Epístola a Los Gorrinos

Dijo el presidente que lo único que les une ahora con la oposición es el dolor por las víctimas. Con un chute de optimismo antropológico me creeré que, en este terreno, también menosprecian el eslogan: «¡Todo por abrir un telediario!». Porque ésa es la máxima favorita de los terroristas, desde Bermeo a Afganistán. Mientras no aprendamos eso, tendremos etarras para rato.

Algo debe ir mal cuando la preparación de un escenario de negociaciones se abre mediante un escrito en el que el jefe del «aparato negociador» denomina «los gorrinos» a sus interlocutores socialistas. Tan escamante epístola, interceptada por la policía en pleno lado oscuro de la fuerza, no ha bastado para quebrar un uso político plenamente consolidado en nuestra joven democracia. En cuyo virtud, todo Presidente de Gobierno goza de la prerrogativa de intentar pasar a la historia como el gran estadista que acabó con ETA.

Dice la liturgia que la invitación para el montaje del escenario debe remitirse por escrito a La Moncloa, acompañada de un coro de lehendakaris que canten en lo alto: «¡Qué oportunidad para la Paz!». El presidente busca entonces un personaje, o dos o tres, dispuestos a balancearse sobre la tela de una araña. Se sorprenderían de ver cuántos candidatos se ofrecen a esos ejercicios de funambulismo.

Si creen ustedes que pretendo criticar a Rodríguez Zapatero, se equivocan. Aquí todo quisquie tiene su tejado de cristal. No se libra ni Adolfo Suárez, ni Felipe González, ni José María Aznar. Ni tan siquiera Calvo Sotelo a pesar de su corto mandato. Todos quisieron entrar en la historia por el mismo ojo de esa aguja. Y todos se quedaron con el culo fuera.

Al actual presidente le corresponde más mérito. Porque para aceptar el reto ha debido olvidar lo que hicieron los miembros más viejos de su equipo hace diez años, cuando un premio nobel de la paz actuó de intermediario. Y, por todo triunfo, consiguió que la «organización» le facilitara un sobre que contenía una octavilla de las que decoran las herrikotabernas. Por cierto que el mismo multipremiado pacifista ha vuelto a ofrecer sus servicios para intentar el acercamiento de posturas. Probablemente, de haber sido contratado, el autor de la epístola a «Los Gorrinos» estaría ya haciendo un curso on-line de primero de negociación. Pero ahora todo se ha olvidado y volvemos a empezar.

De momento, el «aparato negociador» ha programado seis bombas que no han matado a nadie. Esto se llama en el argot terrorista «acumular fuerzas»: unas cuantas bombas, algunos heridos, incluso algún muerto, facilitan que el gobierno opte por el mal menor. Lo dramático es que las víctimas de la rotura de la baraja siempre son personas a quienes en ningún momento se había consultado sobre su aceptación del riesgo.

Dijo el presidente en el Congreso que lo único que les une ahora con la oposición es el dolor por las víctimas. Con un chute de optimismo antropológico me creeré que, en este terreno, también menosprecian el eslogan: «¡Todo por abrir un telediario!». Porque, precisamente, esa es la máxima favorita de todos los terroristas, desde Bermeo a Afganistán. Mientras no aprendamos eso, tendremos etarras para rato.

Ainhoa Peñaflorida, EL PAÍS/PAÍS VASCO, 25/5/2005