JORGE BUSTOS-EL MUNDO

Era previsible que nuestros diputados se volcaran sobre el cadáver aún tibio de Laura Luelmo para velarlo mejor que el adversario en el mejor de los casos; para lanzárselo en el más infame y tentador. Vosotros queréis quitar la permanente revisable. Vosotros queréis pactar con los enemigos del feminismo. En algún recodo del final del XX perdimos la capacidad de culpar a los asesinos de los asesinatos; fue en el mismo instante en que descubrimos que el daño que la vida les hace a los demás es un valioso combustible político, y que no pensábamos renunciar a llenar nuestro tanque con la indignación que sigue al sufrimiento convenientemente segmentado, manufacturado, etiquetado con arduas etiologías estructurales y servido para consumo del elector. No se priva ni Dios de esta impudicia.

Las horas posteriores al asesinato de Luelmo han vuelto a probar que hoy no hay nada más poderoso que el cuerpo muerto o vivo de una mujer. Digo hoy, pero Helena de Troya ya justificó una guerra, que no es más que la continuación de la política por otros medios, así que no parece que la politización de la mujer haya tenido principio ni vaya a tener final. Ante una chica asesinada habría que permanecer unos días mudo, sumido en un horror respetuoso, o componer una tragedia griega, o leerla; pero las recias costumbres antiguas ya fueron derogadas. Ahora todo cristo corre a explotar la crucifixión de otro. De otra. Todos pontifican en su nombre.

Pablo Casado abrió la sesión recordando que el PP reguló la prisión permanente revisable (PPR) y uno lo entiende, aunque le repela semejante oportunismo, porque la PPR es su bandera. Pedro Sánchez, preso de lo votado por el PSOE y no de convicciones morales que no se le conocen, por una vez en su vida dijo una verdad: que la PPR está vigente y no evitó la muerte de Laura, añado que por la misma razón por la que a un conductor kamikaze no le afecta el miedo a perder puntos del carné.

Pero le llegó el turno a Ione Belarra, de Podemos, y descargó contra Casado el consabido postureo del eslogan tremendista: «¡Nos matan a todas!» No, mire: usted está viva y coleando, y ganando un buen dinero a ser posible por no replicar frases de camiseta instagrámica. Con Instagram no se ha elaborado el Código Penal. La apropiación indebida del prestigio de la víctima –porque la frente partida la puso otra, que ya no está para evitar que se hable en su nombre– no es política decente: es basura sentimental que obstruye las vías hacia la razón jurídica y la eficacia anticrimen. No hace falta reproducir desde el escaño toda la bazofia cuquitrágica de Twitter para defender que el endurecimiento de una legislación penal ya dura no es la solución; seguramente sea más efectivo cambiar la normativa penitenciaria para que ciertos animales estén enjaulados, como corresponde a los animales. Y desde luego no hace ninguna falta presentar el crimen sexual de un psicópata irreformable como el corolario del franquismo, del patriarcado, del penefascismo o del consumo inmoderado de canciones de José Manuel Soto. Decir que Montoya es machista es como decir que los tiburones se desplazan por el agua, de la que ni son conscientes. Sencillamente hay seres averiados que hacen el mal, y su mal no es reparable. Eso sí, aplaudió a Belarra toda la coalición de censura.

Aparte se habló de Cataluña, claro.