El veto

ABC 20/06/16
ISABEL SAN SEBASTIÁN

· Ni Rajoy es identificable con el conjunto del PP ni el PP en su conjunto se identifica necesariamente con Rajoy

ALBERT Rivera ha sido sincero, lo que debería ser merecedor de gratitud en esta España tan acostumbrada a las mentiras, al todo vale con tal de sacar votos, o en su defecto a la ambigüedad. Podría haberse resguardado en ese espacio protegido que es la indefinición, a salvo de anuncios comprometedores, pero ha preferido fijar su postura de forma clara e inequívoca, lo cual va a costarle caro en esta España que, en asombrosa medida, prefiere las mentiras, las promesas formuladas en la certeza de que no podrán ser cumplidas, o en su defecto la ambigüedad.

El líder de Ciudadanos afirma sin ambages que sus diputados no apoyarán la investidura de Mariano Rajoy o la de cualquiera de sus más estrechos colaboradores. La proclama puede parecer innecesaria, imprudente, intempestiva o incluso temeraria en el contexto de una campaña, y probablemente lo sea. Puede inclinar la balanza de muchos indecisos del lado más conservador, y probablemente lo haga. Puede ser tildada de inoportuna o contraproducente desde el punto de vista estratégico, sin miedo a equivocar el juicio. Pero desde luego es perfectamente democrática, en contra de lo que sostiene el discurso popular. Rivera o Girauta no pretenden condicionar en modo alguno quién ha de liderar el PP, decisión que corresponde a la militancia de esa formación, sino marcar el terreno de juego para conocimiento de los participantes en el mismo. Ellos precisan, legítima y honestamente, lo que hará su grupo en el Congreso. En absoluto imponen una elección al que todas las encuestas auguran una mayoría insuficiente para la formación de un gobierno, salvo que medien acuerdos trenzados con sus hoy adversarios. Nuestro sistema electoral no es presidencialista, sino parlamentario, lo que significa que votamos a partidos, cuyas listas se presentan cerradas y bloqueadas, impidiendo a los electores maniobrar. No elegimos candidatos con nombre y apellido, sino siglas. De modo que ni Rajoy es identificable con el conjunto del PP y lo que este representa o representó en el pasado ni el PP en su conjunto se identifica necesariamente con Rajoy. El veto de la dirección ciudadana no se refiere por tanto a un todo grupo político ni mucho menos una ideología. Señala específicamente a unas personas bajo cuyo mandato tres millones y medio de votantes han dejado de escoger la papeleta de la gaviota, en muchos casos para refugiarse en la candidatura naranja.

Albert Rivera ha destapado sus cartas. Nadie le obligaba a hacerlo, salvo acaso su conciencia. Poco tenía que ganar en el lance y sí mucho que perder, como señalan ya algunos sondeos. Al menos nadie podrá reprocharle intención equívoca o engaño. Quienes le voten o dejen de votarle lo harán sabiendo a qué atenerse. En justa correspondencia, Mariano Rajoy debería desvelar antes del 26-J si, llegado el momento de pactar, pondrá su ambición personal por delante de los intereses generales o dará un paso atrás para que prevalezcan estos últimos. Si ofrecerá su propia cabeza como baza negociadora, en el empeño de sumar las huestes ciudadanas a las suyas propias y eventualmente forzar una abstención socialista, o se aferrará hasta el final a su derecho de primogenitura. Si hará todo lo que esté en su mano para impedir que fragüe un Frente Popular, llegando a buscar un candidato de consenso susceptible de convencer al PSOE, o se atrincherará en su exigua victoria, como hizo tras el 20-D, a riesgo de unir definitivamente a la izquierda o forzar unas terceras elecciones que podrían llevar directamente a Pablo Iglesias hasta La Moncloa. Si podrán más los programas que las caras o serán las caras las que impidan entendimientos programáticos de vital importancia para España.