REBECA ARGUDO-ABC

  • Lo desolador es que esa sensación de obligación en el posicionamiento se haya extendido, que haya calado de la clase política y mediática

Si el mejor truco del demonio fue convencernos de que no existía, el mejor de Pedro Sánchez ha sido elevar el típico «conmigo o contra mí» a un mucho más perverso «conmigo o con todos los demás». Como si, necesariamente, no estar de acuerdo con él implicase estar de acuerdo con quien esté en frente en ese momento. Y, teniendo en cuenta que todo lo que está más allá de Sánchez y los suyos es ultraderecha, o se es sanchista o se es ultraderecha. No hay más. Lo pueden llamar «polarización» si quieren. Yo creo que es erróneo y que eso solo contribuye a apuntalar el sistema de bloques (dijo que levantaría un muro y así lo ha hecho) que tan buenos resultados le da. Y, admitámoslo, a ese juego no hay quien le gane.

La última, por ahora, ha sido el enfrentamiento entre Óscar Puente, ministro de transportes y macarrismo, y Vito Quiles, periodista y agitador, en redes. El improperio y la amenaza de un cargo público a un ciudadano cualquiera, independientemente de la profesión que desempeñe, es complicado de justificar. Imposible, diría. Pero eso no significa que, por defecto, implique una defensa sin fisuras de los modos y maneras del vilipendiado. ¿Me parece bien que Óscar Puente amenace e insulte a Vito Quiles? No. ¿Me parecen bien las provocaciones y hostigamientos del periodista en el ejercicio de su trabajo? Tampoco. ¿Tenemos, como ciudadanos, que estar con uno o con otro? No lo creo. Aunque a un lado y a otro nos quieran hacer pensar que es así. Porque, de asumir que así fuera, el mensaje final es que cualquier cosa es mejor que lo malo, lo que nos condena a dar por bueno incluso lo ligeramente menos malo.

Y lo malo y lo peor, ambos, coinciden en sacar partido de todo esto. Son como la banca: siempre ganan. Unos, porque pueden enarbolar el «que viene el lobo» y justificar cualquier medida que tomen. Los otros, porque pueden rentabilizar el victimismo propio y el enfado y desencanto ajenos. Y en medio, como el crío gafotas al que nadie elige para su equipo, nos quedamos el resto. Mirando a un lado y a otro sin entender nada, sin saber cuándo fue que nos robaron el bocadillo y nos metieron en este lío.

Lo desolador es que esa sensación de obligación en el posicionamiento se haya extendido, que haya calado de la clase política y mediática al debate público y, de ahí, a las redes y a la calle. ¿Estás con Puente o con Quiles?, me preguntaba esta mañana un amigo con el segundo café, como quien pregunta si refresca o si has quedado. ¿Yo? Con ninguno. Que no me parezca aceptable que un representante público no sepa comportarse con educación no legitima que un periodista sea más militante y activista que informador. Y al revés, que un profesional adolezca de malos modales no es subterfugio para perder las formas. ¿Equidistancia? Pues quizá: me producen el mismo rechazo esas actitudes independientemente de la ideología de quien las perpetre.