El punto crítico

ABC 16/12/13
IGNACIO CAMACHO

· El desafío secesionista es ya el conflicto político más grave planteado en España desde el golpe de Estado de 1981

Después del desafío explícito ya no cabe enfocar el problema catalán desde la lógica financiera ni tratar de rebatir su disparatada inviabilidad económica. El órdago soberanista, el conflicto político más grave planteado en España desde el golpe de Estado de 1981, es un delirio emocional por el que sus promotores están dispuestos a afrontar un coste de empobrecimiento colectivo. Para devolverlo a la racionalidad se va a necesitar una combinación de firmeza y de finura que en estos momentos es difícil de hallar en la escena pública española. Determinación para descarrilar sin titubeos la amenaza de secesión y flexibilidad para encontrar puntos de acuerdo que estabilicen el debate en términos sensatos. Es la hora del intangible que más se ha echado en falta en la nación durante los últimos años: el liderazgo.
Tal vez el estilo hierático de Rajoy y su a menudo irritante falta de dinamismo puedan volverse una paradójica virtud eficaz en medio de la tensión que se va a vivir en los próximos meses, siempre que su inmovilidad sea una expresión de fortaleza del Estado y contenga un sentido estratégico. Frente a la agitación independentista, que se expresará en oleadas de movilizaciones, no cabe otra respuesta que la solidez institucional y la aplicación de la ley sin crispaciones ni alharacas. Está hablado con Rubalcaba y no habrá fisuras al menos en la primera fase de la embestida. Los servicios jurídicos estatales han recibido el encargo de diseñar, por si llegase el caso, un modelo de aplicación del Artículo 155 de la Constitución sin suspender las instituciones catalanas, a través de acuerdos en el Senado. Si los socialistas no se aflojan se levantará un dique de unidad política fundamental contra cualquier intento de sedición nacionalista. Lo que falta por definir es la estrategia paralela para encauzar un conflicto que la exaltación independentista está convirtiendo en materia combustible.
Gobierno y PSOE negocian desde hace tiempo acuerdos sobre el sistema territorial con los que ofrecer una salida a lo que quede de juicioso en la dirigencia catalana. El problema está en el ensimismamiento trastornado del nacionalismo, a punto de entrar en una chifladura perturbada e incontrolable. No hay interlocutores porque Mas no lidera la ola en cuya cresta se ha subido. El presidente Rajoy espera que se estrelle en su propia aceleración hacia ninguna parte y las élites sociales de Cataluña propicien un diálogo pragmático antes de caer bajo la desquiciada deriva radical de ERC, pero eso no deja de resultar un apreciable voluntarismo. El punto crítico de la delicadísima cuestión no está en la resistencia del Estado al chantaje, que se da por descontada. Lo que hace impredecible la situación es que se trata de una partida de ajedrez en la que uno de los jugadores ha entrado en estado de enajenación y amenaza con darle una patada al tablero.