El populismo

ABC 14/07/14 – ESPERANZA AGUIRRE

· No importa que todo lo que dicen los populistas sea mentira. Basta con que consigan que haya gente que se lo crea. Y siempre puede haber quien lo haga. Incluso, de buena fe

El escritor suizo Friedrich Dürrenmat acertó plenamente cuando dijo: «Tristes tiempos estos en los que hay que luchar por lo que es evidente». Estas palabras me vienen a la cabeza cada vez que tengo que enfrentarme dialécticamente a adversarios políticos que defienden posiciones, ideas o doctrinas que hace ya muchos años que la Historia ha descalificado.

El caso español

La aparición de Podemos, si algo hemos aprendido de la Historia, no es tan sorprendente

Esto me está ocurriendo últimamente con Podemos, sus mensajes, sus ideas y sus propuestas. Algunos, entre los que parece que hay bastantes personas de izquierda, e incluso algunas de derecha, dicen que Podemos es un partido nuevo que puede traer soluciones innovadoras para los graves problemas que España tiene hoy planteados.

Es verdad que en España la clase política está hoy desacreditada. Y también es verdad que, en muchos países donde se da este descrédito, surgen partidos que declaran que ellos son los únicos verdaderamente limpios y que proponen soluciones aparentemente muy sencillas para todos los problemas difíciles. A estos partidos se les suele agrupar bajo la etiqueta de «populistas». Porque lo que hacen es excitar los sentimientos más inmediatos del pueblo en dos direcciones. Primero, desprecian, insultan y vituperan a los partidos existentes. Y después, se presentan como los salvadores de la patria a base de proponer a los ciudadanos soluciones muy simplistas, que explican el mundo como si fuera una película de buenos y malos. Los «buenos», naturalmente, son ellos. Y los «malos», también naturalmente, los que no piensan como ellos.

Si los populistas hacen eso con habilidad y usan los adecuados mecanismos de propaganda, pueden tener éxito. Y, a veces, mucho éxito. La ascensión al poder de Hitler es un ejemplo bastante perfecto de este proceso. La Alemania de los años treinta estaba inmersa en una profundísima crisis económica, los partidos políticos de la República de Weimar no eran capaces de solucionar la crisis y se perdían en constantes querellas entre ellos, y por último, pero muy importante, Hitler contaba con Goebbels, que era un genio de la propaganda política.

Sin llegar a extremos tan dramáticos como el de Alemania, podemos encontrar procesos parecidos en muchos otros países. Sin ir más lejos ahora mismo los estamos contemplando, con más o menos variaciones, en algunos países hispanoamericanos.

No importa que todo lo que dicen los populistas sea mentira. No importa que no sean partidos para nada nuevos, sino representantes de tradiciones políticas muy antiguas y fracasadas. Como tampoco importa que sus soluciones no hayan solucionado nunca ningún problema allá donde se han aplicado. Basta con que consigan que haya gente que se lo crea. Y siempre puede haber quien lo haga. Incluso, de buena fe.

Porque se dan algunas de las condiciones para la aparición de un partido de estas características es por lo que ha surgido en España Podemos. Estamos inmersos en una crisis económica muy profunda que ha mandado al paro a millones de ciudadanos, que les ha empobrecido y que ha disminuido de una forma tremenda las oportunidades de todos y, sobre todo, de los jóvenes. Al mismo tiempo, la confianza en los partidos tradicionales se ha colocado bajo mínimos. Y, además, los políticos de Podemos han demostrado conocer muy bien las técnicas de propaganda que crearon y desarrollaron en los años treinta Willy Münzenberg y Joseph Goebbels. Münzenberg y Goebbels eran alemanes, los dos eran más o menos de la misma edad, los dos fueron unos genios de la maldad, los dos acabaron mal, y los dos tienen una importante cuota de responsabilidad en el triunfo de las dos ideologías más nefastas de la Historia: el comunismo y el nazismo.

La aparición de Podemos, si algo hemos aprendido de la Historia, no es tan sorprendente. Lo que sí puede ser imperdonable es que en España los que sabemos de los peligros de este tipo de movimientos reaccionemos con la irresponsabilidad con que lo hicieron los que, en Argentina, decían «Cristina no tiene carisma», o, en Ecuador, «Correa es una anécdota irrelevante», o, en Venezuela, «a Chávez, en cuanto toque poder, se lo come Estados Unidos».

Y eso puede ocurrir si creemos que los argumentos demagógicos, simplistas y falaces que utilizan los de Podemos se descalifican solos. Eso puede ocurrir si nos da pereza debatir con ellos porque consideramos que sus argumentos están absolutamente desprestigiados por la Historia. Porque, efectivamente, da mucha pereza tener que demostrar que el comunismo, del que los de Podemos se declaran hijos, sólo ha traído crimen y miseria allá donde se ha aplicado. Pero hay que hacerlo. Como hay que insistir en que cuando Iglesias afirma que «el terrorismo de ETA tiene explicaciones políticas» está utilizando los mismos falaces argumentos de los etarras para justificar sus 858 asesinatos. Porque, desde hace casi cuarenta años, en España existen cauces democráticos para defender todas las posiciones políticas. Y nada podrá justificar nunca esos asesinatos. También hay que denunciar que utiliza los argumentos de los etarras cuando llama «papelito» a la Constitución de 1978, la que, precisamente, le garantiza a él y a todos nuestros derechos. O cuando desprecia a todas las fuerzas políticas democráticas de los últimos cuarenta años y tiene el desparpajo de afirmar que solo la izquierda vasca y ETA se dieron cuenta de que esa Constitución no instaura unas reglas del juego democráticas.

Puede ser muy cansado y aburrido tener que discutir argumentos tan simples y mentirosos, pero hay que hacerlo.

No se nos pueden olvidar nunca los versos de Yeats, el gran poeta irlandés que tuvo el Premio Nobel: «The best lack all conviction, while the worst / Are full of passionate intensity». («Los mejores carecen de toda convicción, mientras que los peores están llenos de una intensidad apasionada»). Nosotros, los que amamos la libertad y sabemos de los peligros de la demagogia populista, también tenemos que demostrar que estamos llenos de esa apasionada intensidad.