El recurrente frente abertzale

EL CORREO 16/10/14
LUIS HARANBURU ALTUNA

Desde el año 1977, en el que se celebraron las conversaciones del frontón Chiberta en Bidart, el frente abertzale formado por el PNV y la izquierda abertzale es una recurrente tentación del nacionalismo vasco. En aquella ocasión se trataba de hacer un frente común para oponerse a la consolidación de la Transición política que terminó alumbrando la Constitución y la realidad democrática de España. El PNV terminó por rechazar los cantos de sirena de ETA y obtuvo como contrapartida el liderazgo institucional y político que alcanza hasta nuestros días. Los jeltzales tuvieron, entonces, la intuición política y el acierto histórico que les ha reportado réditos políticos de indudable valor. ETA se apartó del curso de la historia y comenzó su loca carrera hacia ninguna parte, sembrando el terror y la desolación entre los vascos. Aquel cruel y estúpido empecinamiento condujo a la izquierda abertzale al extrarradio institucional y a la marginación política, que solo concluyó cuando, hace tres años, ETA asumió su error histórico y la izquierda abertzale se plegó a la legalidad institucional, que había sido el blanco de sus ataques.

El año 1998, siendo Ibarretxe lehendakari, otra vez se intentó la articulación de un frente abertzale auspiciado por el Pacto de Lizarra, que despertó la fiebre soberanista que solo acabaría tras la firme oposicón del Tribunal Constitucional y la pérdida del Gobierno vasco por parte del PNV. Con ocasión del Pacto de Lizarra, los vascos vislumbramos la cara peor del nacionalismo que sumó sus fuerzas, previa calificación del constitucionalismo vasco como enemigo del pueblo. Fueron días de exclusión y lamentable crispación, en los que la ciudadanía vasca se polarizó y dividió con grave quebranto de la convivencia democrática. De aquella frustrante experiencia, el PNV salió escaldado tras perder el Gobierno de Gasteiz y todo daba a entender que la lección había calado muy hondo en los nacionalistas jeltzales, pero, por lo visto, la tentación frentista conserva el atractivo del sueño prohibido.

El nacionalismo vasco, tanto el jeltzale como el radical, jamás ha realizado la autocrítica de aquel frustrado pacto de Estella que tan solo obtuvo la prolongación de la agonía de ETA, que habría de durar, aún, otros trece años. Los partidos políticos son renuentes a la revisión de su pasado y tratan de arrojar un velo mediante su puja por el futuro. Los votos obtenidos suelen servir de panacea para olvidar lo que no es grato. Ocurre, sin embargo, que la incapacidad de juzgar nuestro pasado nos condena a repetir los errores. El pasado nos interpela en la forma de obsesión recurrente, aquello que nos negamos a afrontar. Es, por lo visto, lo que sucede al nacionalismo vasco cuando vuelve a acariciar la idea de un acuerdo entre nacionalistas moderados y radicales.

Ha sido Hasier Arraiz, presidente de Sortu, quien ha puesto nombre y cara al nuevo intento frentista del nacionalismo. Tras la reciente entrevista con Urkullu y en su intervención parlamentaria ha invitado al PNV ha sumarse al bando soberanista para desde su mayoría parlamentaria rebasar el cauce constitucional y avanzar hacia la independencia del País Vasco. Para hacer más atractiva su oferta ha ofrecido la estabilidad gubernamental, la aprobación de los próximos Presupuestos y la ‘revisión’ del suelo ético en la comisión parlamentaría correspondiente. Los radicales nada pierden con su oferta, sino que ganan, y mucho, con la contrapartida de respetar las candidaturas más votadas en las próximas elecciones de la primavera, conservarían sus actuales enclaves de poder y obtendrían, además, el liderazgo en el discurso soberanista. Urkullu ha afirmado estar dispuesto a hablar y el PNV ha resuelto remover los obstáculos para un posible entendimiento. Son malas noticias para el País Vasco y lo son peores para la siempre complicada convivencia entre los distintos vascos que pensamos de manera diversa.

Frente a la propuesta de la izquierda abertzale se alza una obviedad que el PNV no debería olvidar. Ocurre que el presunto candidato a constituir el frente nacionalista todavía no ha solventado el pasivo histórico que acumula sobre sus hombros, en clave violenta y antidemocrática. El recuerdo de un nacionalismo radical vicario de ETA aún persiste en la memoria colectiva de los vascos. Puede que el nacionalismo vasco haya dado por finiquitada la etapa del terrorismo y del crimen político, pero la sociedad vasca mantiene incólume su memoria.

La escisión y ulterior formación de un Estado independiente requiere del acuerdo de la población escindida, pero requiere también del consenso internacional para su reconocimiento. ¿Es que el PNV piensa que la sociedad vasca daría su anuencia a un poder nacionalista hegemónico y dominante? Los vascos tenemos el escarmiento de cómo las gasta el nacionalismo radical y mucho me temo que la mayoría prefiere vivir bajo el paraguas de una Constitución que garantiza las libertades personales y los derechos humanos. Por otra parte, ¿piensa el nacionalismo que una soberanía obtenida de la mano de cuarenta años de terror puede obtener el respaldo internacional?

Todavía perduran las heridas abiertas por el terrorismo, con la excusa de un ideal nacionalista que algunos del PNV dicen compartir, pero el sueño recurrente de un frente nacionalista no debiera mancillar la limpia y democrática ejecutoria del PNV, ni tampoco debiera olvidar el suelo humanista que ha soportado su trayectoria. El mejor futuro del País Vasco es el compartido entre vascos que pensamos distinto y amamos de forma diferente a nuestro país. El frente solo es bueno para jugar al frontón.