura del pacto antiterrorista, el asedio a las sedes del PP- desde luego influyeron, nunca sabremos cuánto, en la determinación de muchos españoles a la hora de depositar su voto, aunque esa realidad no restó un ápice de legitimidad a los resultados electorales ni a la victoria de Zapatero.

Unos años antes de estos acontecimientos el que firma este artículo había dimitido de la Secretaria General de los socialistas vascos primero, e inmediatamente después, de la recientemente formada Comisión Ejecutiva del PSOE liderada por Zapatero, quien había sido elegido Secretario General en un congreso en dura y competida pugna con José Bono.

Los motivos de mi decisión fueron dos: la oposición de la ejecutiva federal al acuerdo con el Partido Popular en las elecciones autonómicas vascas que se habían celebrado unos meses antes, y su acercamiento a los nacionalistas liderados por Ibarretxe y Arzallus; posteriormente me enteré de unas oscuras negociaciones con Herri Batasuna protagonizadas por algunos socialistas vascos, de las que tenían conocimiento algunos dirigentes del PSOE, pero de las que yo en cambio no tuve ni la más mínima información.

Años después, instalado ya en la vida privada, tuve la oportunidad de reunirme en varias ocasiones con Zapatero, discrepando como en el pasado en muchas cuestiones, pero en un clima de camaradería; relación por cierto esporádica, pero amigable, que hemos seguido manteniendo en el tiempo hasta el día de hoy. El pasado no me ha hecho prisionero de agravios y rencores, y él acepta mi crítica beligerante aunque educada sobre determinados aspectos de su Gobierno y sobre sus apariciones públicas como ex-presidente, excesivas e innecesarias a mi juicio y que ponen en tela de juicio su voluntad de ser un sencillo e inspirado «contador de nubes».

He creído necesario este recordatorio ante el silencio de los dirigentes actuales, protagonistas todos ellos en la fecha en la que el PSOE volvió al gobierno con el hoy joven jubilado a la cabeza, hecho que contrasta llamativamente con los merecidos recuerdos oficiales a la victoria del 82, liderada en aquella ocasión por Felipe González. El olvido de la fecha, la falta de interés en recordarla, más en un partido muy volcado en su pasado que se asume siempre con voluntarismo acrítico, supone una clara e inequívoca impugnación de la gestión de Zapatero y de su periodo como gobernante. Pero esa legítima opción tiene dos graves inconvenientes: quiénes la realizan y cómo la llevan a cabo.

El olvido voluntario lo realizan quienes ocuparon los puestos de responsabilidad más importantes de estos últimos ocho años, sin un mal gesto de disgusto ni una palabra crítica que haya trascendido a la sociedad, que no comprende una capacidad de adaptación muy superior a cualquier ejemplo que nos pueda mostrar la naturaleza. La impugnación por medio del olvido necesita, como otras formas de crítica y oposición, una legitimación activa, que sólo es posible conseguir si no se ha estado comprometido en el periodo impugnado. De lo contrario, si se ha sido protagonista del periodo cuestionado, el olvido se convierte en una forma de mentir y de mentirse.

Efectivamente, no se puede renunciar al pasado pero sí se puede criticar, hasta el de uno propio, que está empedrado de aciertos y errores de los que uno puede arrepentirse. Es más, someter nuestro pasado a escrutinio crítico -en contra de los que dicen con grandilocuencia y poco seso, «yo no me arrepiento de nada»-, es una prueba de inteligencia en quien lo practica, y si es un personaje público, de humildad inteligente. Si por el contrario el olvido, la mentira y la oscuridad se convierten en instrumentos mezquinos de renovación, los ciudadanos rápidamente lo advierten. Y aún en un país como el nuestro en el que la importancia de hacer honor a la verdad está un tanto devaluada, la mentira, aunque sea por omisión, crea un ambiente enrarecido y desagradable que desmoraliza a los ciudadanos y les confirma en una desconfianza ancestral hacia el poder público.

Tenemos que admitir, sin sonrojos y sin los tiempos tectónicos de la iglesia, que en el pasado no todo lo hicimos bien. Es una obligación con la democracia y con los ciudadanos españoles y es conveniente para recobrar el prestigio perdido. Pero también se lo deben al propio Zapatero: lo elegimos nosotros y después se lo propusimos a los españoles. La mayor parte de sus críticos actuales se encumbraron con él, pero no dijeron en su momento, y en lugar oportuno, lo que dicen ahora por acción, en ámbitos privados, o por omisión.

Yo por mi parte no puedo alegrarme de que me den la razón de una forma tan ambigua y mantengo lo que pensaba cuando abandoné la ejecutiva federal: creo que Zapatero ve la política como un acto lúdico en el que se puede hacer todo lo que uno desea, cuando los márgenes de actuación en el espacio público son estrechos, con más frustraciones que alegrías; y si de verdad se quiere dejar una sociedad mejor, el mito que encarnaría la política seria el de Prometeo con unas «gotitas» de Sísifo, porque es un servicio público que requiere vocación, desprendimiento y tener el convencimiento de que la tarea nunca se terminará y pocas veces se recompensará.

Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad.

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 22/03/14