IGNACIO CAMACHO-ABC

  • Si el liberalismo español abandona la razón moderantista no habrá modo de devolver al país la concordia cívica perdida

Con Merkel retirada y Biden en claro deterioro físico y acaso cognitivo, Emmanuel Macron se alza en Occidente como el último gran dirigente moderado. Y sólo le quedan tres años porque la Constitución le impide presentarse a un tercer mandato. El problema es que, además de no tener un heredero claro, las recientes elecciones europeas han partido Francia en dos bandos, a cuál más extremista, que dejan al centrismo del presidente emparedado y lo condenan a ‘cohabitar’ con los radicales durante el resto del mandato. Y más allá de eso, es posible que en 2027 el ‘ballotage’ se dispute entre Le Pen, una populista de nacionalismo xenófobo, y Melenchon, un poscomunista antisemita con el halo iluminado de un Pablo Iglesias septuagenario. Inquietante opción en cualquier caso.

Se dirá que es el signo de los tiempos. El fruto de la banalización intelectual de unas sociedades entregadas al simplismo de la ‘política Twitter’ y refractarias al pensamiento complejo. La consecuencia natural del desgaste de unos partidos sistémicos incapaces de contrarrestar la seducción comunicativa de los falsos profetas posmodernos. El síntoma de la decadencia de un modelo, el de la posguerra, basado en un consenso que ya no satisface a las nuevas generaciones de europeos. Y todo eso es cierto. Pero tan cierto como que el nuevo paradigma conduce a atmósferas de enfrentamiento que no auguran nada bueno.

También se dirá que España es todavía una excepción porque, como en Portugal, sigue vigente mal que bien el clásico bipartidismo. Y también es verdad, pero tan verdad como que ese tranquilizador arquetipo tiene un trasfondo ficticio, un truco escondido bajo la máscara constitucionalista del sanchismo. Consiste en que las siglas del PSOE, asociadas a la transversalidad de la Transición en la memoria ciudadana, se han convertido en una mera carcasa utilizada por el jefe del Gobierno para camuflar su preocupante tendencia autocrática. Y es el liderazgo institucional el que promueve el cisma cívico agitando el fantasma de una ultraderecha todavía minoritaria para imponer la agenda rupturista de una izquierda radicalizada.

Ésa es la razón por la cual el liberalismo español no debe moverse de su tradición moderantista. Abandonarla para aceptar el frentismo que propone Sánchez significa renunciar a una mayoría social constructiva. La estrategia de bloques tal vez consiga desalojar alguna vez al presidente –dudoso mientras éste cuente con el respaldo separatista– pero de la mano del populismo y de la antipolítica jamás será posible volver a la concordia perdida en esta mutación de régimen subrepticia. Sólo existe una vía para salir de la trampa sanchista, y no es la de Le Pen, ni la de Meloni, ni la de Milei, sino la de Macron y su centralidad integradora. La única que, aun en declive, puede evitar la derrota de los valores que impulsaron el progreso de Europa.