El qué y la nada

ABC 12/11/14
IGNACIO CAMACHO

· Unas elecciones «plebiscitarias» no desembocarán en la secesión exprés. La independencia carece aún de masa crítica

EL periodismo goza de algunos privilegios de información restringida pero no hay entre ellos elementos bastantes para predecir con cierta verosimilitud el futuro. Sobre todo si entre las variables de ese porvenir dudoso hay que evaluar los retorcidos designios de Artur Mas, ese dirigente con apariencia de maniquí de cartón que ha pasado de manejable testaferro –por ahora solo político– de Pujol a iluminado mesías de la independencia catalana. Por eso cuando estos días me hacen la inevitable pregunta de moda, que es la de qué va a pasar después del 9-N, me acojo a la receta galaica y pragmática del viejo Pío Cabanillas, un tipo cuyo hermetismo haría pasar el de Rajoy por un libro abierto: es urgente esperar. Entre otras cosas porque por mucho que los soberanistas se agiten eso es lo que parece dispuesto a hacer, o a seguir haciendo más bien, el presidente del Gobierno.

En realidad, salvado mal que peor su reto inmediato con un referéndum de mentirijillas, a Mas también le conviene la espera. Simplemente porque dentro de algo más de un año habrá en Madrid un Gabinete sin mayoría estable ante el que tal vez pueda maniobrar con el margen que hasta ahora Rajoy no le ha dado. Si por el contrario decide adelantar elecciones para febrero será por mantener la cohesión del impaciente bloque secesionista y continuar ganando tiempo, que es su objetivo principal desde que decidió convertirse en adalid del «destino manifiesto». El líder nacionalista solo tiene a corto plazo el objetivo de su supervivencia política. Y hay que admitir que lo cumple entre equilibrios inestables y saltos al vacío, por más que la propaganda marianista –los muertos que vos matáis gozan de buena salud– insista en darlo por liquidado. No es un prodigio de astucia, como blasona, pero se las apaña para ir tirando.

En todo caso esas elecciones «plebiscitarias» no desembocarán en la secesión exprés que desea Esquerra Republicana. Con o sin lista común, la independencia carece aún de masa crítica suficiente en una Cataluña más dividida y plural de lo que mantiene el asfixiante discurso oficial del soberanismo. Lo que va a ser difícil es sostener el statu quo actual más allá de esta legislatura por la sencilla razón de que en la próxima la nación no tendrá un poder homogéneo. Rajoy lo sabe y aguanta: no concederá nada mientras la correlación de fuerzas le permita evitarlo. Ha recibido muchas sugerencias para emprender un proceso de reforma del modelo territorial y las ha desechado. Será difícil que cambie de posición en un año electoral, siempre complicado para consensos. Si Mas es especialista en funambulismo, el presidente lo es en estatuaria. Eso es lo que nos aguarda, una larga partida de frontón entre aventureristas y esfinges. Al menos en lo que queda de mandato. Después la verdadera incógnita tal vez no sea lo que vaya a pasar con Cataluña sino con la propia España.