Empieza por V

ABC 03/10/14
DAVID GISTAU

· Mas ha aludido a la violencia casi como a una posibilidad atmosférica, a algo que podría descargar sobre la ciudad si no cambia el viento

TAL vez me equivoque, porque tampoco es que esté todo el día pendiente de él, pero me parece que la de hace dos días en el Parlamento catalán fue la primera vez que el presidente Mas empleó la palabra violencia. Como expectativa, digo. Hasta ahora, durante ese dilatadísimo estadio retórico que Rajoy se pasó mirando fijamente e impasible como si jugara a ver quién ríe primero, el presidente Mas sólo usó vocablos de resonancias positivas: pueblo, consulta, mayoría, democracia, urna, civismo, fiesta, transversalidad, destino, historia, Inoxcrom. Incluso las analogías más desafortunadas de Homs, como la de Maidán, eran abandonadas en cuanto derivaban a la brutalidad. Pero hete aquí que irrumpe la palabra violencia un poco como cuando en Tarantino suena el timbre y, al abrir la puerta, resulta que entra en la trama Míster Lobo, con sus gafas ahumadas.

Por tratarse de la primera vez, Mas apenas ha tanteado un poco la palabra violencia. Aún está con la hoja de instrucciones. No se ha comprometido a ordenar que se ejerza, obviamente. Ni tampoco la ha mencionado arrogándose por anticipado privilegios de víctima del monopolio violento del Estado, del Leviatán de Hobbes. En realidad, Mas ha aludido a la violencia casi como a una posibilidad atmosférica, a algo que podría descargar sobre la ciudad si no cambia el viento, a una circunstancia accidental que en ningún caso sería la consecuencia de la naturaleza de quien la provocara. Oiga, puede haber violencia, como quien dice se puede caer ese árbol.

De todos los clichés a los que era candidato Mas, el más insólito es éste de protagonista de un policiaco de serie B. Poli bueno y poli malo, ya saben. El Tribunal Constitucional está en la sala de interrogatorios. Fuera aguardan la soberanía popular, las plataformas, CUP y ERC, escenificando su ira para amedrentar. Entonces entra Mas, ofrece un café y un donut, sonríe y hace su intento para ablandar al TC: mire usted, yo soy civilizado, un perfecto demócrata, pero a los que están ahí fuera no hay quien los controle, si no nos dice usted lo que necesitamos oír, no sé qué puede llegar a pasar.

La ideología siempre ha tenido una extraordinaria flexibilidad argumental para hacer recaer la responsabilidad de la violencia sobre quien la sufre. La violencia siempre es una reacción legítima. Ahora que hemos entrado en una fase catalana en que la violencia, aunque con timidez, empieza a ser invocada, Mas ya acondiciona un territorio de hipocresía moral para el reparto preventivo de culpas. Y exime por adelantado a todas esas huestes sentimentales que son las mismas que lo tienen abducido e inhabilitado para encontrar un margen propio de movimiento. La violencia sólo ha sido mencionada como un tabú roto. Pero Mas ya se la ha endosado al Estado por incitarla. No es la primera vez que esto ocurre en el ciclo democrático.