El subcomandante

IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/01/16

· Iglesias exhibió el viernes su concepto militarista de la política, que vincula el ejercicio del poder al de la fuerza.

Para luchar contra la pobreza y la emergencia social, Pablo Iglesias reclamó el viernes el control del Ejército, la Policía, la Justicia y los servicios de espionaje. Las áreas estratégicas que vinculan el poder al ejercicio intimidatorio de la fuerza. Aunque fuese un farol político para humillar a Pedro Sánchez, el menú institucional que ha solicitado constituye un autorretrato de intenciones. El de un subcomandante chavista. El suyo no es un programa para sacar a España de la crisis, sino un proyecto de poder, un asalto al núcleo del Estado.

El peligro que implica un Gobierno de Podemos –o simplemente con Podemos, porque la debilidad del PSOE le impediría controlarlo– no consiste sólo en sus políticas económicas, por más que sean capaces por sí solas de arrastrar al país a la quiebra. No se trata de más impuestos o de más gasto, ni siquiera de sus devaneos con la autodeterminación catalana.

La verdadera amenaza del partido morado es su proclamada intención de transformar el sistema constitucional en un régimen de autoritarismo populista, una especie de dictadura funcional con el pasaporte falso de una democracia renovada. La llamada «democracia popular» que sustituye la primacía de los derechos individuales por la de unos supuestos derechos sociales administrados desde el Estado según el esquema bolivariano. Una propuesta que menoscaba las libertades civiles mediante la implantación de lo que el historiador de izquierdas Antonio Elorza llama «caudillaje leninista». Un concepto militarista de la política alimentado con un discurso de revancha social y una retórica del odio.

Por alguna razón que tiene que ver con la desestructuración moral provocada por la crisis en la sociedad española, una significativa porción de ciudadanos –casi un tercio del electorado– respalda sin matices este movimiento de totalitarismo carismático. Las continuas contradicciones, mentiras y autorrevocaciones de Iglesias y su franquicia chavoiraní gozan de absoluta impunidad entre los seguidores abducidos por su dinámico relato de mística revolucionaria. Tienen bula para desdecirse con un cinismo desacomplejado que ya no esconde la resolución pragmática de tomar el Gobierno por abordaje. Su extremismo radical, un verdadero plan de secuestro de la libertad del resto de los españoles, está expuesto sin pudor en cientos de vídeos y publicaciones en redes sociales, pero no causa el menor titubeo en su masa de simpatizantes, sugestionada por el vigor propagandístico de los chamanes.

Ese caudal de hostilidad verbal bastaría para que los partidos democráticos levantasen, como ha ocurrido en Francia con el partido de Le Pen, un dique de contención constitucionalista. En España sin embargo, la socialdemocracia parece dispuesta a disolver su papel de estabilizador político entregándose a un frente de ruptura. El empeño suicida de cabalgar un tigre desbocado.

IGNACIO CAMACHO – ABC – 25/01/16