El sentimiento y la pasta

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 12/09/14

Luis Haranburu Altuna
Luis Haranburu Altuna

· Estamos en el inicio del curso político y cada partido trata de exhibir sus cualidades y predica las bondades de sus propuestas. De entre todas, me ha llamado la atención lo que EH Bildu pretende de cara al curso que iniciamos. Dice que se va a esforzar en «impulsar el sentimiento a favor del derecho a decidir». Sorprende el que la principal tarea de un partido político sea el impulsar un sentimiento y no el incremento del bienestar o la prosperidad. Semejante afirmación causa tanta sorpresa como desazón. El mensaje que subyace en las palabras de EH Bildu es que lo que de verdad importa en la política es lo sentimental, por encima de lo racional o lo justo.

Desde bastante antes de la Ilustración en el siglo XVIII, la oposición entre sentimiento y razón fue ganando el ámbito de la cultura y del pensamiento europeos. La Ilustración, en definitiva, suponía el triunfo de la razón sobre el sentimiento y es en su virtud como se avanzó en la creación y progreso de la ciencia moderna y en detrimento de las ideologías acríticas y de la sacralización del mundo. El triunfo de la inteligencia y de la razón sobre el sentimiento, puso punto final al antiguo régimen y al absolutismo en la política moderna. Supuso, ni más ni menos, que la afirmación del fundamento del que se derivaron los derechos humanos y el sistema democrático.

Durante el azaroso, pero fecundo, siglo XIX la contraposición entre razón y sentimiento alcanzó momentos señeros que en nuestro caso, y ciñéndonos al País Vasco, se tradujo en dos guerras civiles que bajo la excusa del pleito dinástico, opuso al tradicionalismo carlista con el liberalismo. El carlismo fue una versión romántica de la política y el nacionalismo vasco heredó su herencia sentimental.

El movimiento romántico que surgió con fuerza en el primer tercio del siglo XIX llevaba por enseña su fobia contra el racionalismo y el espíritu crítico. Con razón, Isaiah Berlin veía en el Romanticismo el germen de los totalitarismos que asolarían al mundo en el siglo posterior. En cierto sentido los nacionalismos, y el vasco entre ellos, son los herederos legítimos del Romanticismo menos ilustrado y más sentimental. En este sentido, tiene pleno sentido el que nuestro nacionalismo más extremo haga un llamamiento explícito al cultivo del sentimiento como tarea política primordial.

Es bajo la capa del sentimiento como el nacionalismo ha ido ganando terreno frente al discurso racional y democrático. La socorrida excusa de que para entender al nacionalismo había, primero, que sentirlo no deja de ser una estupidez que ha calado demasiado hondo y es, en su virtud, como se ha pretendido afianzar la superioridad moral del nacionalismo tanto vasco como catalán. Frente a dicha sinrazón las fuerzas democráticas han flaqueado ante el nacionalismo y se han comportado de forma acomplejada, rindiendo las posiciones de la razón democrática al sentimiento de lo nacional.

Al triunfo de la sentimentalidad frente a lo racional han contribuido, en gran medida, los cuantiosos medios económicos y humanos que el nacionalismo ha empeñado en los campos mediáticos y educativos con la finalidad de imponer su peculiar sentimentalidad. Los programas educativos, las políticas lingüísticas y la imposición mediática han logrado el imperio del sentimiento sobre la razón e incluso sobre el interés general. Ha primado lo particular y el sentimiento de pertenencia ha justificado todos sus antojos. Pero hete aquí que de pronto surge ese auténtico paladín de lo particular y del interés restringido que es Jordi Pujol, que ha primado el interés de su familia por encima incluso de la nación. En la tragicomedia de J. Pujol, el sentimiento ha quedado desnudo y se ha visto que no es sino la tapadera de una vieja pasión humana que conocemos con el nombre de egoísmo.

El egoísmo es, sin duda, el sentimiento que predomina en el cocktail sentimental del nacionalismo. Egoísmo sobre lo propio e incluso sobre lo ajeno, cuando el nacionalismo exige a los demás su reconocimiento. Claro que argumentar a favor del egoísmo es poco elegante y perturba la supuesta superioridad moral del nacionalismo y por ello se limita a camuflar el sentimiento bajo los eufemismos del derecho a decidir o el sentimiento mayoritario del pueblo. La cruda confesión de Jordi Pujol, manifestando que su principal interés ha consistido en el enriquecimiento propio y el de sus allegados, ha desnudado al supuesto noble sentimiento de la patria, supeditándolo al dinero. El sentimiento, al final, no era sino el interés por la pasta. En todo caso, es obsceno el travestismo del sentimiento como argumento político cuando se trata de llamar al egoísmo con otro nombre. Es curioso que los nacionalismos más en boga, en estas fechas, como el escocés o el catalán terminenn hablando de dinero como argumento definitivo que identifica su sentimiento nacional. En Escocia será petróleo, la balanza fiscal en Cataluña y en Euskadi la extensión del Concierto a la totalidad del ámbito político. En definitiva, estamos hablando de pasta y no de una cuestión sentimental.

Gustavo Flaubert escribió su célebre ‘Educación sentimental’ en plena época romántica e hizo elogio del sentimiento de la pasión amorosa. En nuestro caso la educación sentimental que los nacionalistas nos proponen se halla ligada a la veterana pasión humana del egoísmo. Es el egoísmo como motor de la acción política lo que predican, aunque para ello se valgan del disimulo y la ocultación al llamar sentimiento a lo que no es sino dinero. Pasta, al fin y al cabo, que no solo consiste en dinero, sino que también consiste en la voluntad de poder y la exaltación narcisista. A la oscura pasión egoísta, la llaman sentimiento. Flaubert hizo el encomio del amor, estos otros románticos tardíos ocultan su egoísmo bajo el disfraz del sentimiento.

LUIS HARANBURU ALTUNA, EL CORREO – 12/09/14