El voto, obligatorio

EL MUNDO 29/05/14
ARCADI ESPADA

Hablando con Fernando Savater. El voto obligatorio. Sus argumentos me parecen sólidos. Y arrinconan mis renuencias iniciales. El voto, como el pago de impuestos. Ha funcionado y/o funciona en algunos países: Argentina, Bélgica, Grecia, Italia. La idea horripilará a algunos libérrimos, a los que también horripila la obligación del cinturón de seguridad, incluso teniendo en cuenta que las futuras tetraplejias del sincituronismo las pagan también los que lo usan. ¿No dicen esos profundos renovadores de la política, que brotan a cada esquina y que claman por la desaparición del intermediario (es decir del político), que políticos somos todos? Pues bueno sería que todos empezaran a participar en la política del modo más básico y elemental. Es probable que visto el ejemplo de Francia haya que empezar a defender la democracia del modo más elemental, que es nutriéndola de ciudadanos. El fascismo lepeniano es el éxito de la dimisión democrática y no de la participación. Muchas de las consultas electorales, como estas últimas del parlamento europeo, se parecen más a una encuesta. Es un lugar común que los políticos modernos gobiernan con encuestas: sería interesante que hubiera un espacio de medición más preciso de los intereses de la ciudadanía, que acabara, sobre todo, con esa especulación clásica del votante: «No es necesario que vaya a votar porque van a salir estos…» Y salen los otros. Ni que decir tiene cuánto bullshit analítico nos ahorraríamos a cuenta de la abstención si los votos fuesen en verdad obligatorios. Incluso la desafección sistémica tendría una identificación exacta: el voto en blanco. Que, por otra parte, no creo que aumentara dramáticamente: más que elegir lo que cuesta es levantarse del sofá. Por último, qué decir del voto obligatorio cuando se trata de que la sociedad tome decisiones sin retorno como una reforma constitucional o un referéndum sobre la secesión. Todos y más.

Pero de entre todas las ventajas hay una que encuentro indiscutible: la pedagogía moral de demostrar a los ciudadanos que la democracia no es gratis. La democracia, cualquiera, por el mero hecho de serlo, otorga a los ciudadanos grandes ventajas: es justo que tenga su coste, que ni siquiera es un coste en dinero. Si la salud pública se paga con el dinero de todos, es razonable defender que la salud democrática se pague con los votos de todos.