‘El pueblo contra la Constitución’

Transcripción de la conferencia pronunciada por José María Ruiz Soroa en Bilbao el 12 de mayo de 2010, con el título ‘El pueblo contra la Constitución’, en un acto organizado por la Fundación para la Libertad. (Galería de fotos)

Presentación de Emilio Guevara

Les contaré cómo descubrí a José María Ruiz Soroa. Cuando hace no muchos años comenzó a publicar artículos, yo me preguntaba de dónde habría salido este hombre. Yo hice la carrera de Derecho en Madrid, me tocó don Joaquín Garrigues y el año que correspondía no llegamos a dar el Derecho Marítimo. Como todos saben, el Zadorra no es navegable, aunque cualquier día puede que uno de estos empeñados en los grandes proyectos se empeñe en hacerlo. No pude estudiar Derecho Marítimo en la carrera y vivo en Vitoria; no conocía a Ruiz Soroa. A la vista de los artículos, me dijeron que era un especialista de prestigio internacional en el tema. Me asombraba, dado el nivel que hay, la profundidad con que abordaba los temas y daba a entender que posee una formación jurídica, política e incluso filosófica de nivel extraordinario. Me hice incondicional ya con motivo de un artículo mío. Hace seis o siete años el sector que llaman vasquista del Partido Socialista me invitó a colaborar para un proyecto de reforma del Estatuto. Entonces, dentro de esa excitación que produce el empezar a querer modificar cosas, pensamos que a lo mejor podríamos definir a Euskadi como una comunidad nacional. A los siete días de publicarlo, José María Ruiz Soroa publicó un artículo que fue el mayor palo que me han dado en la vida. Ni un juez ni un magistrado lo han hecho nunca. Lejos de cabrearme, me hice incondicional, porque me sirvió para aprender algunas cosas. La primera, la frivolidad con la que nos dedicamos a hablar, opinar y escribir de cosas que no dominamos. La segunda, que ya basta de jugar con las palabras y los conceptos; que los conflictos, los debates y los discursos que haya que construir como alternativa al oficial de los últimos 30 años no se pueden construir inventando palabras, conceptos… Máxime cuando ya estaban inventados y eran propios de los nazis austriacos, nos dijo. Al nacionalismo no se le aplaca llamando a esto comunidad nacional ni nada parecido; se le tiene que ganar con rigor intelectual. Y la tercera: hay que escribir de lo que se conoce, razonar y argumentar y huir de lo fácil, del chiste fácil y del insulto. No es constructivo ni merece la pena.

Los méritos de José María Ruiz Soroa son como el valor en los militares, se le supone, va en su condición, pero en nuestro entorno son méritos. Tiene una prosa muy fluida, fácil de leer y entender…, me recuerda a Garrigues. Tiene claridad en la exposición, como claras tiene las ideas y ordenados los conceptos en su interior. No hay nadie en Euskadi ni en la prensa nacional con esa amplitud de temas; los artículos hoy en día suelen ser monotemáticos. Él puede hacer un análisis en profundidad de la lengua, de la soberanía, de todo. Y sus artículos van a lo esencial, por eso no están basados en el día a día o en la anécdota y resisten el paso del tiempo. Siempre están vigentes.

Le doy la palabra y le ruego que no me dé las gracias, porque lo que he dicho se lo merece. Y el segundo ruego es que siga, que continúe. En este país se necesita elaborar un discurso político nuevo, constitucional, alternativo al monocorde que hemos oído durante muchos años. Contar con él no sólo es un lujo: es completamente necesario.


José María Ruiz Soroa

Gracias por su presencia y valor por venir a escucharme. A la Fundación por invitarme. A Emilio no, porque así me lo ha pedido. Entre abogados de Nervión y del Zadorra nos entendemos.

La conferencia la he titulado ‘El pueblo contra la Constitución’, título reversible. Pretendo hablar de algo que ha surgido con la tragicomedia del Estatut de Cataluña. Es un sesgo de la teoría política democrática que plantea serios problemas, que agitan a los pensadores, a los seminarios de Ciencia Política…, nos hacen preguntarnos qué es la democracia. Y a veces agitan al público. Habrán oído, entre otros muchos argumentos del bando nacionalista-izquierdista-progresista, uno que se repite: cómo puede ser que un Tribunal Constitucional compuesto por personas no electas, sin responsabilidad política, puedan enmendar la plana a lo que han decidido dos asambleas (Parlamento de Cataluña y Parlamento español) y lo ha ratificado el pueblo mismo, o una parte, el catalán. Cómo puede ser esta contradicción del gobierno del pueblo que se ve enmendado por un órgano minoritario.

Esto se maneja para impugnar la situación del Tribunal Constitucional. Se ha usado periodísticamente por unos políticos superficiales y tiene un trasfondo muy serio. Lleva 10 años empantanada gran parte de la academia del Derecho Constitucional. Es evidente que las democracias liberales o constitucionales tienen dos partes distintas: la democrática, un pueblo que se autogobierna, y la clásicamente liberal o constitucional, la que dice que ciertas decisiones están ya tomadas desde hace años o siglos, establecidas en Constitución y no se vuelven a tomar. Para cambiar los elementos básicos de cualquier sistema hacen falta sistemas complicados, y hay un órgano elitista, el TC, que decide lo que dice o no un texto.
Hay una cierta contradicción y es lo que se plantea estos últimos años. Que un texto heredado del pasado limite las decisiones que puede tomar el pueblo soberano. Cómo se justifica la limitación. Si admitimos las limitaciones, nos encontraremos con el problema de que decir democracia constitucional es un oxímoron, una contradicción en sí misma. Democracia y constitucional son contradictorios. Muchos pensadores nos dicen que estas democracias son tuteladas; la voluntad del pueblo está tutelada por órganos que le arrebatan su capacidad de decidir. Son democracias propias de menores de edad. Al pueblo se le trata así, puede decidir sólo unas cosas. El profesor Sánchez Cuenca las llama democracias ‘jibarizadas’. Muy expresivo.

Planteado de forma más técnica podemos decir que existen dos formas de entender la democracia. La sustancialista y la procedimentalista. Los demócratas sustancialistas consideran que en toda democracia existe un núcleo de valores o verdades que es intocable; ya está decidida la solución sobre eso, y la mayoría no puede decidir. Son los derechos humanos y las reglas básicas del Estado de derecho. Es lo que el profesor Garzón Valdés llama el coto vedado de valores o verdades. Funciona como una muleta moral. A esta visión clásica y estándar, contestan los procedimentalistas preguntando cómo y dónde justifican esos valores en esta sociedad plural, donde reina el disenso. Cada escuela de pensamiento tiene su idea y no hay acuerdo generalizado sobre esos valores. ¿Es una postura religiosa, una defensa de que la naturaleza humana es de determinada forma? Hay algunos que no lo comparten, no hay ninguna postura compartida. La única forma de explicar la democracia es sobre una regla: es un sistema en el que la regla para tomar decisiones públicas colectivas es la de la mayoría. Toda persona tiene derecho a ser escuchada, tiene la misma capacidad de decisión y dignidad.

Contestan los sustancialistas que no puede ser así: la mayoría decide pero no sobre todo. Nadie aceptaría que sobre su conciencia o su vida pudiera decidir la mayoría. Antes de la regla de la mayoría hemos dicho que hay ciertas cuestiones protegidas. Es el argumento de Ronald Durkin, filósofo del derecho norteamericano. Los procedimentalistas contestan, con sentido, cómo se ha decidido cuál es el núcleo en que la mayoría no decide, cuándo se ha definido y cómo. En algún momento se tuvo que tomar la decisión. Y la única forma fue por mayoría. Por mucho que retrocedamos en el tiempo, veremos que esa es la regla. Desde un punto de vista lógico esto es muy convincente. Es el argumento de Jeremy Barron.

Los procedimentalistas no son relativistas ni están contra los derechos humanos. ¡Qué va! Precisamente dicen que como se los toman en serio, que todos son iguales, la única conclusión lógica es que siempre tomen ellos las decisiones. Lo contrario es paternalista. Hay que dejar que el pueblo se autogobierne sin límites. Tiene cierto grado de convicción. Los procedimentalistas tienen un problema: la conclusión obvia es que la mayoría del pueblo puede en todo momento tomar todas las decisiones que desee incluso las que nos pueden parecer más peligrosas, como acabar con la democracia. Sería democráticamente legítimo que observando todos los procedimientos legítimos el pueblo adoptara un sistema dictatorial, por ejemplo. Podría hacerlo. Hay constitucionalistas en nuestro país, como Manuel Aragón, hoy bastante famoso por su participación en el TC, que el pueblo español podría hacerlo. Es una cuestión incómoda, contradictoria con el unto de partida. ¿Cómo puede ser que la democracia, basándose en su regla de partida, pueda llegar a poner fin a la democracia?

El mismo problema plásticamente más claro, visto en la perspectiva temporal. Está planteado desde hace siglos por quienes participaron en la revolución americana y en la francesa. El problema se plantea cuando vemos las constituciones como un texto heredado del pasado. En Estados Unidos, es de más de dos siglos. Las decidió otro pueblo pero limita al actual. En nuestro caso, hace 30 años. Pueblos totalmente distintos. Como decía Jefferson hace siglos, una generación es respecto a otra lo mismo que una nación respecto a otra. Si la actual se rige por lo que legó la anterior, es como decir que la nación no es libre. Jefferson, Payne, Condorcet, plantearon esto y estuvo recogido en el artículo 28 de la Constitución francesa de 1793, la jacobina, que nunca entró en vigor. “Ninguna generación puede atar a la siguiente con sus reglas constitucionales”, decía el artículo. Es la expresión del mismo problema expresado antes de forma lógica. Cómo pueden los muertos imponer sus reglas y principios a los vivos.

Se han intentado muchos argumentos para salir de esta aparente contradicción. El más famoso es el del precompromiso o teoría de Ulises: que una persona o un pueblo podría adoptar una regla y previendo que en el futuro podrían verse, en momentos de conflicto o desorden, tentados de cambiarla, esta norma no se puede cambiar en ningún caso. Ulises sabía que las sirenas iban a embaucarlo con sus cantos y ordenó que lo ataran al mástil y que en ningún caso lo soltaran. Pero no funciona muy bien, porque es un argumento paternalista para con las generaciones actuales. Ese argumento sólo funciona bien para las personas, que en un momento de su vida deciden y se comprometen a no cambiar. Para un pueblo es como suponer que en el pasado existió un pueblo al que tendríamos que llamar Juanito El Sobrio, listo, moderado, pensador, que estableció reglas para que los que vinieron después, Juanitos los Borrachos, se cuidaran. Por qué el otro pueblo iba a ser más reflexivo o perspicaz.

Me interesaba traer a colación este problema temporal porque nos demuestra que hay un problema lógico en todo el planteamiento. Las generaciones tienen sentido si hacemos trampa con la realidad y pensamos que las sociedades se renuevan por generaciones, que cada x tiempo suplantan a las anteriores. Jefferson lo calculó en dieciocho años y medio; se suplantaba el 51% de la sociedad existente. Pero no es así. Se renuevan día a día, por personas, continuamente. No es que haya que revisar la Constitución cada veinte años. Cada día, cada hora, llega a la mayoría de un ciudadano que no estaba el día anterior y si nos tomamos en serio el argumento, cada día habría que renovar el consenso mayoritario para ver si los nuevos ciudadanos están de acuerdo con ese núcleo de valores. Nunca se podrían tomar leyes, normas ni decisiones. No habría estabilidad. Así que el planteamiento temporal conduce también a una contradicción en el final.

Volvamos al análisis puramente lógico. Habermas, para intentar resolver el problema, piensa en diez náufragos que llegan a una isla y se plantean una vida conflictiva de superación. Lo primero que hacen es establecer cómo van a funcionar en las decisiones públicas colectivas. Se ponen a discutirlo y ahí ven que todos tienen la misma razón, argumento, palabra, que hay que sopesarlas todas. El mismo procedimiento que se usa para discutir cómo se van a tomar las decisiones nos revela cuáles son los valores esenciales de ese sistema. La igualdad, la dignidad…El procedimiento descubre los valores implícitos, dice Habermas. Los valores están en la base de toda discusión racional. Es un ejemplo que los procedimentalistas utilizan y que nos revela su propio fallo. Y qué pasa si uno de ellos quiere ir por libre. Eso significa que para que una comunidad pueda tomar decisiones que antes haya tomado la decisión de hacer una comunidad. Si alguien se excluye, malamente lo podemos incluir. Antes que la regla de la mayoría tuvo que existir la de que todos formamos parte de la comunidad. Hay una decisión unánime previa para hacer comunidad política. Cosa que los teóricos del contrato social de hace siglos sí se dieron cuenta. Rousseau, Locke y otros dijeron que se trataba de dos contratos en realidad: unánimemente deciden hacer sociedad y una vez hecha aplican la mayoría.

¿Y si hay hombres y mujeres entre esos diez náufragos? ¿Quiénes discuten, todos, sólo los hombres, los menores no, las otras razas? Esto no se puede decidir por mayoría. Hay algún valor sustantivo previo para sostener la discusión. Quien crea en la autonomía de todas las personas, dirá que todos tienen derecho. La regla procedimental no lo resuelve, sólo se aplica cuando el conjunto empieza a discutir. Si es una nación, dirán que todos los que son esa nación; y así sucesivamente. Y estos náufragos, cuando empiezan a discutir cómo han fijado el orden de día, de intervenciones, el lugar, el tiempo… Siempre vamos retrocediendo, la pura regla de la mayoría no se autofunda, necesita de algo más. Las muletas de las que habla Garzón.

¿Cómo salir de este aparente atolladero? Nos convence mucho el principio democrático pero vemos sus contradicciones insalvables. Será necesario empezar a pensar de otra forma. Ver las reglas, las normas, las instituciones, de otra forma. Hasta ahora hemos estado pensando en ellas como algo que nos limita: las restricciones. Por qué no intentamos pensar que las reglas pueden ser otra cosa. En un juego, las reglas pueden ser vistas como limitaciones, pero también nos permiten jugar, son el juego mismo. Sin ellas no se podría jugar. El lenguaje, la gramática, un montón de reglas. ¿Limitan o nos constituyen? No podríamos hablar sin haberlo heredado. Así es como hay que pensar las reglas de la democracia. Hay reglas que limitan, otras que capacitan, que crean una actividad. Las instituciones humanas están creadas mediante reglas consentidas por la sociedad. La democracia es esto: la mayoría toma decisiones pero no podría querer, tener voluntad, sin esas reglas e instituciones previas que le permiten hacerlo. Un pueblo virgen, abstracto, no puede tomar decisiones.

Las reglas son en parte heredadas del pasado, o constricciones derivadas de nuestra naturaleza (nadie puede abdicar de su sociedad, autodeterminarse individualmente). Tendemos a pensar que hubo un pueblo que eligió esas reglas libremente y nos obligan ahora. En realidad, ellos tampoco eran libres, estaban obligados por una serie de circunstancias complejas. Las reglas no se crean, siempre se transforman. Vienen de la transformación… Nos parece tan democrática la separación de poderes que tendemos a pensar que se la inventaron los padres fundadores, que descubrieron la separación de poderes. Pero no es cierto: ya existía. La inventaron los monarcas del Renacimiento. Habían separado el gobierno directo del aspecto judicial, porque el reino funcionaba mejor separando en diversas áreas temáticas la gobernación. Los revolucionarios le dieron un nuevo sentido: ya no era funcionalidad sino valor. Lo hicieron para poder jugar el juego de la democracia.

¿De dónde viene todo este problema que agita a la Ciencia Política y el Derecho Constitucional desde hace unos años? El autogobierno versus los núcleos protegidos. Viene, como diría Joseba Arregi, de utilizar conceptos absolutos e intentar ontologizarlos. Pueblo es un concepto tan absoluto como Dios. Es un sustituto en la mentalidad moderna. Es de estructura teológica: es omnipotente o puede limitarse. La discusión actual es el problema que los frailes medievales se pasaron siglos discutiendo en torno a los atributos de Dios y a sus contradicciones lógicas. No hay forma de salir de esa antinomia porque es una pura, absurda creación de razón. Es lo que dijo Kant: estamos intentando hacer real a una pura idea de razón.

Con la idea de pueblo y voluntad popular pasa lo mismo. Nos hemos empeñado en pensar que el autogobierno tiene una encarnación real en el pueblo, conjunto de ciudadanos. El pueblo está en las decisiones que se toman, pero esa idea está también en la Constitución y en el TC cuando toma una decisión…, en tantas instituciones democráticas que aparentemente limitan al pueblo. El pueblo no se puede entender solamente como el conjunto de ciudadanos tomando decisiones, es un principio, no tiene existencia real. Si se la damos entramos en contradicciones. Lo que es lo mismo, la democracia no se autofundamenta, no tiene una última, absoluta regla. Tiene varias, complejas, y a través de todas aparece el pueblo.

Tampoco podría dejar de emitir mi opinión sobre por qué diablos nos hemos metido en este debate en los últimos años. Está muy vivo en España pero proviene de la escuela americana. Se originó en Norteamérica y allí tuvo pleno sentido en una época muy concreta, en el primer tercio del siglo XX. Entonces el tribunal supremo haciendo una interpretación abusiva y probablemente sin fundamento de ciertas cláusulas de la Constitución como son la Interestatal de Comercio y el Debido Profeso, se convirtió en el gobierno de los Estados Unidos. Y basándose en los recursos de constitucionalidad se dedicó a derogar y hacer imposibles todas las normas de tipo progresivo en materia económica y laboral. Es lógico que en aquellos treinta años de gobierno de los jueces, retardatario y conservador, se llegase a pensar que aquélla era una democracia que no funcionaba, sometida al gobierno de unos pocos, que además eran conservadores. Esto terminó con Roosevelt, que amenazó al Supremo con modificar las leyes emanadas del Gobierno federal en materia de New Deal si no cesaba en su actitud hostil. Y a partir de los años 60 ha sido un tribunal favorable a los derechos humanos, etc.

Se ha señalado que el debate ha resurgido porque la época del juez Warren y del Tribunal Supremo progresista está terminando por los nombramientos de jueces de los dos Bush. Ese es un problema de EE UU. Lo que no se comprende es que en el ámbito europeo se plantee el problema y se hable de que vivimos en una democracia tutelada, sometida al control de unos pocos sabios. No existe ese ambiente. Los tribunales supremos europeos, de la II Guerra Mundial para acá, que es cuando han aparecido, en absoluto funcionan de forma retardataria y limitando los derechos humanos y las decisiones del Parlamento. Ha sido lo contrario, a favor del desarrollo de la democracia. Pensemos en el Tribunal Constitucional español. Ha invalidado todas o partes de ciertas leyes que había aprobado el pueblo soberano teórico en el Parlamento, y las más relevantes indican que ha ampliado la democracia. Ha anulado la ley de la patada en la puerta o ley Corcuera. ¿Eso ha disminuido nuestra democracia? La ley de inmigración del PP y la posterior socialista, derogado, ampliando los derechos y así el marco democrático. La realidad es que no nos tratan como menores de edad. Por eso el debate se debe a un problema de radicalización ideológica de ciertos pensadores y cierto ambiente. Creo que nace de una insatisfacción de todos los ciudadanos conscientes que vemos los defectos de las democracias, no podemos estar contentos con la práctica democrática de nuestros países; el sistema por definición lleva a la crítica constante y aspiración constante a algo distinto.

Cierto sector de pensadores han radicalizado el debate y han dicho que a nuestras democracias les falta democracia. Si el pueblo de verdad lo decidiera todo, sin tantos jueces, tribunales, UE, organismo, élites más o menos sospechosas tomando decisiones, el sistema sería mejor. Y aquí se ha empezado a criticar toda la arquitectura constitucional. Creo que el sentimiento que les ha llevado a ello me parece válido; el diagnóstico y propuesta de regeneración me parece absolutamente erróneo. Nuestras democracias no necesitan de más democracia, sino de más reflexión, participación, responsabilidad, más conseguir que los instrumentos constitucionales del sistema actúen más, y menos el puro impulso popular de tomar decisiones inmediatas. Si nos dejásemos llevar por eso de privilegiar el elemento democrático sobre el constitucional, sólo conseguiríamos devaluar aún más la democracia y acabar en el populismo.

Ahora bien, en el caso de la sección catalana del democratismo radical –así podríamos llamarlos– habría que recordarles sólo una sentencia del TC que anuló una ley que había aprobado una ‘supermayoría’ del Parlamento español. Todos los partidos menos los nacionalistas y el comunista aprobaron una ley en 1983 que el TC declaró anticonstitucional el 13 de agosto de ese año. Se llamaba Ley de Armonización del Proceso Autonómico, la LOAPA. Cuatro quintos del Parlamento aprobaron la ley y los que ahora dicen lo contrario acudieron al Constitucional para que la anulara porque violaba la Constitución. El último aval es la Constitución, no el parlamento, el pueblo. Les dio la razón, y gracias a ello ahora puede hablarse de un nuevo Estatuto en Cataluña. Curiosamente estos señores dicen ahora lo contrario: la última palabra en legitimidad la tiene el pueblo, o por lo menos el Parlamento, no un texto heredado. Esto basta para desacreditar a nuestra sección catalana del democratismo radical. En cuanto a los otros, los de los seminarios de ciencia política, ya les he dicho mi opinión. Son ustedes muy libres de tener la suya propia.


COLOQUIO

Pregunta

Ha sido una conferencia de las más estimulantes que he oído últimamente. ¿No le parece que el objeto mismo de la conferencia no implica un episodio más de la democracia constitucional pero que es muy viejo ya? El concepto democracia y liberal pueden ser compatibles o no. La sección catalana puede abordarse así, como liberal. Sólo limitando el poder se garantiza la libertad individual. ¿Qué le parecen los demócratas instrumentales como Popper?

José María Ruiz Soroa

La tensión entre los dos elementos ha sido muy señalada, cierto. Es inevitable. Lo que sucede, pienso yo, es que hablamos de democracia y en realidad sólo existe la que tenemos, la liberal o constitucional, pero queda vigente la antigua, la del ágora ateniense. Un conjunto de ciudadanos que se gobernaban ellos mismos a ellos mismos, el pueblo sobre el pueblo. Es la idea que desarrolló como nadie Rousseau y que periódicamente resucita, es cautivadora. Pero si no se le pone el freno, porque es un experimento histórico que fracasó de tal manera que durante 24 siglos todas las sociedades tuvieron un horrible recuerdo de ella, para cualquier pensador del XVIII fue un fracaso absoluto porque no se controlaban los problemas que surgen de ese gobierno. Para Rousseau el ejemplo no era Atenas, sino Esparta. Es bueno que exista esa tensión, el modelo instrumental es muy pobre. Pero cuando el péndulo se inclina mucho hacia el lado democrático, puede haber problemas. Proponer soluciones puramente voluntaristas no lleva a ninguna parte. Aquí vivimos eso: el voluntarismo es lo que pesa, la democracia es la decisión directa e instantánea del pueblo. Y tiene una carga de malentendimiento de la democracia, la democracia no es eso sólo. El pueblo está en el referéndum y en la Constitución y en todo lo demás.

Pregunta

Ha empleado palabras muy interesantes. Sagrada. Yo me niego a que la Santísima Trinidad me saque las castañas del fuego, creo que los ciudadanos debemos poder cambiar y regenerar los textos. Nuestra Constitución, la del 78, que muchos de nosotros peleamos, está hecha con la correlación de fuerzas que existía y hoy la regeneración democrática nos exige modificar aspectos fundamentales.

José María Ruiz Soroa

He usado el término sagrado adoptando la terminología de los críticos. Las normas jurídicas deben poder cambiarse pero una cosa es cambiar los aspectos organizativos, y otra los principios esenciales. ¿Puede la democracia cambiar los derechos? No se puede llegar. Yo también pienso que aquí hay un respeto exagerado al cambio de los principios constitucionales, hay países que los cambian sin problema. Aquí es un tabú. El constitucionalismo, una posición política de defensa de los valores esenciales de la democracia y por tanto el resumen de la doctrina, se ha confundido con el constitucionalismo de esta Constitución. Eso no tiene ningún sentido. Y es verdad que la Constitución española se blindó de tal forma ante el cambio, que es comprensible que cualquier fuerza política se lo piense mucho antes de abordarlo. Hace falta un consenso generalizado que es casi imposible hoy de pensar.

Pregunta

Todo el mundo sabe que la importancia de las mayorías y las minorías depende de la importancia de los asuntos. Por ejemplo, en una comunidad de vecinos. Pasa supongo que en el Parlamento. Hay una tabulación previa que es racional con la importancia de las cuestiones que afectan a la sociedad y eso es calidad democrática en la toma de decisiones populares. ¿Qué opina?

José María Ruiz Soroa

Es lógico que existan mayorías distintas, pero en el caso de la CE para cambiar cualquier elemento es una de las más rígidas y blindadas. Pocas son así, sólo la norteamericana. Es lógico que no se pueda cambiar por el 51% de los votos, pero no que necesite tres quintos, disolución de las cámaras elecciones, nueva mayoría… Es un suicidio político. Está demasiado blindada en aspectos que no tienen tanta importancia. Y hay otro aspecto que diría cualquier procedimentalista. Esa Constitución que exige tres quintos, qué mayoría la aprobó. Porque si es menor que todo eso, una mayoría inferior de pueblo controla a la superior… Todo esto son planteamientos políticos, no desde la práctica actual.

¿En otros países es distinto?

En Francia la Constitución vigente se ha cambiado como en doce puntos en cuarenta años. Hay países en las que se puede hacer por mayorías normales. A la americana se le han hecho modificaciones pese a lo rígida que es. En nuestro entorno, la española es la más rígida.

Pregunta

En los casos de democracia radical de los que hablaba, ¿cree que hay intento de mejorar la Constitución o de que no haya ninguna?

José María Ruiz Soroa

Esto es un sentimiento, pero tengo que decir que tengo muy propio respeto por los políticos españoles. Creo que hay una irresponsabilidad total, no hay ni siquiera un objetivo como esos. Aunque me cargue las instituciones y cree un radicalismo que luego no puede controlar, me da votos. Es pura irresponsabilidad. Estamos quemando instituciones que hemos creado en los últimos 30 años sólo por intereses políticos del momento. Lo que dicen nuestros políticos no se puede tomar en serio; mañana dirán lo contrario porque les conviene.

Editores, 3/6/2010